martes, 5 de abril de 2016

Los Secretos de los pilotos de olas.

Kim Tingley. 17-03-2016. The New York Times. The Jitdam Kapeel. Por miles de años los marineros de las Islas Marshall han navegado vastas distancias de océano abierto sin instrumentos. ¿Puede la ciencia explicar su método antes que este se pierda por siempre? A las 0400, tres millas por encima de la plataforma marina, la luz de búsqueda de un bote a motor se deslizaba a través de una cálida noche de junio el año pasado, buscando a un segundo bote, una canoa de vela. El capitán de la canoa, Alson Kelen, potencialmente el último aprendiz del mundo en el antíguo arte de pilotear olas, estaba tratando de alcanzar Aur, un atolón de las islas Marshall, sin la ayuda de un dispositivo GPS o cualquier otro tipo de instrumento de orientación. Si era exitoso, probaría que una de las técnicas de navegación más sofisticadas jamás desarrolladas aún existía y, esperaba él, inspiraría esfuerzos para salvarla de la extinción. Para monitoraer su progreso desde el bote a motor estaba un trio de científicos occidentales, un antropólogo, un físico y un oceanógrafo, quienes esperaban que su viaje pudiese ayudar a explicar como los pilotos de olas, al desafiar las mareantes complejidades de la fluidodinámica, detectan la dirección y la proximidad a tierra. Más ampliamente, ellos se preguntaban si verlo navegar, en el contexto de preocupaciones crecientes acerca de los efectos neurológicos de la navegación por Smartphone, arrojaría claves acerca de cómo nuestras destrezas de orientación influyen en nuestro sentido de lugar, nuestro sentido de hogar, hasta nuestro sentido de nosotros. Cuando los botes salieron en la tarde desde Majuro, la capital de islas Marshall, el plan de Kelen era navegar a través de la noche y acercarse a Aur al romper el día, para evitar estrellarse contra las rocas en la oscuridad. Pero alrededor del ocaso, el viento arreció y las olas se hicieron más altas y circulares, para poner a prueba los poderes de observación de los científicos y la integridad estructural de la canoa. A través del parabrisas cargado de capas de sal del bote a motor, el antropólogo, Joseph Genz, tomó notas mentales de campo, las iluminadas olas espumosas, la posición de Polaris, su agarre en el riel de mano de la cabina, mientras esperaba que Kelen anunciara por radio su ubicación o, mejor, cual pensaba él era su ubicación. Las Marshall proveen un crisol para la navegación: 70 millas cuadradas de tierra, en total, comprenden cinco islas y 29 atolones, anillos de isletas de coral que crecieron alrededor de los círculos de millones de volcanes subacuáticos hace millones de años y ahora encierran lagunas. Estos puntos verdes y aros hacen dos cadenas paralelas de norte a sur, separadas entre sus vecinos más cercanos por un centenar de millas en promedio. Los oleajes generados por tormentas lejanas cerca de Alaska, la Antártida, California e Indonesia viajan miles de millas hasta estos bancos bajos de arena. Cuando ellos se estrellan, parte de su energía se refleja en arcos en el mar, como ondas sonoras emanando de un parlante; otra parte se encrespa alrededor del atolón o isla y crea una turbulencia confusa en su interior. Pilotear olas es el arte de leer, por percepción y visión, estos y otros patrones. Detectar las diferencias de minutos que, para un ojo no entrenado, parecen no más significativas de lo que un ciclo de lavadora permite a un ri-meto, una persona de mar en marshallese, determinar donde está la tierra firme más cercana, y cuan lejos está, antes de ser visible. En el siglo 16, Fernando Magallanes, en búsqueda de una nueva ruta hacia la nuez moscada y los clavos de especia de la Isla de las Especias, navegó a través del océano Pacífico y lo nombró el “mar de la paz” antes que fuese apuñaleado de muerte en Filipinas. Solo 18 de sus 270 hombres sobrevivieron la expedición. Cuando los exploradores subsiguientes, a pesar de dicultades similares, se las arreglaron para desembarcar en las incontables islas desperdigadas a través de esa inmensidad, se sorprendieron de encontrar habitantes sin galeones, brújulas o mapas. Dios los había creado ahí, supusieron los exploradores, o quizás las islas eran los restos de un continente hundido. En los años ’60 del siglo pasado, los académicos occidentales aún insistían que los métodos indígenas de navegación por estrellas, sol, viento y olas no eran ni de cerca precisos, ni los botes indígenas lo suficientemente adaptados al mar, para haber alcanzado estos pequeños hábitats bajo propósito. Evidencias arqueológicas y de ADN (y viajes repetidos) han probado que las islas del Pacífico fueron establecidas intencionalmente por los descendientes de los primeros humanos que se aventuraron más allá de la tierra, comenzando hace unos 60.000 años, desde el sureste de Asia hasta las islas Salomón. Ellos llegaron a las islas Marshall hace unos 2000 años. La geografía del archipiélago que hizo posible el pilotaje de olas también lo