viernes, 30 de octubre de 2015
Maureen O’Hara, actriz irlandesa conocida como la Reina del Technicolor, fallece a los 95 años
Anita Gates. The New York Times. 24-10-2015.
Maureen O’Hara, la spiritual actriz irlandesa quien interpretara bellezas voluntarias y tempestuosas opuestas a todo tipo de aventureros en las películas de escapistas de los años ’40 y ’50, falleció este sábado 24 de octubre en su casa de Boise, Idaho.
Johnny Nicoletti, su apoderado por mucho tiempo, confirmó su muerte.
Ms. O’Hara fue llamada la Reina del Technicolor, porque cuando ese proceso fílmico se usó por primera vez, nada parecía mostrar mejor su esplendor que su rica cabellera roja, brillantes ojos verdes y senos perfectos y complexión cremosa. Un crítico la elogió en lo que de otra manera hubiese sido un resumen negativo de la película de 1950 “Comanche Territory” con el sentimiento “Enmarcada en Technicolor, Miss O’Hara de alguna manera parece más significativa que una puesta de sol”. Hasta los creadores del proceso la reconocieron como su mejor publicidad.
Aún así muchos de las películas que hizo la joven estrella Ms. O’Hara fueron en blanco y negro. Ellas incluyeron su primera película en Hollywood, “The Hunchback of Notre Dame” (“El Jorobado de Nustra Señora”) (1939), en la cual ella personificó a la muchacha gitana Esmeralda para el Quasimodo de Charles Laughton; la ganadora del Oscar “How Green Was My Valley” (1941), en la cual ella estuvo memorable como la bella hija de la familia minera Welsh quien se casa con el hombre equivocado; “This Land Is Mine” (1943), un drama de guerra en el cual ella fue dirigida por Jean Renoir; y “Miracle on 34th Street” (1947), el clásico de la festividad en el cual ella interpretó a una ejecutiva de Macy’s cínica y moderna quien trata de prevenir a su hija de creer en Santa Claus.
Quizás la más recordada de sus películas a color fue “The Quiet Man” del director John Ford (1952), la segunda de cinco películas en la cual Ms. O’Hara protagonizó como contraparte de John Wayne. Su personaje, la orgullosa, terca y apasionada Mary Kate Danaher, se resiste a consumar su matrimonio con el boxeador irlandés-americano interpretado por Wayne hasta que él pelee por su dote. Y así lo hace él.
Como observara una vez el historiador de cine David Thomson de su presencia en la pantalla a través de su carrera, ella estaba “inclinada a poner sus manos en sus caderas, decir lo que pensaba y que le dijeran , ‘Eres preciosa cuando te enojas’”.
Esas caderas fueron vestidas con las modas de otras épocas. De las más de 50 películas que ella hizo, cerca de la mitad fueron piezas de época. Ella interpretó reinas de cantinas y esposas rancheras en películas del oeste como “Buffalo Bill” (1944) y “Rio Grande” (1950), con Wayne; princesas árabes en “Sinbad the Sailor” (1947), con Douglas Fairbanks Jr., y “Bagdad” (1949); el objeto del afecto de los piratas películas de aventuras como “The Black Swan” (1942), con Tyrone Power, y “The Spanish Main” (1945). Ella hasta interpretó a una capitana pirata en “Against All Flags” (1952), con Errol Flynn.
Wayne una vez le ofreció lo que él consideró el cumplido más grande. “Siempre he tenido muchos amigos, y prefiero la compañía de hombres, excepto por Maureen O’Hara”, dijo él. “Ella es una gran tipa”.
Maureen FitzSimons nació el 17 de agosto de 1920, en Raleigh, Irlanda, en las faldas externas de Dublin. Ella fue la segunda de seis niños de Charles FitzSimons, un gerente del negocio de las ropas y dueño a medias de un equipo de futbol, y Marguerita Lilburn, una cantante. Maureen empezó a aparecer en obras escolares desde niña y fue aceptada como estudiante en el Abbey Theater de Dublin cuando tenía 14 años.
La carrera cinematográfica de ella casi no ocurrió. Luego de aparecer en dos musicales británicos, “Kicking the Moon Around” y “My Irish Molly”, en 1938, un estudio británico arregló una prueba de pantalla. Ms. O’Hara se escandalizó con los resultados, particularmente por la manera como lucía con el maquillaje pesado y el traje dorado con extrañas mangas como alas que le habían dado para usar.
Pero Charles Laughton vio la prueba y, dijo que le gustaba algo de sus ojos. Él de inmediato la audicionó en la aventura criminal “Jamaica Inn” (1939), de la cual él era productor así como estrella. La película fue el último proyecto británico de Alfred Hitchcock antes de mudarse a Hollywood. Ms. O’Hara terminó mudándose también.
En sus primeras dos décadas en los Estados Unidos ella hizo algunas 40 películas, incluyendo cinco con Ford, algún tiempo amigo y algún tiempo enemigo a quie ella luego describió pata el periódico irlandés The Sunday Independent como “un demonio y cruel como el infierno”.
En 1960 ella interpretó el personaje titular en una versión televisiva de “Mrs. Miniver”, y de la noche a la mañana, pareció, que ella se transformó del fiero joven interés de amor, a la dependiente, bien preservada esposa/madre/viuda.
Hubo una última notable excecpción: Ella interpretó a una bailarina de salón en el western de Sam Peckinpah “The Deadly Companions” en 1961. Pero sus películas más conocidas de ese período fueron: “The Parent Trap” (1961), “Mr. Hobbs Takes a Vacation” (1962) y “Spencer’s Mountain” (1963).
Mucho antes que los paparazzi merodearan al sur de California, Ms. O’Hara tuvo un encontronazo memorable con un tabloide de celebridades. En 1957, la revista Confidential publicó un artículo que la acusaba de conducta amorosa inapropiada en un teatro de cine público. Ella demandó por libelo y presentó su pasaporte para probar que no había estado en el país cuando supuestamente ocurrió el incidente. El caso fue resuelto eventualmente fuera de la corte, pero contribuyó al cierre eventual de la revista.
Ms. O’Hara estuvo casada tres veces. En 1939, justo antes de que ella saliera hacia Estados Unidos, se casó con George H. Brown, un productor británico de películas quien luego se convirtió en el padre de la editora de revistas Tina Brown. Ese matrimonio se disolvió en 1941, y ese mismo año ella se casó con Will Price, un escritor y director. Tuvieron una hija, Bronwyn FitzSimons, y se divorciaron en 1953.
Quince años más tarde ella se casó con Gen. Charles F. Blair, un aviador de la fuerza aérea quien operaba Antilles Air Boats, una pequeña aerolinea del Caribe. La pareja vivía en St. Croix, en las Islas Vígenes, y ella dejó completamente atrás el negocio del espectáculo, al decidirse a publicar una revista, The Virgin Islander, para la cual también escribía una columna. Luego de la muerte del General Blair en 1978 ella se fue de las Antillas.
Ms. O’Hara regresó eventualmente a filmar, interpretó la madre sobreprotectora del actor John Candy en el drama cómico de 1991 “Only the Lonely”. En la próxima década protagonizó en tres películas de televisión: “The Christmas Box” (1995), “Cab to Canada” (1998) y “The Last Dance” (2000), en la cual ella personificó a una maestra retirada ayudada por un antiguo estudiante (Eric Stoltz). Esa fue su aparición final en la pantalla.
Ms. O’Hara recibió un premio Irish Film and Television en honor a su trayectoria en 2004 y publicó una autobiografía “’Tis Herself”, el mismo año.
Le sobreviven su hija, un nieto y dos biznietos.
Aunque Ms. O’Hara tomó la doble nacionalidad, estaba intensamente orgullosa de ser irlandesa. Ella sirvió como la gran mariscal del desfile de New York’s St. Patrick’s Day en 1999. Cuando un periodista le preguntó en 2004 como s mantenía tan hermosa, ella explicó: “Yo era irlandesa. Sigo siendo irlandesa. Y las irlandesas no se dejan ir”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 28 de octubre de 2015
Un esperado recreo en la escuela José Luis Ramos.
Mis expectativas por el inicio del nuevo año escolar gradaban desde el miedo por las nuevas exigencias matemáticas, hasta la curiosidad por saber quienes serían mis nuevos compañeros de quinto grado, hasta comprobar si era verdad que mis padres iban a subir la mesada de la merienda de medio a un real. Pero había un asunto que carcomía mis pensamientos más ocultos. Sabía que debía mostrar aptitudes y cualidades para que me dieran esa oportunidad, que en los años anteriores me había quedado con las ganas de experimentar.
Seguro que disfrutaba los juegos, las carreras, los acordes de Conticinio, Dama Antañona o Mañanita Caraqueña que hacían sonar las maestras en el equipo de sonido de la dirección, el momento cuando me acercaba a la cantina para comprar una empanada o un pedazo de pan dulce mojado en rojo vegetal. La oscuridad que antecedía la mesa donde una pareja de alumnos despachaban con la supervisión intermitente de su maestra, era una experiencia impactante, me parecía estar entrando a una mansión misteriosa, con secretos fantasmales. A veces descubría una locha del día anterior en el bolsillo del guardapolvo y corría de nuevo a la cantina, ya estaban por cerrar, entonces se respiraba más el aire fantasmagórico del techo lleno de telarañas en los rincones, la cara de los muchachos tras la mesa parecía una pintura del conde Drácula, pero en vez de huir asustado, me quedaba ahí, contemplando la oscuridad de la mesa y la luz que entraba por la ventana de los jardines laterales.
Desde el año anterior había quedado con la expectativa de ubicarme del otro lado de la mesa de la cantina, ordenar los dulces, los refrescos y las empanadas y empezar a despachar lo que pidieran los alumnos. La maestra me había explicado que esa tarea era de mucha responsabilidad y que los muchachos que la hicieran debían saber mucho de sumar y restar y multiplicar y dividir. Ahora me defendía bastante bien en aritmética, cuando le pregunté a la maestra de quinto grado cuando nos tocaba atender la cantina, me respondió que “cuando nos toca es mucha gente”, ese es un trabajo que solo hacen los dos mejores alumnos del salón. A partir de ese momento se desarrolló una competencia silenciosa junto a varios estudiantes. A medida que se acercaba el día, la maestra se veía más sonreída pero al revisar su lista de calificaciones, las tribulaciones invadían su rostro, tuvo que ir hasta el segundo y hasta el tercer decimal para definir quienes serían los dos elegidos. Esa tarde llegué directo a esconder las lágrimas bajo la almohada, había quedado en tercer lugar a escasas tres centésimas de punto del segundo puesto. Papá se sentó a conversar conmigo y me convenció que a veces las cosas no se dan como uno quiere.
El día cuando nuestra sección de quinto grado debía atender la cantina, faltó uno de los dos alumnos que había ganado esa responsabilidad. La maestra me llamó. Yo sentía una mezcla de emociones, por una parte me alegraba ir a hacer lo que tanto había deseado, por otra parte me sentía algo triste porque esa no era la manera como quería ganarme ese puesto. La maestra me dijo que tenía que estar muy atento con el material que iba a entregar, revisar bien los dulces, los refrescos, ir dos horas antes del recreo a conectar la nevera y meter los refrescos. Y ¡sobre todo! Me miró con ojos de búho a mí y a Santiago, mi compañero de labor. “Ni se les ocurra salir de la cantina para ir al recreo. Tienen que permanecer ahí hasta que suene el timbre. No pongan esa cara. Eso es lo que implica esta responsabilidad, sobre todo tú Alfonso, que tanto insististe que querías atender en la cantina”. Hasta ese momento no había pensado en eso, por más que trataba de animarme porque iba a atender en la cantina, sabía que iba a extrañar jugar en el recreo.
A pesar de que varias veces estuve tentado a meterme por debajo de la mesa para salir de la cantina y disfrutar del recreo, el sonido de la nevera, tener que buscar la botella de manzanita Dumbo que me pedía una niña de tercer grado, anotar cada tipo de dulce que se vendía en el cuaderno de la cantina, estrechar manos con Santiago, mi compañero en la cantina, cada vez que resolvíamos alguna dificultad como una equivocación en la entrega de un vuelto; me animaba a permanecer en el recinto de luz deficiente, comprobaba los gratos momentos que imaginaba cuando ansiaba realizar ese trabajo.
La parte más intensa, que ni siquiera imaginé en ninguno de esos años que estuve anhelando la oportunidad de atender en la cantina de la escuela, ocurrió luego de salir con las gaveras a recoger todas las botellas de refrescos, salón por salón, una vez concluido el recreo. De la dirección llamaron a la maestra y a los minutos ella vino a buscarnos a Santiago y a mí. Había dificultades para cerrar la cuenta de los refrescos, faltaban diez bolívares y la directora amenazaba con dejarnos castigados si no explicábamos que había ocurrido.
