viernes, 9 de octubre de 2015

La gracia que salva.

Esta entrevista con Graham Greene fue publicada originalmente en The Guardian el 11 de septiembre de 1971. Alex Hamilton. The Guardian. 11-09-2007. Graham Greene: “Yo sería un buen cura porque las historias entrarían por un oído y saldrían por el otro”. Ellos dormían seis en una cama en Antibes, cuando conocí a Graham Greene en su pedazo de casa. Los relieves de los cuerpos sudados se marcaban en las sábanas tan claros como recortes de fábrica. Pero esa primera impresión de un ambiente fértil fue descartada de inmediato por el pueblo, y por el propio Greene, quien debía saber. Llegué una noche rodeando el viejo rompeolas, donde los restaurantes se esparcen a lo largo de estrechas fisuras entre las rocas y lucen su variada intensidad de paraguas y manteles como si hubieran brotado de las rocas, y medio mundo miraba desde las montañas para observar a la otra mitad jugar a los legisladores en el polvo. Todos menos un perro que solo podía mirar hacia el mar porque su cabeza y su cuello estaban enyesados. Antibes es el lado inocente de la mafia, y ellos no quieren que su propio nido sea mancillado. Él emergió de pronto en mi línea de visión, como salido de la niebla, con chaqueta de lona y zapatos suaves, un figura alta inclinándose lentamente en la cuesta, Isaac Deutscher con Trotsky bajo su hombro. No beberíamos donde yo había estado bebiendo, dijo él, una terraza desde la cual yo había estado reflexionando sobre la ausencia de meretrices en la costa, el fuerte Vauban como una muela desgastada en el agua, y la masa de yates blancos desde Panamá y Liberia. Él tenía una resentimiento aquí, dijo, iríamos a dar la vuelta en la esquina donde bebe la mafia. Él sirvió suficiente agua en su whisky para barnizarlo y miró alrededor esperanzado. Pero la mafia estaba jugando a los legisladores. Mi libro era “The Lawless Roads” (“Los caminos ilegales”), dijo él, fue uno de dos compartimientos de una escritura, el otro fue “Journey Whithout Maps” (“Viaje sin mapa”. Ambos aportaron una especie a ajuste, y los ríos fluyeron de manera diferente en lo sucesivo. El habla en la pausada manera de su generación y clase, arrastrando los diptongos, y dobla las oraciones hacia una cadencia agonizante, mientras los frecuentes si que patrullan tus propios comentarios son de poco compromiso. Solo algunas de las consonantes cortantes, le dan fuerza a una voz como acero afilado. Él había llegado desde su casa de Capri, donde había estado trabajando en una novela nueva, y habló de las biografías, las cuales parecían venderse mejor que las novelas. También habló de los biógrafos y su disgusto por el historiador aficionado, y por las editoriales y como uno notaba que la editorial católica podría ser el personaje central de una novela cómica más que cualquier otro medio. Él dijo que estaba alegre por la oportunidad del encuentro, sentía que iba a ser agradable. El día siguiente iríamos a su casa, solo para darle tiempo de escribir sus pocas palabras de ficción antes del desayuno, y sin preguntas preparadas, uno prefería conversar. Él había tenido una entrevista con el Papa, y había sido muy parca. Bien, él era un hombre parco, a quien le habían entregado una copia de “The End of the Affair” y el único comentario que consiguió de Su Santidad había sido “este hombre tiene problemas”. Quizás la iglesia completa se estaba poniendo más parca. Él me recomendó a Lulu’s como un buen lugar. Allí hay que ir acompañado, es un sitio frecuentado por los guardacostas. El día siguiente hablamos de encuentros casuales, y la suerte que persigue a un escritor. “Un encuentro inesperado”, dijo él. “Usted piensa que nada está bien. No tengo nada de que escribir. Entonces alguien sale de la nada y todo empieza”. ¿Alguien como quién a apareció? “Como en Liberia. Llegué con mis transportistas a un pequeño pueblo llamado Tapis y uno encontró allí al comandante de la fuerza de la frontera, el villano de la liga de las naciones, un hombre llamado Coronel Benes, quien había cometido muchas atrocidades. Uno fue invitado a cenar con él, él bebió mi whisky, y otro había conocido al villano sin salirse de