hizo indispensable como el único medio de conseguir comida, cambiar bienes, financiar guerras y localizar parejas sexuales. Los jefes amenazaban con matar a cualquiera quien revelara el conocimiento de navegación sin permiso. Para convertirse en ri-meto, tenías que ser entrenado por un ri-meto y entonces pasar una prueba de navegación, determinada por tu jefe en el primer intento. Como los colonizadores de Europa introdujeron métodos más fáciles de navegación, el entrenamiento de los ri-metos declinó y quedó restringido a un atolón llamado Rongelap, donde una roca circular poco profunda, ubicada entre el océano y la laguna se convirtió en el sitio de una pequeña escuela de pilotaje de olas. En 1954, la prueba de una bomba de hidrógeno estadounidense a menos de cien millas de distancia dejó a Rongelap inhabitable. En las próximas décadas, no fueron reconocidos nuevos ri-metos; cuando el último bien conocido murió en 2003, dejó a un capitán de barco de carga de 55 años llamado Korent Joel, quien había entrenado en Rongelap desde muchacho, el custodio efectivo de los secretos de navegación de su gente. Debido a la contaminación radioactiva, Joel no había tomado su prueba de viaje y por lo tanto no era un verdadero ri-meto. Pero al temer que el conocimiento pudiera morir con él, él solicitó y recibió autorización histórica de su jefe para entrenar a su primo más joven, Alson Kelen, como piloto de olas. Ahora, en la agitada cabina del bote a motor, Genz se preocupaba acerca de si Kelen sabía lo que hacía. Porque Kelen no era un ri-meto, costumbres sociales lo forzaron a insistir en que él no estaba navegando sino kajjidede, o adivinando. El mar estaba tan picado esta noche, pensó Genz, que aún para Joel hubiera resultado difícil encontrar una ruta. Un viaje con este nivel de dificultad de navegación nunca había sido realizado por nadie que no fuera un ri-meto o hubiese tomado su prueba para convertirse en uno. Genz se llamó la atención sobre la posibilidad de que él podría tener que intervenir por motivos de seguridad, aún si esta era la mejor oportunidad que él y sus colegas podrían tener para descifrar los misterios científicos del pilotaje de olas, y la mejor oportunidad de Kelen de conseguir apoyo para preservarlo. Organizar este viaje había costado 72.000$ en efectos de investigación, una fortuna en las Marshall. El radio crujió: “Jebro; Jebro, este es Jitdam”, dijo Kelen. “¿Me copias? Cambio”. Genz tragó. Los confines de la cabina, junto a los olores de diesel del bote, no aplacaron sus movimientos enfermos. “Copia eso”, dijo él “¿Sabes donde estás?” Aunque la especie humana se las ha arreglado para navegar alrededor del globo y en el espacio exterior, lo ha hecho desafiando nuestras capacidades innatas para encontrar caminos (sin mencionar el instinto de conservación) las cuales son aún las de los habitantes del bosque. Otras especies usan métodos cognitivos más sofisticados para orientarse. Los escarabajos siguen la vía láctea, las hormigas del desierto Cataglyphis por el conteo de sus pasos, las mariposas monarca, en su vuelo multigeneracional de mil millas desde México hasta las montañas rocosas, calculan el norte usando la posición del sol, lo cual requiere tener en cuenta la hora del día, el día del año y la latitud; las abejas, salamandras, langostas, tortugas marinas y muchos otros leen campos magnéticos. El año pasado, el hecho de un “sentido magnético” fue confirmado cuando científicos rusos pusieron varios pinzones en una jaula que simulaba diferentes sitios magnéticos y encontraron que los pájaros siempre trataban de volar a “casa” relativo a cualquier cosa que estuviera programada a las coordenadas. Precisamente como los pájaritos detectaron esas coordenadas permanece indefinido. Así como, por ejemplo, la inexplicable capacidad de ciertos pájaros marinos (Godwit) para romper el cascarón en Alaska y, solos, sin pausa, emprenden vuelo hacia la Polinesia francesa. Claramente ellos y otros migratorios heredan un mapa mental y la habilidad de recalibrarlo constantemente. A que se parece en su visión mental, y como se mantiene día y noche a través de miles de millas, aún es un misterio. Los esfuerzos para deducir científicacmente el sistema neurológico de las habilidades navegacionales en humanos y otras especies empezó en 1948. Un psicólogo estadounidense llamado Edward Tolman hizo la aserción de que las ratas, hasta entonces conocidas como esclavas del refuerzo conductual o castigo, crean “mapas cognitivos” de su hábitat. Tolman dejó a las ratas acostumbrarse a un laberinto con comida al final; entonces, al dejar la comida en el mismo lugar, rearregló las paredes para introducir atajos, los cuales el roedor tomó para alcanzar el premio. Esto sugirió que su muestreo de varias rutas les había dado un dibujo de todo el laberinto. Tolman, supuso que los humanos tambien tienen mapas cognitivos, y que estos no solo son espaciales sino sociales. “Amplios mapas cognitivos”, indicó él, llevan a la