Luego de revisar todas las cuentas y descartar hacer una inspección en la cantina, más que todo porque la maestra y la sub-directora veían con temor las sombras amenazantes que empezaban a resguardar el pasillo donde estaba la puerta amarilla de la cantina, la directora emitió su veredicto, Santiago y yo pasaríamos 3 dias sin recreo y debíamos llegar a las doce y media por una semana para ayudar a acomodar los pupitres e ir a buscar la tiza para la maestra en la dirección. Mientras avanzábamos cabizbajos tras los pasos incandescentes de la maestra, Santiago me dijo que estaba casi seguro que esos diez bolívares estaban en la cantina. En medio de los reclamos de la maestra ante nuestro descuido, logré sacar un hilillo de voz para pedirle que nos dejara entrar a la cantina. Usted todavía tiene la llave. La maestra estiró la mano y ahí sobre el escritorio estaba el bronce reluciente de la llave. Dimos un rodeo por el último patio de la escuela, la maestra nos indicó que debíamos ser rápidos porque no quería problemas con la subdirectora. A pesar de su molestia se notaba un aire de esperanza en su mirada, de alguna manera ella también era responsable del incidente.
Luego de forcejear un poco con la puerta, Santiago encontró la maña de la cerradura y entramos a la cantina, ante la ausencia de luz eléctrica avanzamos arrastrando los zapatos hasta tropezar con la mesa, me agaché y empecé a tantear el piso con la mano, cuando empezábamos a escuchar el lamento de los aguaitacaminos anunciando la inminencia del anochecer, sentí una textura de papel arrugado en la mano derecha, levanté la mano y me acerqué al vidrio de la ventana, al trasluz de los restos de iluminación que venían de la calle, Santiago murmuró, ¡ese es el billete que falta, ese es! Casi levanto la mesa del cabezazo que me di cuando me levanté antes de tiempo al pasar por debajo. Cerramos la puerta y la maestra incrementaba el poema de su rostro al ver todo el polvo acumulado en las rodillas de nuestros pantalones. ¡Yo sabía, no encontraron nada! Santiago sacó el billete de su bolsillo. Y el rostro de la maestra mostró la alegría más grande que jamás le vi en aquel quinto grado.
Alfonso L. Tusa C.
lunes, 26 de octubre de 2015
El tercer hombre: El heroe olvidado del Black Power (Poder Negro).
James Montague, CNN. 25-04-2012.
Puntos clave de la historia.
En México 1968, el velocista australiano Peter Norman ganó la medalla de plata en los 200 metros planos.
Él fue el tercer hombre del podio durante el saludo del Black Power.
Norman fue aislado a su regreso a Australia por unirse a la protesta.
Una película arroja nuevas luces sobre su papel en uno de los momentos más simbólicos del deporte.
Es quizás la fotografía deportiva más icónica jamás tomada.
Capturado en la ceremonia de las medallas de los 200 metros masculinos de los Juegos Olímpicos de México 1968, el velocista estadounidense Tommie Smith se para desafiantemente, con la cabeza inclinada, su mano empuñada en un guante negro hacia el aire.
Detrás de él su compañero estadounidense John Carlos se une con su propio saludo Black Power, un acto de desafío que apuntaba hacia la segregación y el racismo que reverberaba en su país.
Ese fue un acto que escandalizó los Juegos Olímpicos. Smith y Carlos fueron enviados a casa para su desgracia y vetados de los Juegos Olímpicos de por vida. Pero fueron tratados como héroes a su regreso por la comunidad negra al sacrificar su gloria personal por la causa. La historia, también, ha sido cordial con ellos.
Aún así, pocos saben que el hombre parado frente a ellos, el velocista australiano Peter Norman, quien sorprendió a todos al pasar a Carlos y ganar la medalla de plata, jugó su propio y crucial papel en la historia deportiva.
En el lado izquierdo de su pecho él usaba un logo pequeño que leía: “Olympic Project for Human Rights” (“Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos”), una organización fundada el año anterior opuesta al racismo en el deporte. Pero mientras Smith y Carlos son ahora reconocidos como pioneros de los derechos humanos, el logo fue suficiente para terminar efectivamente la carrera de Norman. Él regresó a casa en Australia como un paria, sufrió sanción no oficial y el ridículo de ser el hombre olvidado en el saludo del Black Power. Nunca más volvió a correr en los Juegos Olímpicos.
“Salute!”. Película que hace la crónica del momento famoso.
“Tan pronto como él llegó a casa fue odiado”, explica su sobrino Matthew Norman, quien ha dirigido una película nueva, “Salute!”, acerca de la vida de Peter antes y después de los Juegos Olímpicos de 1968.
“Muchas personas en Estados Unidos no se dieron cuenta que Peter había tenido un papel mucho más grande que cumplir. Él era el quinto más rápido del mundo, y su carrera todavía es un record para la Commonwealth. Y aún así no fue a Munich (Juegos Olímpicos de 1972) debido a su participación en aquel saludo. Él habría ganado una medalla de oro”.
“Él sufrió hasta el día de su muerte”.
Una escogencia oscura.
Peter Norman creció en un distrito de clase obrera de Melbourne. Como juvenil no tenía como pagar los implementos para jugar futbol australiano, su deporte favorito. Pero su padre consiguió prestado un par de zapatos de segunda mano, y su talento de velocista fue reconocido de inmediato. Aun así, Norman era una escogencia oscura cuando el hombre de 28 años llegó a la pronunciada altitud de Ciudad de México. Era la primera vez que corría en una pista olímpica, y él se perdía en el aire.
“Yo podía sentir mis rodillas rebotando alrededor de mi barbilla”, dijo Norman en “Salute!”
“¡Eso alargó mi zancada en casi cuatro pulgadas!”
Fueron los eventos extra pista los que habían dominado los días previos a los Olímpicos de 1968. En Estados Unidos, el movimiento de los derechos civiles peleaba batallas callejeras con la policía y el ejército a lo largo del país contra la segregación y el racismo. Martin Luther King Junior y Robert Kennedy habían sido asesinados y la guerra de Vietnam estaba en su apogeo.
Mientras tanto en México, cientos de estudiantes que protestaban fueron masacrados en la víspera de los juegos. El régimen disimuló sus muertes mientras llegaban los atletas.
Australia también, estaba en medio de una disputa racial. La política “White Australia” del país había provocado protestas. Esta implicaba fuertes restricciones a la inmigración no blanca, y una serie de leyes prejuiciosas contra la población aborigen, incluyendo una política de tomar los niños aborígenes de sus padres biológicos para entregárselos en adopción a parejas blancas, una práctica que continuó hasta los años ’70.
Amenaza inesperada.
Aunque Norman era un declarado antiracista, nadie esperaba alguna demostración importante en México. El Comité Olímpico Australiano había establecido tres reglas a seguir para él. La primera era repetir su tiempo de calificación antes de los Juegos. “La regla número dos: no terminar último en ninguna prueba”, recordó Norman.
“Tercera, y bajo ninguna circunstancia, no ser vencido por un Pom (un corredor británico)”.
Norman había sido previamente ignorado por el equipo estadunidense, quienes habían asumido que ganarían todas las medallas en los 200 metros, pero él entró en su radar cuando rompió el record Olímpico en una de las pruebas preliminares.
“Cuando vi a Peter por primera vez, me dije, ‘¿Quién es este tipo blanco pequeño?’”, le dijo Carlos a CNN.
Él pronto lamentaría el desprecio. Cuando llegó la final de los 200 metros, todos los ojos se posaban sobre el duo estadounidense. Se esperaba que Smith ganara fácilmente (“No serías capaz de alcanzarlo ni con una motocicleta”, fue la conclusión de Norman) pero la especulación se centraba en que gesto político podían hacer los atletas estadounidenses en el podio.
Sonó el pistoletazo de partida y Smith se embaló hacia el oro. Pero desde la nada Norman fluyó como una exhalación en los últimos 50 metros, alcanzó la meta antes que un sorprendido Carlos. El tiempo de Norman de 20 segundos clavados habría ganado el oro cuatro años después en los Juegos Olímpicos de Munich y en los Juegos Olímpicos de Sydney en 2000.
Una decisión transcendental.
Smith y Carlos ya habían decidido hacer una declaración en el podio. Iban a usar guantes negros. Pero Carlos dejó los suyos en la Villa Olímpica. Fue Norman quien sugirió que usaran un guante en manos alternas. Norman no tenía manera de hacer su protesta. Así que le pidió a un miembro del equipo de remo de de Estados Unidos su logo de "Olympic Project for Human Rights", para mostrar solidaridad.
“Él vino a mí y me dijo, ‘¿Tienes uno de esos botones, compañero?’, dijo el remero de Estados Unidos Paul Hoffman. “Si un australiano blanco me pregunta por un logo de Olympic Project for Human Rights, entonces por Dios que tendría uno. Yo solo tenía uno, el cual era mío, así que lo arranqué y se lo dí”.
Los tres hombres caminaron hacia su destino. Las medallas fueron entregadas antes que los tres se voltearan hacia las banderas y empezara a sonar el Star Spangled Banner.
“No pude ver lo que estaba pasando”, dijo Norman del momento.
“Yo sabía que ellos habían avanzado con sus planes cuando una voz en la multitud cantaba el himno estadounidense pero entonces se disolvió en la nada. El estadio enmudeció”.
La respuesta fue inmediata para Smith y Carlos, quienes fueron enviados a casa. A Norman nunca le dieron la oportunidad de acercarse a un paso. Nunca más fue escogido para correr en unos Olímpicos.
“Me habría gustado mucho ir a Munich pero recibí las miradas fruncidas del poder que dominaba en pista y campo”, dijo el en “Salute!”
“Yo había clasificado 13 veces para los 200 metros y 5 veces para los 100 metros pero ellos prefirieron dejarme en casa a llevarme a Munich”.
¿Vetado en su propio país?
Norman se retiró del atletismo inmediatamente al saber que había sido sacado del equipo que iba a Munich. Nunca regresaría a la pista. Ni sus logros fueron tomados en cuenta 28 años después cuando Sydney organizó los Juegos Olímpicos de 2000.
“En los Juegos Olímpicos de Sydney él no fue invitado para ningún acto”, dice Matthew Norman.
“No hubo lamentos. Él era el velocista olímpico más grande de nuestra historia”.
Peter Norman siguió siendo el hombre olvidado en su propio país. Tan pronto como la delegación estadounidense descubrió que Norman no iba a asistir, el Comité Olímpico de Estados Unidos hizo los arreglos para que él volara a Sydney para ser parte de su delegación. Él fue invitado a la fiesta de cumpleaños del corredor de 200 y 400 metros Michael Johnson, donde iba a ser invitado de honor. Johnson estrechó su mano, lo abrazó y declaró que Norman era uno de sus heroes más grandes.
“Peter no fue sancionado…no estamos seguros de porque no fue seleccionado en 1972 pero no tuvo nada que ver con lo que pasó en México”, declaró el Comité Olímpico Australiano (AOC) a CNN cuando le preguntaron por la exclusión de Norman del equipo que había viajado a Munich.
“Peter no fue excluido de ninguna de las celebraciones de Sydney 2000”.
El AOC señala que al velocista más grande de todos los tiempos en Australia le habían dado varios papeles cruciales en las festividades.
“Él representó a la AOC en varios anuncios de selecciones de equipos, incluyendo el anuncio del equipo de tenis de mesa en su ciudad de Melbourne antes de los Juegos de Sydney”.
Recordando a Peter Norman
Cuando se estrenó “Salute!” en Australia en 2008 causó sensación, rompió records de taquilla. En un país conocido por su reverencia a las leyendas deportivas, muchos estaban escuchando la leyenda de Norman por primera vez. Pero el nunca vería la película que traería de vuelta sus logros a la conciencia pública.
Peter Norman falleció de ataque cardíaco el 9 de octubre de 2006.
En el funeral, Smith y Carlos pronunciaron la eulogía, allí anunciaron que la asociación de Pista y Campo Estadounidense había declarado el día de su muerte como “El Día de Peter Norman”, la primera vez en la historia de la organización que tal honor había sido concedido a un atleta foráneo.
Ambos hombres ayudaron a cargar su urna antes que fuera bajada a la fosa. Para ellos, Norman era un héroe, “Un soldado solitario”, de acuerdo a Carlos, por su pequeña pero determinada actitud contra el racismo.
“Él pagó el precio. Esta era la manifestación de Peter Norman por los derechos humanos, no Peter Norman apoyando a Tommie Smith y a John Carlos”, dijo Smith a CNN. Los tres habían seguido siendo amigos desde su oportunidad de conocerse en aquel podio de Ciudad de México hace 44 años.
Él era un tipo blanco, un tipo blanco australiano, entre dos tipos negros en ocasión de la victoria de creer en la misma cosa”.
Un legado de orgullo.
Sin discusión el precio más alto que Norman pagó fue el hecho de que su carrera en la final de los 200 metros había sido opacada por el saludo Black Power. Hasta el día de hoy esa actuación individual de un velocista permanece como una de las mejores e inesperadas demostraciones del atletismo de los Juegos Olímpicos modernos.
