viernes, 23 de octubre de 2015
Una imagen imborrable de Oswaldo Papelón Borges
Ayer cuando leí la noticia de su desaparición regresé a las páginas de un periódico que no logro recordar, me parece que era El Nacional, allí escribía una columna que se llamaba Papelón y Voleibol, a los días de los Juegos Panamericanos de Caracas 1983, cuando Papelón cumplió una labor inmensa desde el comité organizador del evento, hojeé varias páginas del diario Meridiano donde aparecía una columna donde esencialmente hablaba de tenis de mesa, aunque en muchas oportunidades se expresaba sobre su voleibol y otras disciplinas deportivas. Volví a las lecturas de la gesta del campeonato mundial de voleibol de Rio de Janeiro en 1960 cuando junto a una pléyade de jugadores de gran vergüenza y condiciones deportivas hizo de tripas corazón para fajarse con lo mejor de sus cualidades casi silvestres, para disputar cada punto y cada rotación ante los mejores sextetos del orbe. A sus participaciones en cuatro Juegos Panamericanos como voleibolista. Pero el momento puntual donde se detuvo mi máquina del tiempo fue una mañana sabatina de mediados de los años sesenta, mis hermanos solían ir a practicar voleibol en el patio de la casa alquilada donde funcionaba el liceo de Cumanacoa en la calle Bolívar. Ese día pregunté e imploré tanto que conseguí que mi madre me permitiera ir a la práctica de voleibol con Felipe y Jesús Mario. En la cancha de voleibol había exceso de jugadores al hacer la escogencia, Jesus Mario quedó en un equipo, Felipe se encogió de hombros y se fue a jugar ping pong en una mesa improvisada con dos escritorios.
A medida que avanzó la mañana los remates de ambos lados de la cancha se multiplicaron y los gritos de los presentes se incrementaban con la intensidad de los impactos del balón sobre el cemento. Tanto quienes jugaban como los que veían el juego desde afuera, repetían unas frases que me extrañaban mucho en aquel contexto. “¡Vamos Papelón! ¡Arriba Papelón! ¡Te la comiste Papelón!” En el éxtasis de aquel juego vi a Jesús Mario levantarse sobre la malla y meter un misil en plena zona delantera del territorio contrario, el balón rebotó hasta las ramas más altas de los mangos aledaños, me sorprendí gritando a coro “¡Bárbaro Papelón!”
Todo el camino de vuelta a casa atiborré de preguntas a Jesús Mario de cómo había hecho para levantarse tan alto en la malla, pero más que todo quería saber porque repetían tanto esa palabra, papelón, si eso no era una bodega, ni estaban haciendo buñuelos, besos de coco o golfeados. Al entrar al porche de la casa, Felipe se internó en el escaparate y sacó una revista Sport Gráfico de 1965. Abrió con fruición las páginas centrales, alli estaba una secuencia fotográfica que mostraba como un tipo muy alto, flaco, de piel oscura y extremidades largas, tomaba impulso desde la zaga, se impulsaba y flotaba en el aire para descargar un zambombazo que dejaba atónitos a los voleibolistas del equipo brasileño, era un documento gráfico en un reportaje de aquel equipo del mundial de 1960. La voz de Felipe emergió temblorosa y firme, “este es Papelón hermano, uno de los mejores voleibolistas de Venezuela”. Luego le pregunté porque lo llamaban así, me dijo que no sabía, “a lo mejor es porque se parece a un papelón”. Y escondió una sonrisa.
Alfonso L. Tusa C.
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