empatía, mientras los estrechos llevan a “los poderosos odios hacia los extraños”, que varían desde “discriminación contra las minorías hasta las conflagraciones mundiales”. De hecho, los antropólogos de hoy, especialmente los que trabajan en el Pacífico occidental, están cada vez más conscientes de las maneras potenciales en que el ambiente físico de las personas, y como estas se mueven habitualmente a través de este, pueden modelar sus relaciones sociales y como esos lazos pueden a su vez influenciar en su orientación. Ahora se entiende que el mapa cognitivo tiene su propia ubicación física, como una colección de llamas electroquímicas en el cerebro. En 1971, John O’Keefe, un neurocientífico de University College London, y un colega reportaron que este se había localizado en el sistema límbico, una región evolutivamente primitiva altamente responsable por nuestras vidas emocionales, específicamente, en el hipocampo, un area donde se forman las memorias. Cuando O’Keefe implantó electrodos en los hipocampos de las ratas y midió su actividad neural mientras estas viajaban a través de un laberinto, detectó “células específicas” ardiendo para marcar sus posiciones. En 1984, James B. Ranck Jr., un psicólogo de State University of New York, identíficó células en una parte adyacente del cerebro que se activaban dependiendo de la dirección hacia donde apuntaba la cabeza de la rata, ahí estaba una especie de brújula. Y en 2005, basados en estos descubrimientos, Edvard y May Britt Moser, neurocientíficos del Kavil Institute for Systems Neuroscience de Noruega, encontraron que nuestros cerebros se superponen a nuestros alrededores con un patrón de triángulos. Cada vez que alcanzamos al ápice de uno, una “celda” en un area del cerebro en diálogo constante con el hipocampo delinea nuestra posición relativa al resto de la matriz. En 2014, O’Keefe y los Moser campartieron el premio Nobel por sus descubrimientos de este “GPS interno” que constante y subconscientemente computa la ubicación. El descubrimiento de que la orientación humana ocurre en el asiento de la memoria, los investigadores saben desde hace tiempo que el daño del hipocampo puede causar amnesia, ha llevado al prospecto de una conexión entre las dos. A finales de los años ’90, Eleanor Maguire, una neurocientífica en University College London, empezó a estudiar a los taxistas de Londres, quienes deben memorizar el complejo entramado de la ciudad para obtener una licencia. Eventualmente, ella mostró que cuando los taxistas acceden frecuentemente y revisan su mapa cognitivo, partes de sus hipocampos se hacen mas grandes; cuando se retiran, esa partes se encogen. Por el contrario, al seguir una secuencia de instrucciones direccionales, como cuando se usa un GPS, no se activa el hipocampo para nada, de acuerdo al trabajo hecho por Veronique Bohbot, una neurocientífica cognitiva de McGill University. Bohbot y otros tratan ahora de determinar cual efecto, si hay alguno podría tener en nosotros el evitar repetidamente esta región del cerebro. El hipocampo es una de las primeras areas atacadas por la enfermedad de Alzheimer, un síntoma inicial de la desorientación; el encogimiento del hipocampo y regiones vecinas parece incrementar el riesgo de depresión, esquizofrenia y desorden de tensión postraumático. Por otro lado, los taxistas que ejecitaron sus hipocampos tanto que las partes de ellos cambiaron de tamaño fueron peores en otras tareas de memoria, y su actuación en ellas mejoró después que se retiraron. Pocos de nosotros pasamos todo el día cada día navegando, sin embargo, como hacen los taxistas y Maguire duda que el uso de nuestro GPS es lo suficientemente extremo para transformar nuestra materia gris. Lo que parece claro es que nuestra habilidad para navegar esta relacionada no solo a nuestra habilidad para recordar el pasado sino también a aprender, tomar decisiones, imaginar y planificar para el futuro. Y aunque nuestro sentido de la dirección a menudo se siente innato, este se puede desarrollar, y quizás ser modificado, en una región del cerebro llamada corteza retroplenial, al lado del hipocampo, la cual se activa cuando investigamos y juzgamos la permanencia de sus límites. En 2012, Maguire y coautores, publicaron su hallazgo de que una comprensión precisa puede establecer el límite que separa a los buenos navegantes de los pobres, quienes son capaces de tomar instrucciones desde un camión de entregas como desde el campanario de una iglesia. La corteza retroplenial pasa nuestras decisiones acerca de la estabilidad de los objetos al hipocampo, donde su influencia para encontrar soluciones intersecta con otras destrezas básicas cognitivas que, como la memoria, son cruciales para la identidad y la supervivencia. Recientemente, Maguire y sus colegas propusieron una nueva teoría unificada del hipocampo, imaginándolo no como un repositorio de memorias y direcciones disparatadas sino como un reconstructor de escenas que incorporan ambas. (Trate de recordar un