Al terminar la final, Norman había recortado medio segundo a su mejor tiempo. Su potencial total aun estaba por verse, aún luego de la ignominia de su regreso a casa, Norman no guardó rencor.
“Se ha dicho que compartir mi medalla de plata con el incidente del acto de premiación, perjudicó mi actuación”, explica Norman al final de “Salute!”
“Al contrario, tengo que confesar, que estuve orgulloso de ser parte de eso”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
La muerte solitaria de George Bell
Cada año, alrededor de 50000 personas mueren en Nueva York, algunas solitarias e invisibles. Aún en tal estado de anonimato, la muerte puede causar una sorprendente cantidad de actividad. Algunas veces, en ese transcurso, los secretos de una vida son revelados.
N.R. Kleinfield. The New York Times. 17-10-2015.
Lo encontraron en la sala, doblado sobre la alfombra. Lo hizo la policía. Al olisquear un olor fétido, un vecino llamo al 911. El apartamento estaba al centro norte de Queens, en un edificio poco llamativo de la 79th Street en Jackson Heights.
El apartamento pertenecía a George Bell. Él vivía solo. Por tanto la presunción era que el cadáver también pertenecía a George Bell. Era una suposición plausible, pero siguió siendo solo eso, porque el cuerpo que yacía abombado en el piso estaba descompuesto e irreconocible. Claramente el hombre no había muerto el 12 de julio, el sábado del año pasado cuando fue descubierto, ni el día anterior, ni el anterior a ese. Él había estado tendido ahí por un buen rato, para nada anunció su partida al mundo, mientras la hiperquinética ciudad que lo rodeaba se aceleraba en sus negocios.
Los vecinos lo habían visto por última vez seis días antes, un domingo. El jueves hubo un salto en su rutina. El carro que él siempre mantenía en el frente y lo movía de un lado de la calle al otro para cumplir con las normas de estacionamiento, estaba en el lado equivocado. Había una boleta debajo del limpiaparabrisas. La mujer de al lado llamó a Mr. Bell. Su teléfono sonó y sonó.
Entonces el olor a muerte y la policía y la profunda razón por la que George Bell no movió su carro.
Cada año mueren alrededor de 50000 personas en Nueva York, y cada año la tasa de mortalidad parece alcanzar un nuevo punto bajo, con las personas viviendo más sanas y longevas. Una gran mayoría de los difuntos tienen familiares y amigos quienes pronto saben de su desaparición y van llorosos a su funeral. Aparece una reverente noticia de muerte. Se acumulan las tarjetas de condolencia. Cuando muere una celebridad o hay una muerte dolorosa de un inocente, la ciudad entera podría llorar.
Un número mucho más pequeño muere solo en dificultades ocultas. Nadie traslada sus cuerpos. Nadie vela la conclusión de una vida. Ellos son un nombre añadido a las estadísticas de muertes. En el año 2014, George Bell, 72 años, estuvo entre esos nombres.
George Bell, un nombre simple, dos sílabas, el mínimo. No había respuestas obvias a quien era él o que forma había tomado su vida. Cuales preocupaciones gravitaban sobre él.. A quién amaba y quien lo amaba.
Como la mayoría de los neoyorquinos, él vivía en las esquinas, bajo la luz pálida de la oscuridad.
Aún en tal estado de anonimato, la muerte puede causar una sorprendente cantidad de actividad, al establecer un proceso elaborado que involucra a una mezcla heterogenea de personajes intercomunicados cuyas vidas fluyen en parte o en todo desde la muerte.
Con George Bell, las olas del proceso se derramarian improbable y aparentemente por accidente desde las sombras de Queens hasta el norte de Nueva York y Virginia y Florida. Docenas de personas quienes nunca lo conocieron, todos piezas de la complicada maquinaria de mortalidad de la ciudad, los encontraría estableciendo los asuntos de un hombre ordinario quien dejó este mundo sin que nadie en particular lo notara.
Al descubrir una muerte, se encuentra la historia de una vida y quizás un significado. ¿Podría algo en el mapa de la existencia de George Bell haber explicado su final solitario? Posiblemente no. Pero era verdad que George Bell murió llevándose algunos secretos. Secretos acerca de como vivía y secretos acerca de lo que más le importaba. Esos secretos traerían lamentos. A la vez, ellos enviarían recompensas. La muerte hace eso. Cierra puertas pero también las abre.
Una vez que los bomberos habían forzado la puerta aquella tarde de julio, la policía entró a un apartamento abatido recargado de posesiones, una parodia grotesca de la condición “vive bien”. Claramente, el ocupante había sido un acumulador de bienes.
Los oficiales del 115th Precinct (Distrito) llamaron a la oficina del examinador médico, la cual se ocupa de muertes sospechosas y cuerpos no identificados, y llegó un investigador médico legal. Su tarea era determinar acciones indebidas y buscar evidencia que pudiera ayudar a localizar a sus familiares e identificar el cuerpo. En pocas palabras, estaba claro que no había ocurrido nada criminal (no había señales de violencia, heridas de bala, sangre coagulada).
Un paramédico del departamento de bomberos hizo el pronunciamiento obvio de que el hombre estaba muerto; hasta de un esqueleto se debe declarar que no tiene signos vitales. El cuerpo fue encerrado en un saco de residuos humanos. Un equipo de transporte de la oficina del examinador médico lo llevó a la morgue del Queens Hospital Center, donde fue depositado en uno de 100 compartimientos refrigerados, enfriados a 35 ºF.
Le corresponde a la policía notificar al más próximo de los familiares, pero los vecinos no conocían a ninguno. Los detectives tomaron algunos nombres y teléfonos del apartamento, llamaron y no consiguieron nada: El hombre no tenía esposa, ni hermanos. La policía estima que localiza a los familiares 85 % del tiempo. Con George Bell se poncharon.
En la morgue de Queens, el personal de identificación empezó a trabajar. Algo como el 90 porciento de los cadáveres que llegan a las morgues de las ciudades son identificados por familiares o amigos luego que les muestran fotografías del cuerpo. La mayoría de los restos salen para se enterrados en pocos días. En cuanto al resto, las cosas se complican.
La resolución más fácil es la aportada por las huellas dactilares; de otra manera se utilizan los registros dentales y médicos o, como último recurso, por ADN. El examinador médico también puede hacer una identificación contextual; cuando todos los elementos son considerados y ninguno de ellos aporta certeza, se puede hacer un tipo de identificación circunstancial.
Las huellas dactilares fueron tomadas, lo cual requirió días debido a la pobre condición de los dedos. Tuvieron que utilizarse técnicas avanzadas, tales como sumergir los dedos en una solución para suavizarlos. Las impresiones fueron enviadas a la ciudad, estado y bases de datos federales.
Una vez que transcurrieron nueve días y no apareció ningún familiar, el examinador médico reportó la muerte a la oficina del administrador público de Queens County, una agencia oscura que opera fuera del edificio de la corte suprema del estado en la vecindad de Jamaica. Sus austeras oficinas están adyacentes a la corte de los surrogados, familiarmente conocida como la corte de los viudos y los huérfanos, donde se prueban los testamentos y las batallas a menudo se efectúan por el muerto.
Cada condado de Nueva York tiene un administrador público para manejar las propiedades cuando no hay nadie más quien lo haga, más comunmente cuando no hay testamento ni herederos conocidos.
Los administradores públicos tienden a llamar la a tención solo cuando las quejas sobrepasan su competencia o sus honorarios o su tendencia a dirigir lugares de poder político. O cuando actúan fuera de la ley. El año pasado, un antiguo consejero de mucho tiempo, el administrador público del condado del Bronx resultó culpable de un gran robo, mientras llevaba los libros del Kings County, el administrador público fue sentenciado a prisión por robar al muerto.
Auditorías recientes del controlador de la ciudad encontraron disfunciones manifiestas en ambas oficinas, de las cuales los ocupantes dijeron que habían estado exageradas. La auditoría más reciente de la oficina de Queens, en 2012, no presentó puntos significativos.
La unidad de Queens emplea a 15 personas y procesa algo como 1500 muertes al año. Dirigida por la surrogado de Queens, Lois M. Rosenblatt, un abogado, que ha sido directora de la oficina por los pasados 13 años. La mayoría de los casos llegan desde hogares de cuidados, otros desde el examinador médico, guardias legales, la policía, enterradores. Mientras una mayoría de propiedades tiene un valor de menos de 500 $, una ha sido valorada en 16 millones $. Las propiedades pequeñas se pueden mover rápidamente. Las más grandes se extienden desde 12 a 24 meses.
La oficina extrae una comisión que empieza en 5 porciento de los primeros 100.000 $ de una propiedad y luego disminuye, ese dinero va al fondo general de la ciudad. Un 1 por ciento adicional va a la oficina de gastos. El consejero de la oficina, quien por 23 años ha sido Gerard Sweeney, un abogado privado quien principalmente hace el trabajo legal del administrador público, obtiene un honorario legal que empieza en 6 porciento de los primeros 750.000 $ de la propiedad.
“Puedes morir en tal anonimato en Nueva York”, le gusta decir. “Hemos tenido instancias de personas muertas por meses. Nadie los encuentra, nadie los reclama”.
El hombre que presumía ser George Bell se unió a esos casos, una llegada fresca que Ms. Rosenblatt visualizó como nada especial.
Mientras tanto, el examinador médico necesitaba registros, los rayos X se los daría, para confirmar la identidad del cuerpo. La oficina tomó su propia placa de rayos X de tórax pero aún requería de otras anteriores para comparar.
La oficina del examinador médico no tenía idea de cuales doctores había visto el hombre, en una maniobra al azar, el personal empezó a llamar a hospitales y doctores de la vecindad, en un patrón que irradiaba hacia afuera desde el apartamento de Jackson Heights. A quien fuera que contestara le preguntaban si por casualidad habían atendido algún George Bell.
Tres investigadores trabajan para el administrador público de Queens County. Ellos buscan a través de las residencias de los desaparecidos, escrutan sus hogares por pistas como cuales eran sus pertenencias, quienes eran sus familiares. Es un tipo de trabajo peculiar, ver lo que extraños tenían en sus armarios, lo que colgaban en las paredes, que desodorante les gustaba.
El 24 de julio, dos investigadores, Juan Plaza y Ronald Rodriguez, entraron a los predios del apartamento de Bell, vestidos con trajes a prueba de sustancias tóxicas y botas. Los investigadores trabajan en parejas, para evitar a los ladrones.
Tan inhóspito como era el lugar, ellos habían visto peores. Un apartamento tan cargado de pertenencias, que la arrendadora, se moría tratando de pararse, era incapaz de caerse al piso. O el lugar del que ellos escaparon aplastando cantidades de pulgas.
Si, ellos vieron una existencia humana donde otros no lo hicieron.
Mr. Plaza había sido oficinista de manejo de data antes de llegar a su campo macabro en 1994; Mr. Rodriguez había sido mesero y encontró su interés en 2002.
¿Qué califica a alguien para ese trabajo? Ms. Rosenblatt, la directora de la oficina, lo resumió así: “Las personas deben estar dispuestas a entrar a esos apartamentos horrorosos”.
Los dos hombres deambularon a través de la anarquía inédita, 800 pies cuadrados, una habitación. Un mal olor enrareció el aire. Mr. Plaza untó sus fosas nasales con una barra de mentol y alcanfor. Mr. Rodriguez se salió por un momento. El alcanfor molestaba su nariz.
La única cama era un sofá plegable en la sala. La habitación y el baño parecían devastados. La cocina estaba embadurnada de basura y desordenada, billetes de lotería viejos de más de diez años que habían fallado en acertar. Una lista de compras en el piso leía: sal marina, ajo, zanahorias, brocoli (dos paquetes), “TV Guide”.
El lavaplatos no funcionaba. La estufa de placas no tenía botones y parecía no haber sido usada para cocinar por mucho tiempo.
Los hombres escarbaron por un testamento, papeles de cementerio, documentos financieros, un libro de direcciones, computadora, teléfono celular, ese tipo de cosas. Las fotografías podrían mostrar familiares, podría ser una mamá o una hermana esa mirada de la foto de la repisa.
Los objetos portátiles de valor iban a ser recuperados. ¿Un Vermeer cuelga de la en la pared? Tómalo. Una vez encontraron 30.000 $ en efectivo, otra vez un Rolex entro de un radio. Pero la barra no está tan alta: En una ocasión, ellos encontraron una fotografía del muerto con un uniforme de los Knights de Malta.
En la luz mortecina ellos sacaron papeles de una mesa y de algunas gavetas de la sala. Encontraron 241 $ en billetes y 187.45 $ en monedas. Un reloj Relic no parecía especial, pero ellos lo pusieron en una caja.
