miércoles, 22 de junio de 2016
The Book.
Lectura infantil. The New Yorker. June 6 & 13, 2016 Issue.
Hisham Matar
Mi primera memoria de los libros no es sobre leer sino de escuchar la lectura de otro. Pasaba horas escuchando, mirando el rostro de la persona que me leía en voz alta. A veces descansaba mi cabeza sobre el pecho o el estómago del lector y podía sentir la resonancia de cada vocal y consonante. Encontré muchos libros de este estilo: “Las Mil y Una Noches”; las brillantes escrituras de al.Jahiz: la poesía de Ahmed Shawqi y sus pares del período de al-Nahda, el renacimiento literario arábico que ocurrió con la llegada del siglo veinte, varios libros sobre las vidas de Sahabah; y los trabajos de una larga fila de historiadores quienes trataron de explicar como y por qué una guerra o una época había empezado o terminado. Nunca se me ocurrió entonces preguntar porque casi no había libros para niños en la casa; ninguno que pueda recordar.
Me resulta extraño, ahora que estoy a mitad de mis cuarentas, después de una vida de escarceos apasionados con libros, me di cuenta más adelante, desmereciendo mi fervor juvenil, de unos pocos que encontré en el momento equivocado, y muchos otros que aun iluminan habitaciones dentro de mi, en dos lenguajes tremendos, árabe e inglés, que el libro que más me ha afectado es uno que apareció cuando tenía diez u once años de edad y trataba de algo de lo cual casi no sabía nada. No lo había leído. Y tomando en cuenta los muchos intentos que he hecho por encontrarlo, he fallado en aprender tanto de su título como de su autor.
Fue una de esas tardes cuando nuestra casa de El Cairo estaba llena de disidentes políticos libaneses exilados, como ocurría a menudo en aquellos días, por lo que no había siesta luego del almuerzo. En lugar de eso, nos reuníamos en grupos grandes en la sala con muchas rondas de frutas, te y café durante la conversación. El tiempo parecía infinito. El libro estaba en la mesa del café, entre los platos, tazas y ceniceros. Recuerdo que tenía una tapa blanca sin ilustración.
El huesped quien había traido el libro como regalo para mi padre había olvidado claramente que mi padre se lo había recomendado hacía algun tiempo. Y papá, al no querer molestar a su huésped, no le dejó saber que ya lo había leído. Es divertido para mí ahora que deba recordar esta deferencia social. Quizás fue la calidad del silencio de mi padre, lo que, por supuesto, hizo al huésped más dispuesto a comunicar su aprecio por el libro. Lo tomó y empezó a leer en voz alta. Sentí el efecto de las palabras reverberar alrededor de la habitación, haciendo que hasta los muebles, parecieran agitarse con vida propia. Mi padre no está aquí para preguntarle por esa tarde. Así que quizás yo esté equivocado, quizás papá no conocía el libro para nada, y su silencio no tenía nada que ver con amabilidad, sino que esa era su respuesta al texto.
No recuerdo exactamente cuales fueron los pasajes leidos en voz alta. Lo que recuerdo es que reflejaban los pensamientos íntimos de un hombre que sufría por una emoción vergonzosa, tal como miedo, celos o cobardía, sentimientos complicados de admitir, particularmente para un hombre. Pero la honestidad de la escritura, su habilidad para capturar tal fluidez y ajustes vagos, era en si valiente y generosa, el opuesto de la emoción descrita. También recuerdo maravillarme por la manera como las palabras podían ser tan precisas y pacientes, ilustrativas, a medida que progresaban, lo que aún el muchacho que era en ese momento de alguna manera sabía: que existe a la vez una distancia trágica y maravillosa entre la conciencia y la realidad.
Dados los libros que me habían leído, esta no podía haber sido la primera vez que percibía tal tipo de escritura, pero, por alguna razón, en esta ocasión experimenté la totalidad de su impacto. Lo que me impresionó, también, fue el silencio nuevo que los pasajes dejaban. Ellos creaban, al menos temporalmente, entre esos hombres políticos, quienes me parecían funcionar bajo el peso sólido de la certeza, un resonante momento de duda. Me sentía emocionado, maravillado, y melancólico a la vez.
Por esto es que quizás ese libro misterioso, de acuerdo a la lógica de mi memoria, ha sobresalido sobre todos los libros que he leído desde entonces. Hasta los grandes libros a los que regreso, como uno lo hace ante un paisaje favorito, parecen en deuda, sin importar de que manera, ante ese desconocido y desconocible libro. Cada palabra que he escrito ha sido propulsada por un entusiasmo originado en aquella tarde hace tanto tiempo, cuando era un muchacho y todavía no sabía nada de libros. Quizás el libro ha sido más útil para mi perdido que encontrado.
Hisham Matar es el autor de la memoria: “The Return: Fathers, Sons and the Land in Between”, que saldrá al mercado en Julio.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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