momento de su pasado o imagine uno del futuro si puede visualizarse en el espacio físico donde ocurre el momento). Edvard y May-Britt Moser han supuesto de manera similar que nuestra habilidad para viajar en el tiempo mentalmente evolucionó directamente de nuestra habilidad para viajar en el mundo físico, y que los procesos mentales que hacen posible la navegación también son los que nos permiten contar una historia. “De la misma forma que un número infinito de caminos puede conectar el origen y el punto final de un viaje”, escribieron Edvard Moser y otros coautores en un trabajo de 2013, “una historia recordada puede ser contada de muchas maneras, conectando el inicio y el fin a través de innumerables variaciones”. La desorientación siempre es estresante, y antes de la civilización moderna, a menudo era una sentencia de muerte. A veces todavía lo es. Pero estudios recientes han mostrado que las personas quienes usan GPS, cuando les dan lápiz y papel, dibujan mapas menos precisos de las areas por donde viajan y recuerdan menos detalles acerca de los objetos característicos que pasan; paradójicamente, esto parece ser debido a que hacen menos errores para llegar a donde van. Estar perdido, asumiendo por supuesto que será encontrado, tiene un beneficio obvio: la oportunidad de aprender acerca del amplio mundo y reajustar su perspectiva. Desde ese punto de vista, la amenaza más grande representada por un GPS podría ser que nunca conozcamos exactamente donde estamos. Genz despegó su pulgar del botón de hablar del radio receptor y esperó por la respuesta de Kelen. Podía ver en la cubierta a John Huth, un físico de Harvard y miembro del equipo internacional que descubrió la partícula fotón Higgs, vomitando fuera por un costado del barco. La última vez que Genz revisó, Gerbrant van Vledder, un oceanógrafo de Delft University en Holanda, una de las instituciones más adelantadas en modelaje de olas, estaba agachado miserablemente detrás del bote salvavidas abandonado, donde una calabaza golpeaba las paredes del fondo. Para completar su desorden digestivo, un pájaro bobo, al ignorar las limitacios de sus patas palmeadas, se estrelló en la cubierta, obstruyendo el acceso de los hombres a la proa. A veces Genz sentía que todo lo que su década de investigación en pilotaje de olas le había enseñado era que nunca podía esperar predecir lo próximo que podría salir mal. Genz conoció a Alson Kelen y a Korent Joel en Majuro en 2005, cuando Genz tenía 28 años de edad. Un nativo de Wisconsin de hablar pausado y antiguo voluntario de los Cuerpos de Paz quien creció navegando con su padre, Genz entonces estudiaba un doctorado en antropología en la University of Hawaii. Su tutor ahí, Ben Finney, era un antropólogo quien ayudó a liderar el viaje de Hokulea, en una canoa polinesia, desde Hawaii a Tahiti y de vuelta en 1976, el éxito del viaje, el cual se hizo sin instrumentos modernos, se logró al probar la eficacia de los barcos indígenas y sus métodos de navegación, provocó el resurgimiento del idioma nativo hawaiano, música, hula y artesanía. Joel y Kelen soñaban con un resurgimiento similar de la navegación marshalesa, la única manera, que conocían, para fortalecer el pilotaje de olas, y contactaron a Finney como guía. Pero Finney estaba próximo a retirarse, así que sugirió que Genz fuese en su lugar. Con la bendición de su jefe, Joel y Kelen ofrecieron a Genz un acceso raro: Él no aprendería a pilotear olas; simplemente documentaria el entrenamiento de Kelen. Joel inmediatamente le pidió a Genz que llevara científicos a las Marshall que lo ayudaran a entender la mecánica de las olas que él solo conocía por tacto, especialmente una llamada di lep, o espinazo, la base del pilotaje de olas, la cual (en la historia ri-meto) se desplazaba entre los atolones como un camino. El abuelo de Joel le había enseñado a sentir la di-lep en el arrecife Rongelap: Él se acostaría sobre su espalda en una canoa, con los ojos tapados, mientras el viejo lo llevaba alrededor del coral, para dejarle experimentar como variaba el movimiento de las olas. Pero cuando Joel llevó a Genz Pacífico afuera en yates prestados y le dijo que iban a encontrar la di-lep, no podía sentirla. Kelen dijo que él tampoco podía. Cuando los oceanógrafos de la University of Hawaii fueron a dar un vistazo, su equipo falló en detectarla. La idea de un camino de olas entre las islas, que ellos le contaron a Genz, no tenía sentido. En privado, Genz empezó a temer que la di-lep era imaginaria, que el pilotaje de olas ya estaba extinto. En un viaje de investigación en 2006, cuando Korent Joel fue al nivel inferior para tomar un descanso, Genz cambió el curso del yate. Cuando Joel despertó, Genz mantuvo a Joel alejado del equipo GPS, y para alivio de ambos, Joel dirigió el bote hacia tierra. Luego, también pasó su prueba de ri-meto, supervisada por su jefe, con Genz y Kelen como tripulantes. A mundos de distancia, Huth, un preocupado por naturaleza, se había convencido de que