Ajustados a las paredes estaban una cabeza de oso, varias cornetas y algunas fotografías militares de aviones y buques de guerra. Sobre el sofá colgaba una foto de la secuencia de un paracaidista en un aterrizaje, con un registro de certificado del primer salto de George Bell en 1963. Cartones de comida china y cajas de pizza proliferaban alrededor. Los estantes estaban repletos de cintas de música y video: “Top Gun” ,“Braveheart”, “Yule Log”.
Un calendario de Lucky Market colgaba en el baño, abierto en agosto de 2007.
Acumular cosas es una muestra atenuada de desorden mental, muy poco entendido, que lleva a las personas hacia actos incoherentes; quienes sufren de esto pueden comprar productos simplemente para tenerlos. Entre el desorden había media docena de forros de mesa de planchar sin abrir, varios paquetes de luces de navidad, cuatro medidores de presión de neumáticos nuevos.
Los investigadores regresaron dos veces más, revisaron más papeles, hallaron otros 95 $. No encontraron teléfonos celulares, computadoras ni tarjetas de crédito.
Desplazarte a través de los efectos personales del muerto, percibir la miseria de estas habitaciones, puede colorear tus pensamientos. El trabajo cambia a las personas, y este ha cambiado a estos hombres.
Mr. Rodriguez, de 57 años y divorciado, tiene un mayor sentido de la urgencia. “Trato de llevar la vida como si fuera el último día”, dijo él. “Nunca sabes cuando morirás. Antes de esto, tomaba las cosas como si fuera a vivir por siempre”.
La soledad de tantas muertes desgasta a Mr. Plaza, el miedo de que algún día será él quien esté derribado en el piso de uno de estos apartamentos silenciosos. “Este trabajo te enseña mucho”, dijo él. “Aprendes que cualquier cosa material que tienes, debes usarla y compartirla. Compartirte a ti. Las personas mueres sin nadie con quien hablar. Mueren y los familiares salen de la nada. ‘Él era mi tío. Él era mi primo. Dame lo que él tenía’. Dame, dame. Aunque cuando él estaba vivo, ellos nunca lo visitaban, nunca conocieron a la persona. Al trabajar en esta oficina, mi vida cambió”.
Él tiene 52 años, también divorciado, sin hijos, pero se mantiene ampliando su grupo de amigos. Cada día les envía mensajes motivacionales por Instagram: “Con cada amanecer, debemos valorar cada minuto”, “Se agradable, sonríe al mundo y este te sonreirá”, “Comparte tu vida con tus seres queridos”; “Ama, disculpa, olvida”.
Él dijo: “Cuando yo muera, alguien me encontrará el mismo día o el siguiente. Debido a que he trabajado aquí, mi lista de amigos se ha hecho más y más amplia. No quiero morir solo”.
En su cubículo de Queens, usando guantes de goma, Patrick Stressler revisaba el paquete de documentos recuperado por los dos investigadores. Mr. Stressler, el supervisor de la oficina del administrador público, responsable de ordenar las propiedades de George Bell, es formalmente un “agente de propiedades de difuntos”, un título que él encuentra útil para romper el hielo en conversaciones de fiestas. Tiene 27 años, y había sido cajero de restaurant hace cinco años cuando se enteró que podía ser agente de propiedades de difuntos y se convirtió en uno.
Él empezó con las fotografías. Mr. Stressler se mezcla con las partidas de la personas que nunca podrá conocer y especialmente le gusta ponderar las fotos de manera de “obtener un sentido de la historia de una persona, no que ellos solo murieron”.
La fotografías ocasionales abarcaban la totalidad de la vida. Un niño usando cartuchera y pistolas de juguete. Un hombre vestido de militar. Pescadores. Una mujer joven sentada en una silla en una esquina. Una clase de secundaria en escena, cada uno usa una máscara negra. “Eran tiempos diferentes”, musitó Mr. Stressler.
Al final, las fotos divulgaron poco de lo que George Bell había hecho en sus 72 años.
La gruesa capa de papeles aportó pocos frutos. Un pasaporte sin usar, expedido en 2007 a George Main Bell Jr., muestra a un hombre de cuello grueso con una cara carnosa desgastada por el tiempo, nacido el 15 de enero de 1942. Los documentos esteblcieron que su padre, George Bell, murió en 1969 a los 59 años, su madre, Davina Bell, en 1981 a los 76.
Algunas tarjetas de días festivos. Algunas de una Elsie Logan de Red Bank, N.J., agradeciéndole por los regalos de chocolates Godiva. Una fechada en 2011, decía: “Llamé el domingo alrededor de las 2, no hubo respuesta. Trataré de nuevo”. Una tarjeta de Dia de Acción de Gracias de 2007 dice, “He estado tratando de llamarte, no hay respuesta”.
Una tarjeta de navidad de 2001 firmada, “Siempre te amaré, Eleanore (Puffy)”, con el mensaje: “Pocas veces lo digo, pero espero que te des cuenta cuanto significa tenerte como amigo. Me importas mucho”.
Tarjetas de Thomas Higginbotham, dirigidas a “Big George” y firmadas “tu amigo, Tom”.
Un hallazgo dorado: un block H&R preparado con retornos de impuestos, útil como objeto divino. El último ajustaba un ingreso bruto de 13.207 $ por una pensión más intereses, otro por 21.311 $ por seguro social. Las declaraciones del banco contenían la revelación más grande: Para lo que parecía ser una vida simple, ellos mostraban balances de varios cientos de miles de dólares. Fueron enviadas cartas para confirmar las cantidades.
No había evidencia de existencias o vínculos, pero si una pequeña póliza de seguro de vida, con sus padres como beneficiarios. Y había un testamento, fechado en 1982. En e´l se dividían las propiedades a partes iguales entre tres hombres y una mujer de relación desconocida. Y especificaba que George Bell sería cremado.
Usando las direcciones que encontró en línea, Mr. Stressler envío cartas pidiendo a los cuatro que lo contactaran. Oyó de un Martin Westbrook, quien llamó desde Sprakers, una villa al norte de Nueva York, y dijo que no había hablado con George Bell en algún tiempo. El testamento lo nombraba como ejecutor, pero el declinó hacia el administrador público.
Los cabos sueltos empezaron a ser ajustados. El carro, un Toyota RAV4 2005 plateado, fue enviado a un subastador. Había una nota de advertencia de que George Bell no había respondido a dos cuestionarios del jurado y ahora estaba sujeto a presentarse ante el comisionados de jurados; una carta fue enviada para decir que el no haría acto de presencia. Estaba muerto.
Si lo que hay dentro de un apartamento tiene valor, las compañías de subastas se encargan de ello. Cuando no lo hacen, “las compañías de limpieza” disponen de las pertenencias. El lugar de George Bell fue declarado una limpieza.
Entre sus papeles había una honorable baja militar de 1966, luego de seis años en la United States Army Reserve. Fue realizada una petición al departamento de asuntos de veteranos, a la administración nacional de cementerios, en San Luis, para un entierro en sus cementerios nacionales, con pago del gobierno.
San Luis respondió que George Bell no calificaba como veterano, al no haber tenido servicio activo o haber muerto mientras estaba en la reserva. El administrador público apeló el rechazo. Una semana después, 16 páginas regresaron de la unidad centralizada de procesamiento satelital y apelaciones que podían ser resumidas con una conclusión clara: No.
Otra cosa de la que el administrador público se hace cargo es de hacer que la oficina de correos le envíe la correspondencia del difunto. Pueden llegar declaraciones desde las casas de intermediarios. Las cartas podrían rebotar hacia los familiares. Cuando las revistas llegan, las subscripciones son finalizadas y solicitados los reembolsos. Podrían ser 6.82 $ o 12.05 $, pero las ínfimas sumas entran a las propiedades, incrementándolas.
No llegó mucho para George Bell: estados bancarios, una nota del seguro del apartamento, cuentas de servicios, correspondencia de publicidad.
Cada vida merece llegar a un lugar final de descanso, pero no todas son preciosas. La mayoría de las propiedades llegan con el administrador público luego que el cuerpo ha sido enterrado por familiares o amigos de acuerdo con un plan prepagado.
Cuando alguien muere en la pobreza y abandonado, y una de varias organizaciones de entierros gratuitos no saben del caso, el cuerpo termina uniéndose a otros en el olvido comunal en el campo de los reclamos de Hart Island en el Bronx, el cementerio de último recurso.
Si hay fondos, el administrador público rinde honor a los deseos del testamento o de los familiares. Cuando nadie habla por el difunto, la oficina se inclina por dos calamidades, los cementerios de tasas bajas de Nueva Jersey.Se prefiere que el gasto total esté por debajo de 5.000 $, no siempre fácil en una ciudad donde los costos fúnebres y de entierro pueden ser múltiplos de eso.
Simonson Funeral Home de Forest Hills fue escogida por Susan Brown, la sustituta del administrador público, para encargarse de George Bell una vez que su identidad fue verificada. Está entre 16 regulares en las que ella rota las muertes de la oficina.
El cuerpo de George Bell no fue el primero en quedar atrapado en el limbo. Hace algunos años, uno había flotado por semanas mientras los hermanos peleaban por los detalles del funeral. La hermana del difunto quería que tocara un cuarteto de barbería y una banda de metales; un hermano prefería algo solemne. La corte de surrogados se pronunció a favor de la hermana, y el hombre obtuvo un melodioso rechazo.
El examinador médico no estaba teniendo ninguna fortuna con George Bell. Las llamadas frías a doctores y hospitales continuaron, pero las preguntas rebotaban alrededor de Queens, las respuestas regresaban lentas y redundantes: nada de George Bell.
Mientras tanto, el examinador médico archivó un certificado de muerte no verificado, el 28 de julio. La causa de la muerte fue determinada como enfermedad hipertensiva y arterioesclerosis cardiovascular, con obesidad como factor significativo. Esto fue asumido, basados en la posición en que fue encontrado el cuerpo, su edad, el tamaño del hombre y la probabilidad estadística de que esta sea la causa. La ocupación fue descrita como desconocida.
La ley de la ciudad especifica que los cuerpos sean enterrados, cremados o enviados desde la ciudad dentro de cuatro dias despues del descubrimiento, a menos que se presente una excepción. El examinador médico puede enviar a enterrar hasta un cuerpo no verificado. Si la ausencia de un cadáver es confirmada, sin embargo, la política del examinador médico es no permitir cremación. ¿Qué tal si ha habido un error? No puedes descremar a alguien.
Así los días pasaron. Otros cadáveres llegaron a la morgue, haciendo pausas en su camino a la tumba, mientras el cuerpo que se presumía era e George Bell llegaba a su segundo mes de residencia refrigerada. Luego su tercero.
A principios de septiembre del año pasado, un vecino del piso de abajo se quejó ante el administrador público de que el refrigerador de George Bell estaba filtrando hacia el techo y que pudiera estar empezando a generarse una colonia de hongos.
Grandma’s Attic Cleanouts fue enviada a remover el equipo del problema. Diego Benítez, el dueño de la compañía, llegó con dos trabajadores.
El refrigerador estaba desconectado, con vegetales congelados descongelados y comida china descompuesta en su interior. Las cucarachas habían llegado. Mr. Benitez les dio una dosis de atomizador para plagas. Conectó el refrigerador para enfriar la comida y disminuir el olor, entonces limpió y llevó los residuos a un centro de reciclado en Jamaica. Pocas semanas después, llegó Wipeout Extermining y trató todo el lugar.
Mientras tanto, el examinador médico siguió llamando en búsqueda de viejas placas de rayos X. A finales de septiembre, la undécima llamada pagó dividendos. Un proveedor de radiología tenía rayos X de tórax de George Bell fechados en 2004. Estaban en un almacen, y tomaría algún tiempo recuperarlos.
Las semanas avanzaron. A finales de octubre, el servicio de radiología reportó: lo sentimos, los rayos X habían sido destruidos. El examinador médico pidió confirmación por escrito. La respuesta regresó: No se preocupe, los rayos X estaban ahí. A comienzos de noviembre, estos llegaron a la oficina del examinador médico.
Los rayos X fueron comparados, y bingo. En la primera semana de noviembre, casi cuatro meses después que había llegado, el presumido cadáver de George Bell se convirtió oficialmente en George Bell, difunto, de Jackson Heights, Queens.
Ambiente frío. Rayos de sol se despliegan sobre Queens. La mañana sabatina del 15 de noviembre, John Sommese subió a una carroza fúnebre, se desplazó en el tráfico y manejó hacia la morgue. Él es dueño de Simonson Funeral Home. A los 73 años, él permanecía trabajando como dueño en una ciudad de muertes acechantes.
En la morgue, un empleado sacó el cuerpo del compartimiento, y el examinador médico y el enterrador revisaron la tarjeta de identidad. Con la ayuda de un brazo hidráulico, el empleado depositó el cuerpo en la urna de madera. George Bell por fin iba a su hogar eterno.
La urna fue desplazada hacia afuera y guiada a la parte trasera de la carroza funeraria. Mr. Sommese extendió una bandera estadounidense sobre esta. Las fuerzas armadas habían declinado un entierro militar, pero los años de George Bell en la reserva de la armada eran lo suficientemente buenos para el director del funeral, y él permitió los honores militares.