su camino para hacerlo” ¿Tenía él la capacidad para salirse de su camino, para encontrarse con un completo estraño?. “No, esperé que él viniera a mí”. Ha pasado mucho tiempo desde que los ríos cambiaron su curso en Liberia, México, Malya, Vietnam, el Congo, Cuba, Haití. La timidez persiste, ¿Él nunca ha encontrado una fórmula para entrar en contacto con las personas? “Pienso que las cosas ocurren de alguna manera, ahora como entonces. Recientemente estuve en un pueblo al norte de Argentina donde no conocía a nadie. Sali de la habitación de mi hotel para cenar y una misteriosa figura vino y dijo que tenía una invitación para mí, para acampar fuera de la ciudad. Le pregunté como sabía él que yo estaba ahí, y el dijo que estaba en el hotel donde me había registrado originalmente, antes que el gobernador decidiera que yo estaría más cómodo en el que estaba ahora. Ahí me encontré sentado en una mesa para cenar con siete personas. No había tenido que acercarme a nadie”. La ciudad, llamémosla Aguadiente, es el escenario de la novela que está escribiendo, ‘The Honorary Consul’. Las hojas tamaño libro descansan en una mesa cercana al balcón de su apartamento de cuarto piso que mira hacia el puerto. Tamaño libro porque quiere escribir muy compacto, en contraste con el carácter suelto de ‘Travels with My Aunt’ , la cual le permitió romper con el precedente uso ordinario de papel amplio. Él escribe, muy, muy lento, y el callo de su pulgar es un pequeño hemisferio. Por supuesto Aguadiente es un pueblo fronterizo, limítrofe con Paraguay. La frontera ha sido un símbolo de excitación para él desde la niñez, cuando como el hijo del maestro principal de Berkhamsted se aventuraba como un Quisling a través de la frontera desde el lado privado hasta el lado de la escuela. En realidad él solía atravesar fronteras en busca de un lugar, pero le atraía el paso de Aguadiente durante la noche subiendo el Paraná en un bote. Regresó sin una historia, pero tenía un sueño, para él ese era el lugar del sueño en el que quería trabajar. Como con muchas de sus historias, este fue el sueño donde empezó esta. Y de alguna manera las cosas ocurrieron. El cónsul paraguayo de la provincia fue secuestrado en Buenos Aires, un cura fue excomulgado, estaba el arresto domiciliario del arzobispo, una bomba en la catedral, un carro subió al ferry, un suicidio en el río. Y finalmente un hombre muerto en un campo, aunque eso pudo haber ocurrido en cualquier lugar. El sueño había dejado de ser necesario. Nada más sobre esta novela, dijo Greene. La gracia que salva en el infierno de escribir es la sorpresa: “Los puntos escondidos de los personajes”. Algunas veces se esconden juntos, haciendo erupción para alterar la estructura completa, como Minty en “England Made Me”. Erupcionó para bien, pensó él. A él también le gustaba olvidar. “Siempre digo que sería un buen cura porque las historias me entran por un oido y salen por el otro. El poder de olvidar es parte de lo creado también. Llega desde el subconsciente de otra forma. Hay una diferencia entre el trabajo de un reportero, y el de un novelista. El tuyo es recordar, el mío olvidar. De alguna manera lo que uno olvida se convierte en la memoria irreconocida del futuro”. Despues recordé quien dijo ‘La literatura es un proceso planificado para olvidar”. Conrad. ¿Así que las personas anecdóticas serían de poca utilidad para él? “Me gusta más escuchar en exceso a que me cuenten. Adoro escuchar a escondidas. Ese fue mi castigo en Suramérica, que mi español es muy malo para escuchar bien disimuladamente”. ¿El valor peculiar que es sacar eso fuera de contexto le dio un curioso interés dramático? “Exactamente. También favorece la consciencia de uno. Uno obtiene una historia la cual es completamente irreal y por lo tanto no puede ser identificada”. Crepúsculo apilado sobre el aislamiento. Con su predisposición por el aburrimiento, ¿no sufrió una cierta angustia, arbitrariamente estacionada en algún banco de arena extranjero? Él reconocía una cierta timidez. Cuando sabía a donde iba, tomaba sus libros. Como en el lazareto del Congo. El primer día fue casi sin compromiso. Él tenía una choza, con