lunes, 26 de octubre de 2015

La muerte solitaria de George Bell

Cada año, alrededor de 50000 personas mueren en Nueva York, algunas solitarias e invisibles. Aún en tal estado de anonimato, la muerte puede causar una sorprendente cantidad de actividad. Algunas veces, en ese transcurso, los secretos de una vida son revelados. N.R. Kleinfield. The New York Times. 17-10-2015. Lo encontraron en la sala, doblado sobre la alfombra. Lo hizo la policía. Al olisquear un olor fétido, un vecino llamo al 911. El apartamento estaba al centro norte de Queens, en un edificio poco llamativo de la 79th Street en Jackson Heights. El apartamento pertenecía a George Bell. Él vivía solo. Por tanto la presunción era que el cadáver también pertenecía a George Bell. Era una suposición plausible, pero siguió siendo solo eso, porque el cuerpo que yacía abombado en el piso estaba descompuesto e irreconocible. Claramente el hombre no había muerto el 12 de julio, el sábado del año pasado cuando fue descubierto, ni el día anterior, ni el anterior a ese. Él había estado tendido ahí por un buen rato, para nada anunció su partida al mundo, mientras la hiperquinética ciudad que lo rodeaba se aceleraba en sus negocios. Los vecinos lo habían visto por última vez seis días antes, un domingo. El jueves hubo un salto en su rutina. El carro que él siempre mantenía en el frente y lo movía de un lado de la calle al otro para cumplir con las normas de estacionamiento, estaba en el lado equivocado. Había una boleta debajo del limpiaparabrisas. La mujer de al lado llamó a Mr. Bell. Su teléfono sonó y sonó. Entonces el olor a muerte y la policía y la profunda razón por la que George Bell no movió su carro. Cada año mueren alrededor de 50000 personas en Nueva York, y cada año la tasa de mortalidad parece alcanzar un nuevo punto bajo, con las personas viviendo más sanas y longevas. Una gran mayoría de los difuntos tienen familiares y amigos quienes pronto saben de su desaparición y van llorosos a su funeral. Aparece una reverente noticia de muerte. Se acumulan las tarjetas de condolencia. Cuando muere una celebridad o hay una muerte dolorosa de un inocente, la ciudad entera podría llorar. Un número mucho más pequeño muere solo en dificultades ocultas. Nadie traslada sus cuerpos. Nadie vela la conclusión de una vida. Ellos son un nombre añadido a las estadísticas de muertes. En el año 2014, George Bell, 72 años, estuvo entre esos nombres. George Bell, un nombre simple, dos sílabas, el mínimo. No había respuestas obvias a quien era él o que forma había tomado su vida. Cuales preocupaciones gravitaban sobre él.. A quién amaba y quien lo amaba. Como la mayoría de los neoyorquinos, él vivía en las esquinas, bajo la luz pálida de la oscuridad. Aún en tal estado de anonimato, la muerte puede causar una sorprendente cantidad de actividad, al establecer un proceso elaborado que involucra a una mezcla heterogenea de personajes intercomunicados cuyas vidas fluyen en parte o en todo desde la muerte. Con George Bell, las olas del proceso se derramarian improbable y aparentemente por accidente desde las sombras de Queens hasta el norte de Nueva York y Virginia y Florida. Docenas de personas quienes nunca lo conocieron, todos piezas de la complicada maquinaria de mortalidad de la ciudad, los encontraría estableciendo los asuntos de un hombre ordinario quien dejó este mundo sin que nadie en particular lo notara. Al descubrir una muerte, se encuentra la historia de una vida y quizás un significado. ¿Podría algo en el mapa de la existencia de George Bell haber explicado su final solitario? Posiblemente no. Pero era verdad que George Bell murió llevándose algunos secretos. Secretos acerca de como vivía y secretos acerca de lo que más le importaba. Esos secretos traerían lamentos. A la vez, ellos enviarían recompensas. La muerte hace eso. Cierra puertas pero también las abre. Una vez que los bomberos habían forzado la puerta aquella tarde de julio, la policía entró a un apartamento abatido recargado de posesiones, una parodia grotesca de la condición “vive bien”. Claramente, el ocupante había sido un acumulador de bienes. Los oficiales del 115th Precinct (Distrito) llamaron a la oficina del examinador médico, la cual se ocupa de muertes sospechosas y cuerpos no identificados, y llegó un investigador médico legal. Su tarea era determinar acciones indebidas y buscar evidencia que pudiera ayudar a localizar a sus familiares e identificar el cuerpo. En pocas palabras, estaba claro que no había ocurrido nada criminal (no había señales de violencia, heridas de bala, sangre coagulada). Un paramédico del departamento de bomberos hizo el pronunciamiento obvio de que el hombre estaba muerto; hasta de un esqueleto se debe declarar que no tiene signos vitales. El cuerpo fue encerrado en un saco de residuos humanos. Un equipo de transporte de la oficina del examinador médico lo llevó a la morgue del Queens Hospital Center, donde fue depositado en uno de 100 compartimientos refrigerados, enfriados a 35 ºF. Le corresponde a la policía notificar al más próximo de los familiares, pero los vecinos no conocían a ninguno. Los detectives tomaron algunos nombres y teléfonos del apartamento, llamaron y no consiguieron nada: El hombre no tenía esposa, ni hermanos. La policía estima que localiza a los familiares 85 % del tiempo. Con George Bell se poncharon. En la morgue de Queens, el personal de identificación empezó a trabajar. Algo como el 90 porciento de los cadáveres que llegan a las morgues de las ciudades son identificados por familiares o amigos luego que les muestran fotografías del cuerpo. La mayoría de los restos salen para se enterrados en pocos días. En cuanto al resto, las cosas se complican. La resolución más fácil es la aportada por las huellas dactilares; de otra manera se utilizan los registros