La próxima parada fue U.S. Columbarium en Fresh Pond Crematory en Middle Village, para la cremación. Mr. Sommese se tomó un buen tiempo a lo largo de las calles de árboles alineados. El volumen del radio estaba enmudecido; la guantera decía Queens “Eres mi mejor amigo”.
Mientras el enterrador decía que él no se tardaba mucho con los extraños que transportaba, permitió que instancias como esta le entristeciera, una persona muere y nadie aparece, sin servicio, nadie del clero para decir unas palabras amables, para decir descanse en paz.
El enterrador era un cristiano, y creía que George Bell ya estaba en otro lugar, un lugar mejor. “Pienso que nadie debe tener un funeral elaborado” dijo en voz suave. “Pero pienso que entierro o cremación debe hacerse con respeto, más aun ¿de que trata la sociedad? Pienso que de este hombre. Creo que todos estamos conectados. Todos somos producto del mismo Dios. ¿Importa que este hombre sea cremado con respeto? Si, importa”.
Él consultó al espejo y se pasó al próximo canal. “Puedes tener un funeral lujoso, pero las personas no pagan por cordialidad”, siguió él. “Ellos no pagan por entender. No pagan por que les importe algo. Este hombre está siendo tomado en cuenta. Me importa este hombre”.
En U.S. Columbarium, él se dirigió a la parte trasera, hacia la puerta de descarga. Otra carroza funeraria estaba ahí. Si, una cola en el crematorio.
Con los ojos cerrados ante el sol, Mr. Sommese avanzó en el aire inmóvil. Luegom de 15 minutos, la puerta abrió y el enterrador indicó el ángulo en que debía entrar la carroza. Los trabajadores levantaron la urna. Mr. Sommese mantuvo la bandera. Normalmente, esta le es entregada al más próximo de los familiares. Al no haber ninguno, el enterrador la dobló para usarla de nuevo.
El proceso de cremación, al cual U.S. Columbarium llama el “viaje”, consumió casi tres horas. Típicamente, los polvos de cremación están disponibles en un par de días. Por 180 $ extra, el columbarium provee servicio expreso del mismo día, el cual era innecesario en este caso.
Algunos 40.000 polvos de cremación estaban guardados en el columbarium, casi todos ellos enclaustrados en atractivos nichos de pared, visibles mediante vidrio. Debajo estaba una area de almacenaje cerca de los baños con un árbol de bronce fijado en la puerta. Este era el árbol de la comunidad. Detrás de la puerta los polvos estaban apilados y almacenados fuera de la vista. El menú alternativo. Los nombres estaban grabados en las hojas del árbol. Hace algún tiempo, cuando las hojas se llenaron, fueron agregadas palomas.
Varios días después de la cremación, el superintendente colocó una pequeña caja de zapatos con forma de urna dentro del area de almacenaje. Entonces clavó una paloma metálica con las alas extendidas, sobre el extremo derecho del árbol. Eso identificaba la nueva adición: “George M. Bell Jr. 1942-2014”
En jueves alternos, David R. Maltz & Company, en Central Islip, N.Y., subasta de 100 a 150 carros; otros días subasta propiedades, joyería y más que todo otras cosas. Ha vendido el Woodcrest Country Club en Muttontown, N.Y., cuatro máquinas de automóvil, 22 franquicias de KFC. Los artículos llegan desde bancarrotas, reposesiones y propiedades, incluyendo u flujo regular desde el administrador público de Queens.
En el brillo congelado del 30 de diciembre, mientras un viento silbante agita el aire, la compañía Maltz tiene entre sus carros un Mustang convertible 2011, varios Mercedes Benz, dos carros que no se han movido y el Toyota 2005 de George Bell. A pesar de su edad, tenía solo algo más de 3000 millas, aumentando su atractivo.
En un minuto de espasmo, “3.000 fue el banderazo, 3.500, 4000…”, el carro se vendió en 9500, superando las expectativas. Luego de los gastos, se agregaron 8.631,50 $ se agregaron a la propiedad. El comprador fue Sam Maloof, un asíduo, quien es dueño de una venta de carros usados, Beltway Motor Sales, en Brooklyn y planeaba revenderlo. Luego que lo llevó a su negocio, su hermana y secretaria, Janet Maloof, se enamoró de él. Ella tenía el mismo modelo de 2005, mismo color, recargado con más de 100.000 millas. Así que siguiendo el espíritu de los días de fiesta, él le regalo el carro de George Bell.
En un par de semanas, las única otra posesión valiosa extraídas del apartamento, el reloj Relic, apareció a la venta en una subasta de Maltz de joyería, vino, arte y coleccionables. La subasta fue dominada por 42 propiedades suministradas por el administrador público de Queens, las más pequeñas de lejos eran las de George Bell. La puja por el reloj empezó en 1 $ y terminó en 3 $. El ganador fue un hombre desempleado llamado Tony Nik. Él estaba efusivo, murmurando luego de su triunfo que le gustaba al flaco premio.
De nuevo, después de los gastos, otros 2.31 $ pasaron a la propiedad Bell.
En un día de sol agradable una semana después, seis hombres musculosos de GreenEx, un negocio de mudanzas, llegaron para vaciar el apartamento de Queens. Desapasionadamente, sacaron las trazas polvorientas de la vida de George Bell y las metieron en latas y bolsas de basura. Rompieron los muebles con martillos. Algo de música salía de un radio portátil.
Al ver los cartapazos interminables de papeles, mientras hablaban de corazones rotos, uno de los hombres dijo: “Pienso que se trata de depresión. Las personas se deprimen y entonces, el Señor las ayuda, olvídalo”.
Estuvieron siete horas en eso, cargando todo en camiones destinados a un basurero del Bronx donde las tasas de pago eran buenas.
Ellos rescataron algunos objetos para sí. Un hombre tomó un juego d platos de porcelana de Marilyn Monroe. Otro trabajador se apoderó de un paquete sin abrir de calcetines Nike, algunos prototipos de carros y unas esponjas nuevas de baño. Otro se hizo del televisor y un detector de monóxido de carbono sin usar. Pertenencia de una vida, todas valían más que el reloj de 3 $.
Un trabajador de brazos tensos se agachó para revisar unas botas de trabajo sin usar, aun guardadas en su caja. Eran tamaño grande, pero el se las puso y le gustó como le quedaron.
Él limpió el apartamento de George Bell usando las botas del muerto.
Las personas señaladas en el testamento para compartir las pertenencias eran conocidas como herederos legales. Habían pasado más de 30 años desd que George Bel los escogió: Martin Westbrook, Frank Murzi, Albert Schober y Eleanore Albert. Además había un beneficiario de dos cuentas bancarias: Thomas Higginbotham.
Elizabeth Rooney, una investigadora de nexos familiares en la oficina de Gerard Sweeney, el consejero del administrador público, se dispuso a ayudar a encontrarlos. Por ley, ella también ella también tenía que buscar al familiar más próximo, que llegaba hasta un primo hermano removido una vez, el familiar más cercano elegible para reclamar una propiedad. Ellos tenían que ser notificados, por si escogían apelar el testamento.
Hubo tiempo, las pertenencias de George Bell no podían ser distribuídas hasta siete meses después que el administrador público había sido instruido, es el período que la ley de propiedades especifica para que los acreedores den un paso al frente.
Hurgando la internet, Ms. Roomey encontró que Mr. Murzi y Mr. Schober estaban muertos. Mr. Westbrook estaba en Sprakers y Mr. Higginbotham en Lynchburg, Va. Ms. Rooney hallo que Ms. Albert, ahora lleva por nombre Flemm, al norte en Worcester.
Ellos estaban sorprendidos de saber que George Bell les había dejado dinero. Ms. Flemm había hablado con él por teléfono pocas semanas antes de que él muriese; los otros no habían estado en contacto por años.
Una parte importante del trabajo de Ms. Rooney era delinear un árbol genealógico de la familia de tres generaciones. Al utilizar la compañía de genealogía Ancestry.com, ella compiló evidencia con sosas como registros de censos y listas de barcos, allí se mostraba a familiares de Bell llegando desde Escocia. La oficina de ella una vez produjo un árbol genealógico de dos metros de largo. En otra ocasión trazó a una familia hasta la época de Daniel Boone.
Ms. Rooney creó árboles paternales y maternales, cada uno con docenas de nombres. Ella encontró cinco familiares vivientes: dos primos hermanos maternales, uno vivía en Edina, Minn., y el otro en Henderson, Nev. Ninguno había estado en contacto con George Bell en décadas, y no sabían como se ganaba la vida él.
Del lado paternal, Ms. Rooney identificó dos primos hermanos, uno en Escocia y otro en Inglaterra, así como un tercero cuya ubicación se calificó indeterminada.
Cuando esa prima, Janet Bell, no apareció, el protocolo dictaba que debía ser publicada una nota en un peridódico por cuatro semanas, un gesto destinado a alertar a los familiares no localizados. Cuando hay propiedades considerables, la corte escoge al The New York Law Journal, donde el costo de la nota está alrededor de 4.000 $. En esta instancia la corte escogió a The Wave, un semanario de Queens con una circulación de 12.000 ejemplares, con un costo de 247 $ la nota.
La prima podría haber estado en Tajikistan o en Hog Jaw, Ark., o hasta en Staten Island y las posibilidades de que viera la nota eran aproximadamente cero. Entre miles de tales anuncios que Mr. Sweeney ha colocado, él todavía espera por la primera respuesta.
Llegó la noticia de que Eleanore Flemm había muerto de un ataque cardíaco el 3 de febrero a los 66 años. Como ella había sobrevivido a Mr. Bell, sus propiedades permanecerían vigentes. Sus herederos serían su hermano James Albert, un detective privado de Long Island quien apenas recordaba el nombre Bell, junto a un sobrino y dos sobrinas de Florida. Uno ni siquiera sabía que George Bell había existido.
La muerte no es social. Es un negocio. No se necesita haber conocido a alguien para obtener su dinero.
El 20 de febrero en agente inmobiliario de Queens ofreció el apartamento de Bell en 219.000 $. Era la última propiedad por liquidar. Tres compradores potenciales llegaron el día siguiente, y la oferta de una mujer por 225.000 $ fue aceptada.
Tres meses después, la junta de condominio dijo no. Una pareja de mediana edad que vivía bajando la cuadra entró en el juego, y, les fue aprobada la venta en 215.000 $. Su plan era reparar el apartamento, cederle su casa a su hijo mayor y entonces mudarse, para vivir donde vivió George Bell.
Mientras tanto, Mr. Sweeney apareció en la corte de surrogados para pedir la ejecución del testamento. Además de los dos beneficiarios conocidos, él planteó la posibilidad de familiares desconocidos y la prima no encontrada. La corte nombró un guardián para revisar el testamento a favor de estas personas, quienes podrían, de hecho, ser fantasmas.
En septiembre, Mr. Sweeney introdujo una cuenta final, las matemáticas duras de las propiedades, para aprobación de la corte. No hubo objeciones. Los bienes de George Bell sumaban 540.000 $. Las cuentas bancarias tenían 215.000 $ acreditando a Mr. Higginbotham, como único beneficiario, y él obtuvo eso directamente. Lo referente al apartamento, otras cuentas, una póliza de seguro de vida, el carro y el reloj fueron a la propiedad: alrededor de 324.000 $.
Una comisión de 13.726 $ fue a la ciudad, un pago de 3.238 $ al administrador público, 19.453 $ a Mr. Sweeney.
Otros gastos incluían cosas como el mantenimiento del apartamento, en 7.360 $; una cuenta del funeral de 4.873 $; 2.800 $ para la compañía de limpieza; 1.663 $ para el investigador de nexos familiares; un boleto de estacionamiento por 222 $; una cuenta de 704 $ del departamento de bomberos por servicio de ambulancia; 750 $ por el guardian de la corte; y 12.50 $ por el avaluo de un reloj que fue vendido en 3 $.
Eso dejó cerca de 264.000 $ para ser repartidos entre Mr. Westbrook y los herederos de Ms. Flemm. Unos 14 meses después que un hombre murió, sus propiedades fueron determinadas y todo estaba listo para proceder.
Para los recipientes, George Bell había salido de la eternidad para unirse a ellos entregándoles su dinero. Nadie durante el proceso sabía porque él los había escogido, ni necesitaban saberlo. Solo necesitaban conocerlo en la quietud de la muerte, como un hombre cuyo corazón había dejado de latir en Queens. Pero él había sido como cualquiera, un ser humano quien había construido una vida en esta tierra.
Su vida empezó pequeña y plana. George Bell estaba especialmente vinculado a sus padres. Dormía en el sofá cama de la sala, mientras sus padres reclamaron la habitación, y el continuó durmiendo allí aún después que ellos murieron. Ambos padres vinieron de Escocia. Su padre era un maquinista de herramientas, y su madre trabajó por un tiempo como costurera en la industria juguetera.