preservar la habilidad de la especie humana para encontrar el camino sin tecnología no era solo un ejercicio mental abstracto sino también un asunto de vida o muerte. En 2003, mientras viajaba solo en kayak en Nantucket Sound, la niebla descendió, y Huth, firme y juvenil, con una memoria casi fotográfica, encontró su camino a casa usando objetos característicos locales, el viento y la dirección de las señales. Luego, él supo que dos estudiantes jóvenes, al tratar de salir de la misma niebla, se habían desorientado y se ahogaron. Esto lo llevó a empezar a dictar una clase de técnicas primitivas de navegación. Cuando Huth conoció a Genz en una conferencia académica en 2012 y le describió la metodología de su investigación para el fotón Higgs y la energía oscura, al sustraer las señales de onda dominantes de un campo, hasta que aparecieran una señal mucho más sutil debajo, Genz le contó de la di-lep, y eso capturó la imaginación de Huth. Si eso era real, y si la ola iba y venía entre las islas, su comportamiento era desconocido por la física y requeriría una supercomputadora para modelarla. Que una persona pudiera ser capaz de percibirla en medio de la cacofonía generada por otros fenómenos oceánicos era sorprendente. Huth empezó a crear posibles simulaciones de la di lep en su tiempo libre y reclutó a van Vledder como ayudante.Eso daba un trillón de trillones de caminos, demasiados para memorizar aun para el piloto de olas más adepto. La mayoría de lo que sabemos de las olas y las corrientes, incluyendo lo que le ocurrirá a las costas cuando el cambio climático aumente el nivel del mar (de especial interés para las bajas Holanda e islas Marshall), viene de modelos que usan datos de vientos globales y batimetría para simular como probablemente lucirían los patrones de olas en un determinado lugar y momento. Nuestra comprensión de la mecánica de ondas, en la cual estan basados estos modelos, es incompleta. Para mejorarlos, los expertos deben revisar constantemente sus premisas con mediciones y observaciones. Quizás, Huth y van Vledder pensaron, que había di leps en cada océano, caminos invisibles que nadie veía porque ellos no sabían mirar. A comienzos del año pasado, Genz y Kelen, garantía en mano, vieron una oportunidad de mostrarle a Huth y van Vledder la di lep. Kelen es el director de Waan Aelon in Majel, o Canoes of The Marshall Islands, una organización sin fines de lucro que enseña a los estudiantes a construir canoas usando métodos tradicionales y materiales modernos. Si los estudiantes se apuraban, la primera canoa de navegación construida en las islas Marshall en décadas, la Jitdam Kapeel, que puede ser traducida como “el conocimiento compartido”, podría estar lista para la temporada de navegación veraniega. La meta de Kelen es que los estudiantes construyan, equipen y mantengan una flota que transportará bienes y pasajeros entre los atolones e isletas sin usar combustibles fósiles. A pesar de las expectativas de que las Marshall serán uno de los primeros países en desaparecer bajo el aumento del nivel del mar, Kelen vislumbra un renacimiento de la navegación: un medio para que sus estudiantes reclamen su herencia mientras crean trabajos que no contribuyan a su propia destrucción. Huth y van Vledder compraron boletos aéreos para Majuro mientras Genz y Kelen hacían arreglos para el viaje. En el último minuto a Joel se le infectó una pierna y Kelen se ofreció para pilotear en su lugar. Los científicos se apegaron a un plan nuevo: Hablar con Joel antes y después, pensaron, sería casi tan útil como tenerlo a bordo. Poco después de llegar, ellos lo visitaron en casa, donde él estaba confinado a su cama, y le mostraron sus mapas y simulaciones mientras le hacían varias preguntas acerca de varias propiedades de la di lep. Aunque esta era la investigación científica que Joel había estado buscando, parecía negado a responder. Le preguntó a Huth y van Vledder si ellos creían en la di lep, todavía no estaban seguros, respondieron. Al sostener un mapa rudimentario que Huth había hecho con las frecuencias de las olas entre Majuro y Aur, el capitán señaló una región sombreada con su dedo. “Di lep aquí”, dijo. La próxima tarde, Kelen y su tripulación de cinco hombres salieron hacia Aur. Una brisa agitaba las palmeras, soplaba a la Jitdam frente a una flota de buques de carga inactivos anclados en la laguna. El bote a motor Jebro iba detrás. En la boca de la apertura entre las isletas dentro del Pacífico, el sol poniente lanzaba un tren incandescente sobre el agua. “Ahora tenemos la verdad”, Huth lloró empuñando un sextante hacia el cielo. “¡Es el momento de estimar!” Doces horas despues, Huth estaba mareado, doblado sobre el riel de la cubierta, hacia el cual se había dirigido con un arnés y una cuerda. “Si alguien dijo que la di lep era sutil, estaban equivocados”, dijo él, limpiándose la boca. Sin embargo, el registraba al momento las coordenadas GPS del bote, la velocidad del viento y la dirección y sus