mesa, mosquitero y cama. Él no podía hablar el lenguaje africano de los leprosos que lo miraban, aunque almorzaba con el cura y doctor belga. Pero cuando él desplegó sus libros pensó: “Este es mi estudio, esta es mi casa”. La experiencia inspiró ‘A Burnt Out Case’ (‘Una Caja Quemada?), la novela acerca de un refugiado creado por la arquitectura de su talento creativo en el que alguna vez había perdido la fe. Por un tiempo luego de ese libro Greene pareció agotado en su escritura. ¿Se debería hacer el paralelismo? “Nadie tenía un bloqueo mental, causado por la fatiga y quizás por vivir con un personaje pesimista como Querry por dos años. Aliviado por escribir los sueños de uno…Cuando tenía 60 años yo tenía un gran sentido de mi edad. Empecé un libro de no ficción llamado ‘The Last Decade’ y después que había escrito cuatro páginas olvidé mi edad. Aunque uno está consciente, usted sabe, de que a los 66, esa pared está ahí, que si uno quiere terminar esta novela, no debe empezar a divagar”. ¿Se había sentido él divagando en las guerras, que podría no haber salido por razones físicas externas? “Solo una vez, hace dos años en Israel. Pasé dos noches en un enredo israelí en El Qantara, pedí prestado un Jeep para observar las posiciones a lo largo del canal, y todo estaba tan tranquilo como podrías desear hasta nuestro retorno. Entonces todo se quebró desde el lado egipcio. Lo que me preocupaba después que corrimos a las dunas era cuando los israelíes replicaran eventualmente, porqué pensé que los egipcios notarían que habían estado disparando en exceso. El mortero no funcionó, pero pensé, ‘Es un poco necio estar involucrado en la guerra de otros a mi edad, y estar recostado tres horas sobre una duna en una tarde caliente, sin un sombrero’”. Él había querido sobrevivir entonces. Una historia diferente de nuestra propia guerra con el eje. Para esa oportunidad él estimaba que había una posibilidad muy grande de no sobrevivir: los ataques a África, los submarinos de guerra, las enfermedades de África, todo se configuraba en un pronóstico de muerte. Pero debido a que era el cumplimiento de un deseo se había dejado de lado las oportunidades, las bajas no fueron tan grandes. En esos años (los cuales siguieron inmediatamente el cierre de su autobiografía ‘A Sort of Life’), su escritura se oxidó con el mal uso y el desuso. Dije que suponía que la indiferencia era una forma de pecado. Él estuvo de acuerdo en que podría ser, pero él nuca había sido contrario al pecado. De cualquier modo este deseo de no sobrevivir había sido menos indiferente que la apatía de una situación personal (recuerdo el prefacio de ‘The Confidential Agent’-1939- escrito en seis semanas mientras avanzaba lentamente en “The Power and the Glory -1940- donde el atribuye la ruptura de su matrimonio al rencor resultante del esfuerzo bencedrina). Pero él no diría lo mismo hoy. Sobre todo el pelearía para sobrevivir ahora. La adrenalina de Suez había sido un arranque repentino comparado con el advenimiento del ataque. “Siento cierto placer al ser asustado”, dijo él. “Eso anima a uno después”. Pero ¿cada variedad de ruleta rusa puede ser jugada tan a menudo, antes que fluya la adrenalina? “Si”, dijo él, con ese movimiento torácico que acompaña particularmente sus aseveraciones más enfáticas., “y uno tiene miedo de estar enfermo detrás del piloto”. Hablábamos de zonas del mundo donde su reingreso promovería mucha adrenalina. Él había sido vetado en Vietnam del Sur por “The Quiet American”. Él no arriesgaría su vida en Haití. Él pensaba que el general Stroessner no lo recibiría de nuevo en Paraguay. No estaba seguro si lo dejarían regresar a Checoslovaquia, luego de las recientes declaraciones de sus puntos de vista en los medios de Praga, pero podrían, ya que todavía lo están publicando. En Rusia el había mordido su nariz para escupir su cara, al poner un interdicto a la publicación de sus trabajos, contra Daniel y Sinyayasky. Las personas han criticado eso como un gesto vacío, pero estaban equivocadas, los rusos han sido muy escrupulosos con los royalties. Si, él concordaba con el punto de vista de Pyle en ‘The Quiet American’ en que una opinión es