Al terminar la secundaria, se unió a su padre como aprendiz. En 1961, hizo una amistad en un bar local, un hombre de mudanzas. Se hicieron amigos, y el hombre de mudanzas llevó a George Bell hacia el negocio de las mudanzas. Su nombre era Tom Higginbotham. Otros tres hombres de mudanzas se hicieron sus amigos: Frank Murzi, Albert Schober y Martin Westbrook. Los hombres del testamento. Principalmente de movían en oficinas de negocios, y todos ellos ingerían alcohol, en proporciones titánicas.
“Eramos una cuerda de borrachos”, dijo Mr. Westbrook. “Soy un electricista. Pero George me hacía avergonzar. Él era un tipo muy agradable, una especie de ermitaño. Pasamos buenos tiempos”.
En palabras de Mr. Higginbotham: “Eramos grandes amigos. No se si se puede decir de esta manera, pero eramos hombres que nos estimábamos”.
Ellos lo llamaban Big George, por su corpulencia, pesaba quizás 105 kg. Luego su apetito excesivo lo hizo llegar a 180 kg.
Él tenía arrancadas locas. Una vez una mujer lo invitó a él y a Mr. Higginbotham a una fiesta en la casa de sus padres. Su padre criaba peces tropicales. Ella le mostró a George Bell el tanque. Cuando él admiró un pez llamativo, ella dijo, “Oh, ese es uno de los caros”. Él tomo una red, atrapó el pez y se lo tragó.
Un día los amigos se estaban mudando a una firma financiera. Luego que habían metió los escritorios en las oficinas nuevas, George Bell deslizó notas en las gavetas, escribió cosas como: “Estoy locamente enamorado de ti. Nos vemos en el enfriador de agua”. O: “hay una bomba debajo de tu silla. Tu próximo movimiento podría ser el último”.
Bromas tontas. Big George como Big George.
Los amigos, sin embargo, siempre lo encontraron dificil para intimar. Había cosas internas que nadie podía sacarle. Aprendías a suprimir tus preguntas con él.
Él tenía sus cargas. Su padre murió joven. Mientras envejecía su madre se encorvó por la artritis. Él la cuidaba, le daba de comer y la bañaba hasta su muerte.
Él era fastidioso con su dinero, solo confiaba en los bancos para ahorrar. Había una mujer con la que empezó a salir cuando ella tenía 19 años y él 25. “Nos llevábamos muy bien”, dijo ella después. “Él me hizo sentir especial”.
Se planeó un matrimonio. Hablaron de un salón de bodas. Él compró un traje. Entonces, le dijo a sus amigos, que la madre de la mujer quería hacerle firmar un acuerdo prenupcial para proteger a su hija si el matrimonio se disolvía. Él terminó el compromiso, y nunca tuvo otra relación seria.
Esa mujer era Eleanor Albert, el cuarto nombre del testamento.
Algunos años después, ella se casó con un hombre más viejo quién hacía equipos para una compañía de suplementos de festejos, y se mudó al norte del estado para convertirse en Ms. Flemm. En 2002 su esposo falleció.
El tiempo y la distancia nunca afectaron la afinidad emocional entre ella y George Bell. Hablaban por teléfono e intercambiaban tarjetas. “Teníamos algo que nunca se desgastó”, dijo ella. Ella le había enviado una tarjeta del Día de San Valentín el año pasado: “George, a menudo pienso en ti con amor”.
Y para reconocerle su cariño, él la puso en su testamento y la mantuvo allí.
Su vida terminó muy parecida a la de él. Ella vivía sola en un remolque. Falleció de un ataque cardíaco. Un vecino que despejaba su nieve la encontró. Se había puesto obesa. Su hermano hizo que la cremaran.
Una diferencia era que ella dejó atrás deudas, le debía al banco y a las compañías de tarjetas de crédito. Todo lo que ella dejaría eran decenas de miles de dólares del dinero de George Bell, dinero que ella nunca llegó a tocar.
Algo le tocaría a su hermano, quien no tenía planes para eso. Una tajada fue a Michael garber, su sobrino, quien maneja un bus en Disney World. Un amigo de su tía tenía un Camaro convertible que a ella le gustaba mucho, y el podría comprar un camaro usado en honor de ella.
Algo más iría a manos de Sarah Teta, una sobrina, retirada y viviendo en Altamonte Springs, Fla., quien planea ahorrarlo para días difíciles. “Siempre oyes de personas que mueren y no conoces y te dejan dinero”, dijo ella. “Nunca pensé que esto me ocurriría”.
Y algo le tocaría a la otra sobrina de Eleanore Flemm, Dorothy Gardiner, una mesera retirada y trabajadora en un hogar de cuidados. Ella vive en Apopka, Fla., nunca oyó de George Bell. Ella ha sobrevivido dos cáncer y tiene cuentas médicas por varios miles de dólares que podrían finalmente desaparecer. “He estado pagando 25 $ mensuales, es lo que puedo”, dijo ella. “Nunca me habría esperado esto. Es una locura”.
En 1996, George Bell se lastimo su hombro izquierdo y la espina dorsal al levantar un escritorio en una mudanza, y su vida tomó un giro diferente. Él recibió aprobación de compensación laboral y pagos de incapacidad del seguro social y empezó a recibir una pensión d los manejadores del equipo. Aunque nunca trabajó otra vez, él tenía todo el ingreso que necesitaba.
Él solía invitar amigos para ver televisión y les cocinaba. Entonces dejo de invitar a nadie. Nadie sabe porqué.
Los viejos amigos se habían alejado, y con ellos algo de la calidez de la vida de George Bell. De sus colegas de las mudanzas, Mr. Murzi se retiró en 1994 y murió en 2011. Mr. Schober se retiró en 1996 y se mudó a Brooklyn, se perdió el contacto. Falleció en 2002.
Mr. Higginbotham renunció al negocio de las mudanzas, y se mudó al norte del estado en 1973 para trabajar para el estado como científico ambiental.
Ahora tiene 74 años, retirado y viviendo solo en Virginia. La última vez que habló con George Bell fue hace 10 años. Él tenía un código de repicar y mantener la llamada para que él contestara su teléfono, pero en su momento el no tuvo respuesta. Èl enviaba tarjetas, lo invitaba a venir, pero el no lo hacía. Eso fue dos meses antes que Mr. Higgnbotham descubriera que George Bell había muerto.
Ha sido duro para él aceptar la forma como le llegó el dinero de George Bell. “He estado presionado por esto”, dijo él. “No he estado durmiendo. Me duele el estómago. Me ha subido la presión sanguinea. Discutí con el varias veces para que saliera de ese apartamento y gastara su dinero y disfrutara la vida. Le envié muchos folletos de lugares a donde ir. Pensé que entendía a George. Ahora me doy cuenta que no lo entendía para nada”.
Mr. Higginbotham estaba contento con los fundamentos de su propia vida: su modesto apartamento de una habitación, su camión de 15 años. Colocó su herencia en fondos mutuales y espera que eso ayude en la educación universitaria de su tres nietos. El dinero de George Bell educando el futuro.
En 1994, Mr. Westbrook se lesión la rodilla y dejó el negocio de la mudanzas. Se mudó a Sprakers, donde tenía una finca ganadera. Cuando se hizo viejo y su matrimonio se disolvió, vendió la finca pero todavía vive cerca. Tiene 74 años. Fue hace varios años que habló por teléfono con George Bell por última vez. Mr. Bell le dijo que no salía mucho.
Él tiene tres nietos y quiere mudarse a un clima más agradable. Planea darle algo del dinero a la viuda de Mr. Murzi, porque Mr. Murzi había sido su mejor amigo.
“Mi hermana necesita algún trabajo dental”, dijo él. “Necesito algún trabajo dental. Necesito prótesis auditivas. La edad dorada no es tan barata. El dinero de Big George hará más fácil mi vejez”.
Él se sintió mal por la muerte solitaria de su amigo, sin que nadie supiera. “Si, eso me ocurrirá a mí”, dijo él. “También soy un solitario. Hay tal vez cuatro o cinco personas aquí con las que hablo”.
En sus años finales, cuando los hombres de las mudanzas se fueron, la vida de George Bell se había hecho más vacía. Los vecinos sonreían con él en la calle y el reía. Él le contaba animadas historias a la mujer joven de la puerta del lado, quien vivía con sus padres, cuando se la encontraba. Ella se convirtió en oficial de policía recientemente, y fue quien había olido lo que ella sabía era la muerte.
Pero al final, George Bell pareció mantener al menos un amigo verdadero.
Él había sido una fija en una taberna de la vecindad llamado Budds Bar. El iba con su sweater azul recortado tan a menudo que algunos regulares lo llamaban Sweatshirt Bell. Llegó un momento cuando empezó a aumentar su bebida, entonces, preocupado por su salud, dejó de beber. Pero siguió yendo a Budds, ordenaba solo soda.
En abril de 2005, Budds cerró. Muchos asiduos gravitaron hacia otro bar, Legends. George Bell fue pocas veces, entonces cambió su alianza a Bantry Bay Publick House en Long Island city. Allí conocería a su amigo.
El anuncio en la entrada de Bantry Bay dice, “Entran como Extraños, Salen como Amigos”. Sentado cerca de la ventana estaba Frank Bertone, sorbiendo una sopa y disfrutando una bebida. Es conocido como el Dude. El último mejor amigo de George Bell.
A principios de los años ’80, no mucho después de mudarse a Jackson Heights, él entró a Budds en busca de un baño. Un hombre grande había ofrecido, “Tómate una cerveza”.
Ese era George Bell. Con el tiempo, se desarrolló una amistad, que se profundizó durante los 15 años que le quedaban de vida a George Bell. Se encontraban los sábados en Bantry Bay. Pescaban en los Rockaways y en Jones Beach, algunas veces con otros. Mr. Bell compró un carro para ir a los mejores sitios, pero cuando no era necesario, el carro permanecía parado. Ellos pasaban tiempo rondando, los días se sucedían.
“¿A dónde íbamos?” dijo Mr. Bertone. “A ningún lugar. Una vez nos sentamos por horas en el estacionamiento de Bed Bath & Beyond. ¿De qué hablábamos? De los problemas del mundo. De esa manera resolvíamos los problemas del mundo”.
Mr. Bertone tiene 67 años, un inspector retirado de Consolidated Edison. En la última década, él había pasado más tiempo con George Bell que cualquiera, pero no sentía que de verdad lo conociera.
“Una cosa acerca de George es que él no habla de sus cosas personales”, dijo él. “Nunca”.
Él sabía que nunca se había casado. Hablaba de novias, pero Mr. Bertone nunca conoció alguna. Los dos habían intercambiado puntos de vista acerca de los testamentos y lo que le ocurre a tu dinero al final, aunque Mr. Bertone no sabía que George Bell había escrito un testamento antes de conocerlo.
Mr. Bertone lo invitaría a su casa, pero él se excusaba. George Bell nunca fue presionado por él.
Una vez, hace unos ocho años, Mr. Bertone caminó hacia afuera cuando no había sabido de él por un tiempo. George Bell abrió la puerta y lo llamó. Una cortina se interponía en el pasillo de entrada para camuflajear el caos. Mr. Bertone no tenía idea que en cierto punto, George Bell había empezado a esconder todo.
El Dude, Mr. Bertone, contó una historia. Hace pocos años, George Bell fue al hospital por complicaciones cardíacas y le pidió que le guardara un dinero. Le dio un sobre inflado. Dentro había 55.000 $.
Mike Kerins, un barman, interrumpió: “Dos cosas sobre George. Me daba 500 $ cada Navidad, y nunca salía a comer”. Había confesado que tenía mucha vergüenza porque habría requerido tres comidas.
George Bell tenía diabetes y s quejaba de dolores en el hombro. Tomaba pastillas pero las evitaba durante el día, decía que le hacían sentir como un idiota.
El Dude y Mr. Kerins notaban que él sentía que había sido burlado con mucha fuerza por la vida. “George tenía mucho dolor”, dijo Mr. Kerin. “Pienso que solo esperaba la muerte, había vivido suficiente”.
Era como si la tristeza hubiese matado a George Bell.
Sus días se habían hecho predecibles, un círculo vicioso. Se mantenía en el ostracismo. Los vecinos oían el desfile cotidiano de encomenderos que le llevaban sus comidas por encargo.
La última vez que el Dude vio a George Bell fue cerca de una semana antes que su cuerpo fuera encontrado. Estaban vendiendo camarones congelados en el centro comercial. George Bell compró algunos, para llevarlos a la cocina y no llegó a usarlos.
Mr. Bertone no supo que él había muerto hasta que alguien llegó a Legends con la noticia. Mr. Kerins estaba ahí y le dijo al Dude. Ellos hicieron algunas llamadas para indagar más, pero no llegaron a ninguna parte.
¿Por qué murió solo, sin que nadie supiera?
El Dude pensó en eso. “No lo sé, hombre”, dijo él. “Quisiera poder decírtelo. Pero no lo sé”.