observaciones de las olas en un cuaderno a prueba de agua. Esta data le permitiría ilustrar el viaje con detalles del viento y las olas en cada coordenada; van Vledder podía después añadir la data del viento coleccionada por satélite y un batímtero local usando programas escritos en Delft; para crear un domelo de computación de los mares donde ellos estaban. En la cabina, Genz oyó de nuevo la voz de Kelen en el radio. Kelen podía ver las luces del Jebro detrás de él, dijo, y pensaba que estaban alrededor de 10 millas al este de Aur. Debido a que se acercaban muy rápido al arrecife, su plan era seguir de largo, y luego buscarlo al oeste después del amanecer. Genz miró el dispositivo de GPS del bote y notó que Kelen, en la última década, podría haber aprendido más que nunca. Quería gritarle felicitaciones. “Copia eso”, dijo él. El cielo se hizo más claro, reveló más cielo, un grupo de pájaros marinos pescaba y, finalmente, lejos adelante, la canoa, golpeada pero intacta, batallando para enrumbarse con el viento. Luego de ser remolcada brevemente por el Jebro, alcanzó Aur con su propia potencia. Una playa vacía se hizo visible, luego niños corriendo en ella. “Esto se siente como ser aventurero”, dijo van Vledder. “Venir a un lugar nuevo, y las personas vienen a darte la bienvenida”. Toda la villa esperaba en un pabellón con techo de hojas de palma, habían sido alertados por radio. Una mujer puso guirnaldas en los cuellos de los marineros y científicos cuando estos entraron. La comunidad había dispuesto una mesa larga con langosta, pescado, fruta de pan, plátanos y bolas de arroz con coco. El jefe de la isla dio un discurso. Dijo que los niños locales nunca antes habían visto una canoa de navegación. Los isleños querían aprender a construirlas de nuevo; ellos solo tenían un bote a motor, y la gasolina allí cuesta más de lo que la mayoría de ellos hace en un mes de vender pescado y manualidades en Majuro. Dos mañanas después, Kelen se paró fuera del edificio de una escuela en Aur que el jefe había ofrecido como dormitorio, miraba hacia el cielo y sopesaba otra vez, como lo hizo cuando conoció a Genz, cuanto de conocimiento debía compartir para mantener eso vivo. Ahora al final de sus cuarenta y estrenándose como abuelo, él había vivido su niñez temprana en el atolón más cercano a Rongelap, Bikini, donde fueron estalladas la bomba de hidrógeno y docenas de armas nucleares. Despues, como parte de un programa para estudiar los efectos de la radiación en humanos, los oficiales estadounidenses le dijeron a las personas de Bikini y Rongelap que sus islas eran seguras para rehabitarlas, así que regresaron por varios años. Durante ese período, el padre de Kelen le enseñó a navegar en una canoa tradicional hecha por el abuelo de Kelen. Cuando Kelen tenía 10 años, los estadounidenses finalmente evacuaron los isleños a Kili, una isla inhabitada azotada por todos lados por obstáculos oceánicos muy duros para la canoa, la cual se destrozó. Eventualmente, los padres de Kelen se mudaron a Majuro, hogar de la mitad de los 50.000 ciudadanos de la nación, un area urbana comparada con las islas exteriores. Ellos enviaron a Kelen, un estudiante destacado, a una escuela de navíos en Honolulu. Allí, cuando el tenía 19 años, fue con su clase a los muelles para ver el regreso del famoso Hokulea de un viaje a Nueva Zelanda. Despues, el regresó a Majuro como un hombre joven y se dedicó a la preservación de destrezas que se estaban perdiendo, como tejer y construir canoas. Pero sentía una tremenda ambivalencia acerca de lo que ganar recursos para preservar su cultura, o cualquier cultura nativa, parecía requerir: permitir que extranjeros, fuesen académicos o reporteros, la conocieran. La secrecía y el entrenamiento son integrales en la tradición del pilotaje de olas; explicar la di lep rompería estas características de ella aunque la inmortalizaría en libros y periódicos, quizás para inspirar a más nños marshaleses a convertirse en ri-metos. La marea estaba de salida cuando los marineros y científicos empezaron a empacar para el viaje de 70 millas de regerso a Majuro. Los lugareños cantaron otra vez y rezaron para que tuviesen un viaje seguro. Tuvieron otra fiesta y surtieron la canoa de provisiones, embaladas en cestas tejidas de pandanus, y manualidades, incluyendo una canoa de navegación de juguete, una imitación perfecta, pequeña y liviana como un pájaro. Hasta ahora, debido a que su tripulación y canoa no habían sido probadas, Kelen había considerado inseguro llevar algún pasajero a bordo de la Jitdam. Una persona más podía viajar, y él me invitó. “Youp, Youp”, llamó Binton Daniel, el maestro constructor quien había supervisado la construcción de la Jitdam, y la vela se hizó. Los marineros tejieron en arcos de personas en la playa. Las personas tejían de vuelta. Gradualmente, el sonido de las corrientes avanzando hacia el círculo de coral de la laguna se hacía más fuerte. Con un chasquido, el fondo de la canoa golpeó la punta del