una acción, especialmente si los tanques rusos están de por medio. Un individuo no puede hacer más que un comité, o un sindicato de escritores, porque no se necesita compromiso. Él podía regresar, a Freetown, el escenario de ‘The Heart of the Matter’ (un libro muy popular, excepto por su autor) pero el problema era…la oportunidad del encuentro. DE hecho el había regresado y, saliendo de la oscuridad de su hotel, fue tomado por el brazo viciosamente. Una voz cavernosa le dijo: “¡Holaaaa, Greene! ¡Soy Scobie!” Mencioné la vieja historia de su veto de Butlin’s por espiar del orificio de un tabique y él dijo que nunca la había oído. “Me caí en la pista de baile”, concedió él. “Esa fue la profundidad de mi desgracia. Fui con Edward Ardizzone y llegando a Clacton nos animamos cuando el taxista dijo ‘¡Ese burdel!’ pero tristemente el lugar no tenía ni pizca de eso. Se parecía mucho al lugar que había anticipado en ‘The Confidential Agent’. El efecto agradable proveniente del desayuno la segunda mañana”. Las personas quienes lo consideraban un escritor alienado de Inglaterra deberían recordar, dijo él, que la mitad de su trabajo fue hecho allí. En sus primeros años un libro le tomaba nueve meses y la idea del próximo aparecía cuando estaba a dos tercios de terminarlo. Ahora le toma dos años o más, y nada más le viene a la cabeza sino pocas ideas para cuentos, en las cuales sin embargo, disfruta más de lo que solía, extendiéndolas para abrir espacio a la sorpresa. Una vez, el podía hacer andar a un personaje, pero ahora divaga, de lo anodino al aburrimiento, la necesidad de locomoción urge a su imaginación. Él nunca lee artículos (el, la, los), porque eso tiene el efecto de hacerlo auto consciente. Lee las revisiones de un libro nuevo hasta enfermarse con las relecturas de su propio argumento corregido. El único estímulo que viene de la crítica es un ensayo perceptivo de otro escritor, como el libro de Erich Heller ‘The Artist’s Journey into the Interior’, el cual redespertó la excitación de escribir. No habrá más teatro luego de la debacle de ‘Carving a Statue’. Previamente él había dedicado más tiempo al teatro, pero tuvo una horrible diferencia de opinión con los actores. Él pensaba que había escrito una farsa negra, su mejor obra, pero el actor estaba resuelto a no ser agradable, él pensaba en una pieza de Ibsen sobre God the Father. El inglés algunas veces promueve el estado de ánimo equivocado, como su novela ‘Travels with my Aunt’. Fue catalogada como agradable, cuando por el contrario era una sátira a la sombra del cadalso, como había dicho un sueco perceptivo. No habrá más autobiografía después de ‘A Sort of Life’ excepto por los prefacios de su Collected Edition. Él tiene poca memoria de sus trabajos, y revisitarlos ahora siempre es un negocio doloroso. ¿No teme las inevitables versiones de alguien más sobre su vida? “Espero que como la guerra de Vietnam puede cesar, este deseo de grandes tomos biográficos también debería…Yo solía disfrutar las viejas biografías victorianas de tres versiones. Uno sentía que estaba haciendo su propia biografía con ese material. Algo fascinante en un libro aburrido. Cada 56 páginas algo interesante, como si buscaras metales preciosos con un contador Geiger”. El problema con ‘A Sort of Life’ ha sido que dejar fuera. Al final él se ha dejado llevar por su consciencia como novelista, y sacó una larga sección sobre la vida prostituta en el Londres de loa años veinte, para no romper la continuidad de la historia. Hablamos de eso, las dos o tres muchachas que el había conocido personalmente, como Soho había ido cuesta debajo de las muchachas a las casas de juego, como Butler había mostrado ser el peor de los secretarios del hogar con su llamado acto de limpiar las calles, como Maupassant había sido el único escritor en llevar a las meretrices a la ficción, hasta que dijo que yo estaba suministrando el desequilibrio que él había evitado. Pero si, eso todavía podía ser una buena monografía. Cualquier tipo de inicio ahora es un horror, pero no escribir es un horror peor. “Uno se hace desagradable, uno insiste, uno no puede quedarse solo, uno no puede leer un libro con