En los televisores del bar, una mujer promocionaba un producto de limpieza. En la luz atenuada, Mr. Bertone vacío su vaso. “Sabes, lo extraño”, dijo él. “Mu hubiera gustado ver a George una vez más. Él era mi amigo. Una vez más”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
viernes, 23 de octubre de 2015
Una imagen imborrable de Oswaldo Papelón Borges
Ayer cuando leí la noticia de su desaparición regresé a las páginas de un periódico que no logro recordar, me parece que era El Nacional, allí escribía una columna que se llamaba Papelón y Voleibol, a los días de los Juegos Panamericanos de Caracas 1983, cuando Papelón cumplió una labor inmensa desde el comité organizador del evento, hojeé varias páginas del diario Meridiano donde aparecía una columna donde esencialmente hablaba de tenis de mesa, aunque en muchas oportunidades se expresaba sobre su voleibol y otras disciplinas deportivas. Volví a las lecturas de la gesta del campeonato mundial de voleibol de Rio de Janeiro en 1960 cuando junto a una pléyade de jugadores de gran vergüenza y condiciones deportivas hizo de tripas corazón para fajarse con lo mejor de sus cualidades casi silvestres, para disputar cada punto y cada rotación ante los mejores sextetos del orbe. A sus participaciones en cuatro Juegos Panamericanos como voleibolista. Pero el momento puntual donde se detuvo mi máquina del tiempo fue una mañana sabatina de mediados de los años sesenta, mis hermanos solían ir a practicar voleibol en el patio de la casa alquilada donde funcionaba el liceo de Cumanacoa en la calle Bolívar. Ese día pregunté e imploré tanto que conseguí que mi madre me permitiera ir a la práctica de voleibol con Felipe y Jesús Mario. En la cancha de voleibol había exceso de jugadores al hacer la escogencia, Jesus Mario quedó en un equipo, Felipe se encogió de hombros y se fue a jugar ping pong en una mesa improvisada con dos escritorios.
A medida que avanzó la mañana los remates de ambos lados de la cancha se multiplicaron y los gritos de los presentes se incrementaban con la intensidad de los impactos del balón sobre el cemento. Tanto quienes jugaban como los que veían el juego desde afuera, repetían unas frases que me extrañaban mucho en aquel contexto. “¡Vamos Papelón! ¡Arriba Papelón! ¡Te la comiste Papelón!” En el éxtasis de aquel juego vi a Jesús Mario levantarse sobre la malla y meter un misil en plena zona delantera del territorio contrario, el balón rebotó hasta las ramas más altas de los mangos aledaños, me sorprendí gritando a coro “¡Bárbaro Papelón!”
Todo el camino de vuelta a casa atiborré de preguntas a Jesús Mario de cómo había hecho para levantarse tan alto en la malla, pero más que todo quería saber porque repetían tanto esa palabra, papelón, si eso no era una bodega, ni estaban haciendo buñuelos, besos de coco o golfeados. Al entrar al porche de la casa, Felipe se internó en el escaparate y sacó una revista Sport Gráfico de 1965. Abrió con fruición las páginas centrales, alli estaba una secuencia fotográfica que mostraba como un tipo muy alto, flaco, de piel oscura y extremidades largas, tomaba impulso desde la zaga, se impulsaba y flotaba en el aire para descargar un zambombazo que dejaba atónitos a los voleibolistas del equipo brasileño, era un documento gráfico en un reportaje de aquel equipo del mundial de 1960. La voz de Felipe emergió temblorosa y firme, “este es Papelón hermano, uno de los mejores voleibolistas de Venezuela”. Luego le pregunté porque lo llamaban así, me dijo que no sabía, “a lo mejor es porque se parece a un papelón”. Y escondió una sonrisa.
Alfonso L. Tusa C.
lunes, 19 de octubre de 2015
Las canciones de Los Beatles: In My Life
La historia de este cásico de Los Beatles.
Robert Fontenot. Oldies Music Expert.
In My Life
Escrita por: John Lennon (60%), Paul McCartney (40%) (credited to Lennon-McCartney)
Grabación: 18 y 22 de octubre de 1965 (Estudio 2, Abbey Road Studios, Londres, Inglaterra)
Mezclada: 25 y 26 de octubre de 1965.
Duración: 2:22
Tomas: 3.
Músicos:
John Lennon: voz lider (double-tracked), guitarra rítmica (1961 Sonic Blue Fender Stratocaster)
Paul McCartney: coros, guitarra bajo (1963 Hofner 500/1)
George Harrison: coros, guitarra rítmica (1961 Sonic Blue Fender Stratocaster)
Ringo Starr: batería (Ludwig), tambourine
George Martin: piano (1905 Steinway Vertegrand "Mrs. Mills")
Available on: (CDs in bold)
Rubber Soul (UK: Parlophone PMC 1267; US: Capitol PCS 3075; Parlophone CDP 7 46440 2) The Beatles 1962-1966 (UK: Apple PCSP 717; US: Apple SKBO 3403; Apple CDP 7 97036 2) Love Songs (UK: Parlophone PCSP 721; US: Capitol SKBL 11711)
Historia: “In My Life” tuvo su génesis en una observación hecha por el periodista inglés Kenneth Allsop, quién reiteradamente le preguntaba a Lennon porque las reminiscencias infantiles presentes en el libro de Lennon de 1964 “In His Own Write” nunca aparecían en sus canciones de los Beatles. John intentó escribir una canción que mostraría un viaje imaginario en bus desde el hogar de su juventud hasta el centro de Liverpool, describiría todos los lugares que frecuentaba en su niñez y lamentaría los cambios que el paso del tiempo había ocasionado. Una selección de aquel intento inicial lee como sigue:
“Penny Lane es un lugar que extraño
Recorrer Church Rd hasta la torre del reloj
En la redoma de Abbey
He pasado varios momentos felices
Pasaba estacionamientos de tranvías sin tranvías
En el bus 5 hacia la ciudad
Pasaba el Dutch y St. Columbus
Hasta el Dockers Umbrella que ellos bajaban”.
Quizás comprensiblemente, John estaba menos que satisfecho con lo que había escrito, luego se refirió a ello como “lo más aburrido de lo que hice para la canción del viaje en bus de mis días feriados”. Un año después, sin embargo, necesitaba material para el álbum “Rubber Soul”, Lennon reconsideró la idea y encontró que siendo menos específico podría escribir de sus verdaderas emociones. Esta vez, John estuvo conforme con el resultado, tanto que después se refería a la muy personal “In My Life” como “mi primer trabajo de verdadero valor”.
Sin embargo, el recuerdo de Paul del nacimiento de la canción es completamente diferente, junto a “Eleanor Rigby”, esta es una de solo dos canciones de los Beatles en las cuales Lennon y McCartney disienten sobre la autoría. Mientras Paul admite que John escribió la letra en su casa de Weybridge, McCartney dice que lo visitó allí, luego que John le proporcionara un bloc de escritura, se alejó por unos minutos y regresó con la melodía de la canción, inspirado por Smokey Robinson y los Miracles. (Paul también ha reclamado la autoría de la interpretación de guitarra riff para la canción). Lo que sí es cierto es que Paul aportó la alta armonía interpretada con la melodía original, así como el tono del puente (“Though I know I’ll never loose affection”)
“In My Life” fue grabada en tres sesiones el 18 de octubre. El 22, el productor George Martin aporta algo intrigante en el tercer verso, dejó un espacio para un solo de teclados. Luego de algunos intentos con un órgano Hammond, Martin se decidió por la idea de grabar una pieza muy barroca con el piano en el estudio, a media velocidad y un octavo bajo, luego subió la velocidad hasta alcanzar la de la canción. El efecto fue como el de un arpa, y de hecho ¡a menudo es confundido con una!
Trivia:
De acuerdo a Pete Shotton, amigo de John por mucho tiempo, la línea: “some are dead and some are living” (“algunos están muertos y otros otros están vivos”) fue escrita en referencia a Pete y el difunto ex Beatle Stuart Sutcliffe.
Varios efectos fueron agregados a la mezcla del CD original de “In My Life” que no estaban en el acetato, incluyendo un eco alto en las voces; esto fue corregido en la versión de 2009.
George Harrison, interpretó esta canción a menudo en su lamentable gira de 1974 “Dark Horse”, cambiaba la letra aquí y allá. Esto no le gustó a John.
“In My Life” fue interpretada en el funeral del líder de Nirvana, Kurt Cobain, quién amaba la canción. También fue utilizada en los Oscars de 2010, durante el montaje de muertes famosas ocurridas el año anterior.
Interpretada por: Judy Collins, Jose Feliciano, James Taylor, Nana Mouskouri, Twiggy, Catherine McKinnon, Oliver, Keith Moon, Ofra Harnoy, Rod Stewart, Ramsey Lewis, Stephen Stills, Bette Midler, Marian McPartland, Tuck and Patti, Helen Merrill, Lena Horne, Stephanie Grappelli, Richie Havens, Gil Goldstein, Don Williams, Leon Bibb, Linda Corr, Astrud Gilberto, Joel Grey, The Music Company
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
‘Trece Maneras de Mirar’ (‘Thirteen Ways of Looking’) de Colum McCann. Historias ligadas por las dificultades.
Sarah Lyall. The New York Times. 11-10-2015.
En el verano de 2014, el escritor Colum McCann fue atacado y dejado inconsciente en una calle de New Haven. Fue lesionado de gravedad, se fracturó su clavícula, se rompió varios dientes y tuvo laceraciones en el rostro, pero el dañó reverberó más allá de lo físico.
“Mi familia y amigos y yo sufrimos lo que yo solo puedo catalogar como una serie de golpes detrás del golpe”, escribió él en un testimonio de impacto presentado en el juicio de su asaltante, quien admitió golpear a Mr. Colum después de golpear a su esposa y molestarse cuando Mr. McCann intervino. Él no pudo escribir por mucho tiempo.
Aunque él había empezado las historias de su última colección, ‘Thirteen Ways of Looking’, ellas están cargadas de lo que le ocurrió a él ese día, explicó él. Así que mientras este trabajo melancólico y afectado no es por ningún motivo autobiografía disfrazada de ficción, si ayuda a entender lo que yace debajo. “Algunas veces me parece que estamos escribiendo nuestras vidas en avance, pero otras veces solo podemos mirar atrás”, dice el autor.
Mr. McCann como escritor de poder, sutileza y belleza, mejor conocido por su National Book Award novela ganadora “Let the Great World Spin”, la cual despliega un grupo grande de personajes dispares en la ciudad de Nueva York de los años ’70 y más allá, y tiempla al lector hacia sus desordenadas, atribuladas, a menudo tranquilas vidas heroícas y entonces muestra como ellos encajan.
Las cuatro historias de aquí, una es una novela larga de cambio de tono y foco; las otras son cuentos y más enfocadas, difieren ampliamente una de otra. Pero están conectadas por una tensión, una dificultad, una amenaza, un sentido de que las cosas están descolocadas pero quizás puedan enderezarse si los personajes, y el lector, logran entenderlas más.
El poderoso título de la historia martilla en la mente mucho después que se ha leído. Proviene de “Thirteen Ways of Looking at a Blackbird”, el hermoso y opaco poema de Wallace Stevens acerca de la fluidez del tiempo, la belleza de lo cotidiano en la naturaleza y la imprecisión de las perspectiva.
Cada sección empieza con una estrofa del poema. El protagonista es un juez, retirado de la Corte Suprema de Brooklyn, a cuya mente vaga somos invitados. En largos monólogos internos, él se resiente por su difunta esposa, recuerda su carrera, protesta por las indignidades de la edad avanzada y el cierre de su una vez mundo expansivo. Lo vemos interactuar con su paciente cuidadora, Sally; aventurarse en una tormenta de nieve; y almorzar con su distraído y egoísta hijo en un restaurant cercano.
Dos cosas se hacen aparentes rápidamente. Una es que algo muy malo está a punto de ocurrirle. La segunda es que hay cámaras ocultas en todas partes, no solo afuera, sino también en la casa del juez, instaladas por su hijo para vigilar a Sally.
“Después los detectives de homicidios se sorprenderán por la presencia de las cámaras”, escribe Mr. McCann, y nosotros estamos similarmente sorprendidos por la dualidad y el cinismo del hijo. Luego, la policía revisará la filmación en el video, buscando pistas, una visión incongruente, un movimiento furtivo, algo sesgado.
Su tarea interferida por la nieve que oscurece las imágenes y por la imposibilidad de percibir algo como es en realidad. “Ellos trabajan de manera parecida a los poetas: buscan una palabra al azar, en la instancia apropiada, para hacer el poema mucho más preciso”, dice el autor.
Estas escenas desde el futuro están intercaladas con las escenas del juez rondando hacia atrás en su mente mientras se mueve físicamente a través de su día, como si todo ocurriera a la vez, el pasado se despliego sobre el presente convirtiéndose en futuro. “Fue noche toda la tarde. / Estaba nevando/ E iba a nevar”, escribió Stevens, y este flujo simultaneo de tiempo también es el tema de la ingeniosa historia de Mr. McCann.