arrecife y se deslizó, y estábamos en aguas abiertas. Daniel soltó la vela principal y dejó que el travesaño girara hacia afuera. El primero de abordo, Jason Ralpho, un hombre de apariencia ruda de medias grises quien trabajó con Kelen en Ports Authority, y Ejnar Aerok, un gordo, cantante profesional de karaoke, aseguró la línea a un gancho. El más joven, Elmi Juonran, levantó la tapa de uno de dos cobertores y, murmurando, desapareció para hervir el agua para el ramen en una tetera grande de plata. “Él dice que es el único que sabe el código de esas puertas”, dijo Kelen. El primo de Juonran, Sear Helios, nombrado así por la tienda de departamentos que sus padres visitaron en un viaje a Honolulu, maniobraba desde la popa de la canoa con una rueda de paletas de 25 kilos. Kelen se recostó contra el mástil y miró al frente y detrás del estabilizador flotante, para estimar nuestra velocidad. Revisó su reloj de pulsera. El viento venía desde el noreste, y la corriente, dijo él, nos llevaría lejos hacia el este esa noche. Ostensiblemente, él estaba haciendo estimaciones, para hacer eso debes conocer desde donde zarpaste, a donde vas, que tan rápido y en que dirección te mueves. El pilotaje de olas, si Genz, Huth y van Vledden están en lo correcto, es más preciso; teóricamente, un piloto de olas, lanzado a ciegas en un bote en aguas marshalesas, podría seguir un grupo de señales marinas, olas de forma particular, hasta llegar a tierra. “Majuro debería estar en esa dirección”, dijo Kelen señalando. “Cierro mis ojos y miro el viento. Esta es una distancia muy corta. De nuevo, soy solo un estudiante. Estoy supuesto a cometer algunos errores”. Las protuberancias rocosas brillaban, suaves, debajo de nosotros. El ocaso reventaba en un cielo lavanda. El horizonte aparecía infinito y también muy cercano, como si hubiésemos caído en un tazón de mezclado. Alrededor de nosotros, la tripulación se desvanecía en la sombra. Ralpho encendió un cigarrillo, y la punta relumbraba anaranjada en la oscuridad. La vela ondulaba. “Este es un tipo de tranquilidad asustante”, dijo Kelen. “¿Se siente que nos movemos hacia alguna parte? Eso no es bueno. Tenemos que movernos o nos alejaremos de las islas”. Aún así, él no sonaba preocupado. Nos recostamos. El cielo estaba nublado con estrellas. Cuando era un hombre joven, dijo Kelen, había pasado algun tiempo en la costa oeste, recogiendo fresas en Oregon, trabajando en una planta de pavos, luego manejando un camión de Rent Town USA para arriba y para abajo en el Highway 101. Describió los días largos de las fresas dulces, de cortar los cuellos a las aves, de las paradas del camión y las tazas gigantes de café. Perdimos de vista al Jebro y extraviamos tres llamadas. Kelen aun podía recordar como pescaba de niño en Bikini, sus largas playas blancas. En su memoria, todos estaban felices. Periodicamente un barco del gobierno llevaba provisiones, y unos hombres con batas blancas de laboratorio le hacían pruebas a él y otros isleños con una máquina grande. Cuando el barco vino a llevárselos por su bien, Kelen pensó que solo iban a dar un paseo. Aerok empezó a cantar con una voz alta de tenor. Ralpho agregó armonía de barítono. “Es como una canción de música country”, dijo Kelen. “ ‘Te veo tan hermosa como un atardecer, y lloro cuando me voy de la playa donde estás’. Es como una canción de despedida de marineros. Desde que empiezas a cantarla es una canción, todos lo saben”. Cerré mis ojos. Los sonidos de la canoa; crujidos, desplazamientos, chirridos; trazaban su forma como dedos moviéndose sobre un rostro en la oscuridad. Me desperté con el canto de Aerok y Juonran acerca de Majuro, otra canción triste. El cielo derramaba luminosidad sobre el agua. A mi lado, Kelen también estaba despierto. “Cada vez que miro el cielo, me pregunto, ¿Cuántas Tierras hay allá afuera?” dijo él. ¿Cuántos planetas como el nuestro? Hay millones de galaxias. Debe haber algo”. Vimos caer una estrella, luego otra. “Cada vez que veo caer una estrella, pido un deseo y no se lo digo a nadie”, dijo él. “No creo en muchas cosas, pero esto es algo que me hace sentir bien, aún si no es verdad”. Para las 9:30 la mañana próxima, el sol estaba alto y los marineros se habían tranquilizado. Kelen descansaba su hombro contra el mástil, y miraba a la distancia. Si no veíamos a Majuro a las 10, dijo él, la corriente nos había arrastrado muy lejos hacia el oeste. A las 9:50, Juonran señaló, y todos siguieron su dedo a los tintes del horizonte. Kelen le dio una nalgada. Los marineros rieron. “Otra buena suposición”, me dijo Kelen. Todos los mapas son representaciones de la realidad: Ellos registran el mundo físico en símbolos y resaltan las relaciones importantes, la proximidad de una parada del metro a otra, que son invisibles al ojo. Si contar historias, la manera como estructuramos y le damos sentido a los eventos de nuestras vidas, se compara a la navegación, también la práctica de la navegación tiene que ver con contar historias, en