viernes, 15 de abril de 2016

Un Taxista en el Gardel

Apuré el último bocado de papas fritas con ajo y apenas si entré al baño para manosear el jabón y medio estrujar la pasta dental entre los dientes. Desde hacía una semana estaba intrigado con el cartelón de aquella película. Taxi Driver, decía al tope en letras rojas sobre fondo oscuro. En los créditos distinguí los nombres que tanto aparecieron en las reseñas de los premios Oscar de 1976: Robert DeNiro; Jodie Foster, Martin Scorsese. Cuando me asomé a la penumbra de la calle Bolívar, vi de soslayo las 6:35 en la esfera del reloj. Empecé a caminar con grandes zancadas y a lamentar quedarme conversando con el profesor de psicología sobre los estados mentales. A mitad de cuadra mis zancadas se multiplicaron y a la altura de la acequia competía con los pistoneos de una camioneta Fargo. Frené en la esquina de la bloquera, aunque sonaba el timbre de la función vespertina. Había tumulto en la taquilla de galería. Atravesé el laberinto de pasadizos de madera y tela metálica y me interné en la oscuridad del teatro Gardel. Una música melancólica encajaba todas las punzadas del jazz en las rondas nocturnas de aquel veterano de la guerra de Vietnam que manejaba un taxi por las calles de Nueva York, atormentado por el insomnio, perseguido por los fantasmas de la violencia, que se precipitan en un prostíbulo donde una meretriz de 14 años recibe un trato implacable del proxeneta. El taxista convierte en reto personal, liberar a la niña de aquella pesadilla, regresa varias veces y paga solo para conversar con ella. La soledad le persigue en el taxi y él decide compensarla en el ambiente húmedo y ácido del prostíbulo. Se corta el cabello como el último de los mohicanos y cuando perpetra la violencia que termina liberando a la meretriz, el puñal de la trompeta melancólica al encenderse las luces del Gardel y regreso a casa preguntándome hasta donde puede llegar la violencia del ser humano. ¿Cuántas máscaras puede urdir para justificarla? ¿Qué otra opción hay cuando la violencia rival amenaza con segar vidas? Una rama cayó del jabillo cuando aceleraba mis pasos en el puente de la acequia, mientras imprimía toda la intensidad de mis zancadas, percibía el olor acre del prostíbulo y escuchaba en toda su estridencia el tono sombrío de la trompeta que perseguía al taxi amarillo en el laberinto neoyorquino, ya tenía con que hacer arrugar la frente al profesor de psicología en aquel inicio de cuarto año de bachillerato y distraerlo para que no hiciera el examen corto al final de la hora. Alfonso L. Tusa C.

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