Si “ThirteenWays” le estremece, las otras historias le golpean en la cabeza hasta casi la insconsciencia. En “Sh’khol”, posiblemente la más dolorosa de leer debido al terrible suspenso con que fue escrita, una madre soltera pasando momentos difíciles en la costa irlandesa le regala en Navidad, a su hijo mudo de trece años, adoptado en Rusia cuando tenía 6, una vela mojada de velero, la mañana siguiente al levantarse no encuentra a su hijo ni la vela mojada, el oceano Atlántico ruge afuera.
En “Treaty”, una monja envejecida y exhausta convalece mientras ve en televisión que el guerrillero suramericano quien la secuestró y torturó décadas atrás se ha redimensionado en un respetable negociador de paz, y se encamina a una conferencia. Ella también es visitada por “la rigidez de la memoria”, la manera como “el pasado puede desvanecerse tan fácilmente, como el presente puede avanzar, como ellos algunas veces chocan”, pero ella resuelve confrontarlo, mostrarle lo que él le hizo a ella.
En “What Time Is It Now, Where You Are?” (“¿Que hora es, donde estás?”) un escritor en dificultades para desarrollar un cuento de víspera de año nuevo para una revista decide convertir en su tema a una joven soldado de servicio en Afganistán, a punto de llamar a su amante a su casa. En manos menores, esta historia podría ser tediosa y encerrada: ¿Quien quiere leer las notas de un escritor acerca de su rutina de trabajo?
Pero Mr. McCann usa esto para mostrar como en la ficción, como en la vida, las posibilidades son interminables, las preguntas conducen a más preguntas, un pensamiento sangra en otro. Su autor ficcional no puede escapar de su propia vida mientras trata de escribir acerca de la de alguien más. “¿Cómo regresamos a la simplicidad de la noción original?”, pregunta él.
Aún así, la primera historia de Mr. McCann flota, te pide que la leas otra vez. Un sospechoso ha sido condenado en el asesinato del juez, y el juicio va hacia su parte final. El lector sabe la verdad objetiva, hemos visto los eventos desde cada ángulo, como en una pintura cubista, y hemos estado al lado del juez durante los últimos momentos de su vida.
El jurado no tiene la información que tenemos, solo las cuentas imperfectas del fiscal y sus 12 puntos de vista separados. El veredicto está a punto de ser leído. De pronto Mr. McCann cambia de velocidad, como a menudo lo hace Stevens en su poema, dejándonos sin resolución pero con la imagen recurrente de un cielo gris sin movimiento y un sentido de cómo las perspectivas múltiples pueden obscurecer, no iluminar, una verdad frágil.
“Más cámaras en la ciudad”, escribe él, “que pájaros en el cielo”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
viernes, 16 de octubre de 2015
Diana Nyad: Por el libro.
The New York Times. 08-10-2015.
La nadadora de larga distancia y autora de la memoria “Find a Way” (“Encuentra una manera”) escondió su afición por la literatura alemana de su madre, quien vivió la ocupación nazi de Francia: “Ella amenazó con no volverme a hablar otra vez”.
¿Cuáles libros están normalmente en su mesa de noche?
Hay una rotación continua de memorias y estado del cosmos, pero el único libro que nunca se va de la mesa de noche es “501 Verbos Españoles”. Soy una firme creyente en imbuir el cerebro antes de dormir con algunos datos empíricos, permitiéndole al hemisferio izquierdo procesar esos verbos irregulares mientras se descansa, y por tanto te levantas más fluida que cuando te fuiste a dormir.
¿Cuáles géneros en especial disfruta leer? ¿Y cuales evita?
No soy una fanática de ciencia ficción. Si la historia está anclada en una proyección creible del futuro, tal vez. Pero usualmente no es mi preferencia. Amo una buena historia. ¿No lo hacemos todos? Arrellanarse en una silla de cuero usado de un club y pasar la primera página de “The Great Gatsby” o “Cutting for Stone” es trascender a un mundo de diálogo y giros inesperados y esencia de humanidad que se siente como estar en el cielo.
Pero el género que me ha cautivado toda mi vida es la astrofísica. Cuando era joven, era Carl Sagan. Ahora Stephen Hawking y Lawrence Krauss y Brian Greene, con su sustancial “The Elegant Universe”, me tiemplan. Los hechos básicos de nuestro universe, que antes de la Gran Explosión toda la energía y materia que conocemos existía, literalmente, en un espacio del tamaño de una millonésima de millonésima de una moneda, vuela la mente de uno. Me tomó cuatro meses leer “A Universe From Nothing” de Krauss, porque la mayoría de las oraciones requerían poner el libro hacia abajo e intentar descifrar lo que había leído.
¿Cuáles son sus libros deportivos favoritos?
Más recientemente, “The Boys in the Boat” me cautivó desde el principio hasta el final. Laura Hillenbrand, primero con “Seabiscuit” y luego con “Unbroken” toma la realidad del deporte y la aventura y la supervivencia a través de los giros y vueltas de un gran cuento de ficción. Yo corro para leer lo que sea que Hillenbrand pone sobre papel. De nuevo más en el espectro aventura-supervivencia, más que el deporte puro, un libro que me tocó profundamente en ese momento, en mi adolescencia, la historia se ha quedado conmigo todos estos años, es “Endurance”. Los dramas antárticos de Ernest Shackelton, junto aquellos de Robert Falcon Scott, son el rompeolas de mi imaginación.
¿Cuál fue el mejor libro que le recomendaron? ¿El mejor libro que recibió como regalo? ¿Hay un libro que a menudo le gusta obsequiar a otros?
Hace unos 20 años, un amigo me dio como regalo “New and Selected Poems” de la poetisa Mary Oliver. Desde entonces me he convertido en una meticulosa, para leer lenta y deliberadamente cada palabra de Oliver. En ese primer grupo de poemas que recibí está “The Summer Day”. Honestamente, nunca he oído un resumen de esta vida de nosotros mejor que las líneas de Oliver en ese poema: “Dime, ¿que piensas hacer/Con tu única, preciosa y salvaje vida?”
He usado estas líneas sin avergonzarme como una afirmación punzante, en persona y en mi escritura, y tiendo a dar los libros de poesía de Oliver como regalos, ilustrando en el recipiente para leer lo que yo he leído del genio de Oliver como: “No tienes que ser bueno. / No tienes que caminar de rodillas/ por cientos de millas en el desierto, arrepentido”. Siempre he econtrado a la poesía escurridiza, abstracta, oscura. Pero con Oliver, estoy satisfecha.
¿Quién es su héroe o heroína de ficción?
Fui arrollada en un tiempo por Hans Castorp en “The Magic Mountain”. Y Addie Bundren de “As I Lay Dying”. Y por la Odisea de Homero en su viaje épico. Pero mientras deseo leer más rápido para acceder a cientos de títulos, tiendo hacia la no ficción y encuentro que los héroes de la vida real de tales libros como “Into Thin Air” de Jon Krakauer no pueden ser igualados por los héroes ficcionales.
¿Qué tipo de lectora fue usted de niña? ¿Cuáles eran sus libros y autores favoritos?
Si alguna memoria de la niñez permanece intacta, es la de las tardes en la biblioteca. La quietud, a excepción del repiqueteo de los tacones de las damas en los pisos de piedra, la reverencia de tomar mi lugar en una silla de cuero frente a una gran mesa de caoba, era escalofriante. Elegiría “Las Aventuras de Huckleberry Finn” y me deslizaría por la prosa de Mark Twain durante toda la tarde, mis ojos escrutando las letras impresas como si bebiera una poción mágica. Ahora cuando viajo, la primera para de turista que hago en cada pueblo o ciudad es la biblioteca. Desde Praga a Ipswich, es la biblioteca la que informa que clase de lugar estás visitando.
¿Alguna vez se ha metido en problemas por leer un libro?
Mi madre era una francesa quien sufrió la ocupación nazi en Paris. Ella nunca superó su miedo a los nazis, lo cual desafortunadamente amplió en su mente el miedo hacia todos los alemanes, y todas las cosas alemanas. Lucy estaba de verdad muy enojada conmigo cuando, en los últimos años de la secundaria y la universidad, yo admiraba a Thomas Mann y harmenn Hesse y Rainer Maria Rilke. Ella amenazó con no hablarme nunca más, especialmente si persistía en estudiar el idioma alemán. Así que escondí el disfrute del lenguaje y la riqueza de la escritura de los alemanes de esa época de mi mamá.
¿Cuál libro que no haya sido escrito le gustaría leer?
Mi fantasía es la gran suma, libro a libro, desde cada campo de la ciencia. Aunque hay libros de esta naturaleza, me gustaría leer la palabra definitiva en antropología, la cronología de Homo sapiens a través de cada fase de nuestra evolución. El nuevo “Sapiens: A Brief history of Humankind” le llega cerca. Podría ser los misterios del cerebro ( de nuevo “The 3-Pound Univers” llega cerca) o el cosmos, me gustaría ver una serie comprensible, inteligente que capture todo lo que nos gustaría saber acerca de todas estas facetas de la vida humana y el universo que habitamos, que continuaremos habitando por lo menos un poco más.
¿Qué libro sentiste que te iba a gustar y no fue así?
Escogí “The Paris Wife” con grandes expectativas. ¿La intelectualidad de París en los años ’20? Ahora hay un ambiente de eso a mi alrededor. Pero no podía convivir con eso. Claramente, estoy en la minoría. Y tal vez no era la historia en sí, sino mi aversión por Ernest Hemingway. De nuevo, aún más en la minoría aquí, simplemente nunca admiré a Hemingway y solo terminé sus libros en mi juventud porque pensé que debía. Honestamente, pude haber dejado de lado “A Farewell to Arms”, “The Sun Also Rises” y más especialmente, “The Old Man and the Sea” en cualquier punto antes de la última página.
Es anfitriona de una cena literaria ¿Cuáles tres escritores son invitados?
Bien, asumiré que son escritores de mi época. Supongo que una noche con provocadores extraños sería más divertida. Dorothy Parker. Mark Twain. Oscar Wilde.
Si tuviera que nombrar un libro que la convirtió en quien es usted hoy, ¿Cuál sería?
En la universidad leí “À la Recherche du Temps Perdu” en francés. En iglés fue llamado “Remenbrance of Things Past” (“Remembranza de Cosas Pasadas”) pero luego, más acertadamente, fue cambiado a “In Search of Lost Time” (“En busca del tiempo perdido”). No eran tanto las historias lo que me impactaba. Era la inmensa naturaleza del trabajo, algunas 4000 páginas, 2000 personajes, escritos en más de 13 años. Me llevó dos años asimilarlo.
Había temas, las famosas galletas madeleine develaban memorias sinestésicas, que me impresionaban. Pero leí la obra maestra de Proust en un momento formativo, cuando estaba descubriendo que simplemente no era una persona sutil y retraída. Pienso en grande. La épica es lo que me llama la atención, y el trabajo épico de Proust me impresionó profundamente. Hasta su nombre, Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust, es épico. En varias ocasiones de Halloween me presenté como Proust e insistí en que todos me llamaran por mi nombre completo proustiano. A menudo he dicho de proyectos a través de los años, cuando estos eran ambiciosos, altamente imprácticos, ideas improbables, que “este es mi ‘À la Recherche du Temps Perdu.’ ”
¿De cuales libros se avergüenza por no haberlos leido?
Me duele admitir el vacío que es mi lectura de ficción moderna. Todos mis amigos me recomiendan título tras título, y aún así mi experiencia con la ficción actual es cercana a la nulidad. He leído solo muy poco el último par de décadas. “A Confederacy of Dunces”, por cierto. Leo los clásicos de vez en cuando. La mayoría de los clásicos, hasta la mitad del siglo 20, digamos hasta Flannery O’Connor. Pero me he dedicado casi exclusivamente a la no ficción y por lo tanto me estoy perdiendo de la pléyade de escritores talentosos de la actualidad. Yo leo muy lentamente, enunciando cada sílaba como si leyera en Broadway en voz alta. Si solo pudiera leer más, más, más.
¿Qué es lo próximo que piensa leer?
Mientras leo exclusivamente memorias al escribir la mía, ahora estoy empezando con libros acerca de caminatas, como preparación para la prueba de campo traviesa EverWalk, 2016. Bonnie Stoll, mi mejor amiga y principal asesora de mi natación con snorkel, y yo vamos a caminar desde Los Angeles hasta Washington D.C., y vamos a conseguir que se nos una un millón de personas, una misión para revertir el estilo sedentario de los estadounidenses. En mi lista de libros por leer, en este momento aparece “Wanderlust”, una historia acerca de caminar, regresar a nuestra evolución anatómica hasta pararnos de pie, y una visión poética de nuestra naturaleza cálida mientras nos desplazamos, de Henry David Thoreau, llamada “Caminar”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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