toda su subjetividad. “Cuando yo era joven, teníamos canoas”, me dijo Kelen una tarde en Aur. “No teníamos TV. En la noche, mi padre extendía su brazo, así, y decía siéntate ahí”, él señalaba el interior de su codo, “y me contaba las leyendas de la navegación. Algunas personas tienen esos héroes, como Superman, e imaginan que son Superman. Cuando mi papá hablaba acerca de navegar, yo estaba en esa canoa”. Para enseñar a encontrar el camino, los marshaleses usan cartas de palo, placas de madera grabadas como las de los cazadores de sueños para representar los obstáculos emergiendo desde las cuatro direcciones cardinales, con un entramado de conchas marinas para simbolizar la posición de los atolones. Eso no significaba nada para los primeros exploradores europeos que las veían, así como las proyecciones de Mercator no significaban nada para los marshaleses. Aún hoy, los niños colegiales que visitan el museo histórico de Majuro se quedan sorprendidos cuando les dicen que las representaciones verdes y azules de las paredes son fotografías de donde están. Si “donde” es subjetivo y físico, ¿Qué se necesita saber, precisamente, para determinar donde estás? Desde el momento cuando nuestros ancestros nómadas salieron de África hasta hace unas décadas, para orientarte necesitabas interactuar de alguna manera con el ambiente: seguir las estrellas o una manada migratoria de bestias, aún después de leer una brújula o un semáforo. Entonces, en el tiempo que tomó la transición des los teléfonos celulares a los smartphones, nos convertimos en los primeros emigrantes no naturales de larga distancia, seguidores de instrucciones paso a paso que obviaban la necesidad de mirar alrededor. En los últimos años, organizaciones como United States military y la Federal Aviation Administration han expresado preocupación por su marcada dependencia de los GPS y la posibilidad de que las señales de la red satelital puedan ser saboteadas por un enemigo o dañadas por una fuerte llamarada solar. La United States Naval Academy cada vez más ha empezado a entrenar a sus estudiantes de mitad de carrera en como orientarse a partir de las estrellas con un sextante. Mientras los investigadores exploran con urgencia lo que el GPS le hace a nuestras mentes, el pilotaje de olas, una técnica que parece involucrar las pistas ambientales más sutiles que una persona pueda detectar, resbala, virtualmente sin ser notada, por la conciencia humana. Aún si Huth y van Vledder pudieran determinar como funciona, ellos admitieron que eso no significaba que podían sentirla o enseñarle a otros como practicarla. De vuelta en Majuro, ellos pasaron varios días tipeando notas y analizando data, apenas salían de sus habitaciones. Huth creó un mapa preliminar de la ruta y condiciones aproximadas del viento y el mar para mostrárselo a Korent Joel y ver si él podía identificar un patrón que pudiera ser la di lep. Pero cuando llegaron a su hogar de nuevo, supieron que él había ingresado al hospital la tarde anterior. Varias semanas después, lo llevaron a Honolulu via aérea, donde los cirujanos determinaron que su pierna estaba engangrenada y la amputaron debajo de la rodilla. En su ausencia, Kelen y Genz ayudaron a Huth y van Vledder a interrogar a un tio rongelapense de Joel para buscar pistas de las características de la di lep, pero no hubo nada que reconocieran como epifanías. Hasta noviembre, cuando van Vledder visitó Cambridge, Mass., donde él y Huth se autosecuestraron en la oficina de Huth. Mientras mapeaban las coordenadas que Huth había anotado encima del modelo de van Vledder de las condiciones del mar, encontraron que el camino que habían tomado era exactamente perpendicular a una corriente oriental dominante que fluía entre Majuro y Aur. Y en lugares donde la corriente, influenciada por los atolones aledaños, se inclinaba ligeramente hacia el noreste o el sureste, el camino se doblaba hasta alcanzarla. Era una curva. Todos habían asumido que una ola llamada “espinazo”debería lucir como el hueso, “Pero nadie dijo que la di lep es una línea recta”, dijo van Vledder. ¿Que tal si, conjeturaron ellos, el “camino” no es una simple ola que se refleja hacia atrás y adelante entre cada posible combinación de atolones e islas; que tal si el camino que tomas es el que mantiene tu bote a 90 grados de la corriente más fuerte que fluye entre los cuerpos vecinos de tierra? Posiciona tu lado amplio correctamente, golpea el camino de la di lep, y tu cáscara se moverá simétricamente de lado a lado, de una manera que convertiría a una calabaza suelta en péndulo y le enseñaría a un antrpólogo, un físico y un oceanógrafo una dura lección acerca del sistema gastrointestinal de adaptación a la vida en el mar. En otras palabras, resultó ser, como les había dicho el tío de Joel: La di lep se siente como pidolo, diarrea. Podríamos haber estado paseando en ella todo el tiempo. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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