comodidad. Uno siente un asomo”. Ahí permanecen las atracciones de Scylla y Charybdis, el comunismo y la iglesia católica. En cualquiera de los dos, dijo él, hubiera sido un protestante. Él nunca ha estado tan a la izquierda como en sus días de Oxford. He oscilado, eso es todo. En Malaya yo era anticomunista. Esa fue una Guerra a cargo de los mercenarios chinos, contra la población malaya. Yo tenía mucha simpatía por los franceses en Vietnam, pero giré hacia atrás, y con la invención americana me hice aun más simpatizante comunista. Por otro lado el combate con Rusia, aún después de Stalin, ha convertido en disgusto esa forma de comunismo”. Él prefiere a Freud antes que Jung, cuya benevolencia lo hace sospechoso. Y como hace tiempo hizo su tarea técnica sobre los prefacios de Henry James, Conrad, etc., ya no tiene interés en teología, al haber hecho su tarea sobre Newman, Bonhoeffer, San Juan de la Cruz y el único libro que le gustó del padre D’Arcy, ‘The Nature of Belief’. Tratar de hablar de la patología de la urgencia del martirio era algo parecido a un callejón sin salida. “Y por qué no tomar símbolos desde el amor humano, cuando estos son los más cercanos ¿tenemos que ser ecuánimes? Algunos de los poemas de Crashaw podrían ser absurdos, pero no cuando son sentidos. “Él es sospechoso de misticismo y (pausa larga) no quiere creer en la revelación. “He visto alguien quién tuvo el elemento milagro, Padre Pío en el sur de Italia. Él no fue místico, sino un campesino sólido quien tenía el estigma. Estoy un poco en guardia contra el misticismo porque se acerca a la poesía falsa. No aprecio a Juliana de Norwich, ni a Evelyn Underhill. El misticismo del este es un libro cerrado para mí. No puedo apreciar a Milton. Me refiero a que son puntos ciegos para mí”. Pero la utilidad de ser católico permanece intacta. “La iglesia tiene el mejor servicio de inteligencia del mundo”. Dondequiera que va, el siente que tiene una carta de presentación para el miembro de la comunidad mejor informado. Los encuentros no son casualidad. “Uno aprende mucho de los curas”. ¿Y de las mujeres? “No tanto como de los curas”, replicó rápidamente. Esperé. “De las mujeres”, dijo él lentamente “uno aprende de uno mismo. Y eso es importante para el escritor”. Él dijo una vez que el sexo y el miedo se interconectan. “No pienso que yo sea miedoso. Soy una víctima, no un productor de miedo”. ¿Podía sentir él algún sedimento positivo en los remolinos de pasión humana? “Yo no debería querer ver a mis amigos en uno. Siendo yo uno de ellos, uno ha experimentado la obsesión en varias ocasiones, las cuales han ido muy lejos, y ahora me gustaría controlar la obsesión, mucho más fácil con la edad…” “Yo no estaría asustado de la tristeza o el dolor por algo particular. La miseria histérica me asusta, mucha de esta emerge en los límites lejanos del lugar como suicidios. Esto es un instinto de autoconservación mío”. ¿No debería permitirse que las otras personas tomaran sus propias decisiones? “Oh si, fue falta de Scobie que él no lo hiciera”. ¿Y puede un escritor solicitar privilegio? Esta vez la sonrisa desde mucho más adentro.”Siempre digo ante el buen Dios, ‘Bien me hiciste escritor, y si he conseguido más logros que otros, es porque Tú lo hiciste’”. Le agradecía por un tipo de entrevista, y algo parecido a esta empezó a avanzar. Hablamos de apuestas, y él dijo que había ganado 250 libras esterlinas en las mesas en Niza y había estado tentado a colocarlo todo al rojo o el negro, pero había sido disuadido. ¿Por qué tenía una muchacha como mascota? “Si. También gané 190 libras en Beaulieu aunque, con mi editor Max Reinhardt como acompañante. La única superstición que tengo es jugar al 19 y espero a que salga hasta que enfoco líneas y cuadrados”. Él hizo que eso sonara como el ómnibus de Clapham. El sol de la tarde apretaba. Yo lamentaba dejar sus dominios, con la mesa, el sofá, dos sillas, una caja de libros y tres pinturas. Había un mazo de barajas en la mesa. ¿Paciencia? Pregunté. “Gin rummy”, replicó él. Sonrió. “Un juego para dos”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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