dentales y médicos o, como último recurso, por ADN. El examinador médico también puede hacer una identificación contextual; cuando todos los elementos son considerados y ninguno de ellos aporta certeza, se puede hacer un tipo de identificación circunstancial. Las huellas dactilares fueron tomadas, lo cual requirió días debido a la pobre condición de los dedos. Tuvieron que utilizarse técnicas avanzadas, tales como sumergir los dedos en una solución para suavizarlos. Las impresiones fueron enviadas a la ciudad, estado y bases de datos federales. Una vez que transcurrieron nueve días y no apareció ningún familiar, el examinador médico reportó la muerte a la oficina del administrador público de Queens County, una agencia oscura que opera fuera del edificio de la corte suprema del estado en la vecindad de Jamaica. Sus austeras oficinas están adyacentes a la corte de los surrogados, familiarmente conocida como la corte de los viudos y los huérfanos, donde se prueban los testamentos y las batallas a menudo se efectúan por el muerto. Cada condado de Nueva York tiene un administrador público para manejar las propiedades cuando no hay nadie más quien lo haga, más comunmente cuando no hay testamento ni herederos conocidos. Los administradores públicos tienden a llamar la a tención solo cuando las quejas sobrepasan su competencia o sus honorarios o su tendencia a dirigir lugares de poder político. O cuando actúan fuera de la ley. El año pasado, un antiguo consejero de mucho tiempo, el administrador público del condado del Bronx resultó culpable de un gran robo, mientras llevaba los libros del Kings County, el administrador público fue sentenciado a prisión por robar al muerto. Auditorías recientes del controlador de la ciudad encontraron disfunciones manifiestas en ambas oficinas, de las cuales los ocupantes dijeron que habían estado exageradas. La auditoría más reciente de la oficina de Queens, en 2012, no presentó puntos significativos. La unidad de Queens emplea a 15 personas y procesa algo como 1500 muertes al año. Dirigida por la surrogado de Queens, Lois M. Rosenblatt, un abogado, que ha sido directora de la oficina por los pasados 13 años. La mayoría de los casos llegan desde hogares de cuidados, otros desde el examinador médico, guardias legales, la policía, enterradores. Mientras una mayoría de propiedades tiene un valor de menos de 500 $, una ha sido valorada en 16 millones $. Las propiedades pequeñas se pueden mover rápidamente. Las más grandes se extienden desde 12 a 24 meses. La oficina extrae una comisión que empieza en 5 porciento de los primeros 100.000 $ de una propiedad y luego disminuye, ese dinero va al fondo general de la ciudad. Un 1 por ciento adicional va a la oficina de gastos. El consejero de la oficina, quien por 23 años ha sido Gerard Sweeney, un abogado privado quien principalmente hace el trabajo legal del administrador público, obtiene un honorario legal que empieza en 6 porciento de los primeros 750.000 $ de la propiedad. “Puedes morir en tal anonimato en Nueva York”, le gusta decir. “Hemos tenido instancias de personas muertas por meses. Nadie los encuentra, nadie los reclama”. El hombre que presumía ser George Bell se unió a esos casos, una llegada fresca que Ms. Rosenblatt visualizó como nada especial. Mientras tanto, el examinador médico necesitaba registros, los rayos X se los daría, para confirmar la identidad del cuerpo. La oficina tomó su propia placa de rayos X de tórax pero aún requería de otras anteriores para comparar. La oficina del examinador médico no tenía idea de cuales doctores había visto el hombre, en una maniobra al azar, el personal empezó a llamar a hospitales y doctores de la vecindad, en un patrón que irradiaba hacia afuera desde el apartamento de Jackson Heights. A quien fuera que contestara le preguntaban si por casualidad habían atendido algún George Bell. Tres investigadores trabajan para el administrador público de Queens County. Ellos buscan a través de las residencias de los desaparecidos, escrutan sus hogares por pistas como cuales eran sus pertenencias, quienes eran sus familiares. Es un tipo de trabajo peculiar, ver lo que extraños tenían en sus armarios, lo que colgaban en las paredes, que desodorante les gustaba. El 24 de julio, dos investigadores, Juan Plaza y Ronald Rodriguez, entraron a los predios del apartamento de Bell, vestidos con trajes a prueba de sustancias tóxicas y botas. Los investigadores trabajan en parejas, para evitar a los ladrones. Tan inhóspito como era el lugar, ellos habían visto peores. Un apartamento tan cargado de pertenencias, que la arrendadora, se moría tratando de pararse, era incapaz de caerse al piso. O el lugar del que ellos escaparon aplastando cantidades de pulgas. Si, ellos vieron una existencia humana donde otros no lo hicieron. Mr. Plaza había sido oficinista de manejo de data antes de llegar a su campo macabro en 1994; Mr. Rodriguez había sido mesero y encontró su interés en 2002. ¿Qué califica a alguien para ese trabajo? Ms. Rosenblatt, la directora de la oficina, lo resumió así: “Las personas deben estar dispuestas a entrar a esos apartamentos horrorosos”. Los dos hombres deambularon a través de la anarquía inédita, 800 pies cuadrados, una habitación. Un mal olor enrareció el aire. Mr. Plaza untó sus fosas nasales con una barra de mentol y alcanfor. Mr. Rodriguez se salió por un momento. El alcanfor molestaba su nariz. La única cama era un sofá plegable en la sala. La habitación y el baño parecían devastados. La cocina estaba embadurnada de basura y desordenada, billetes de lotería viejos de más de diez años que habían fallado en acertar. Una lista de compras en el piso leía: sal marina, ajo, zanahorias, brocoli (dos paquetes), “TV Guide”. El lavaplatos no funcionaba. La estufa de placas no tenía botones y parecía no haber sido usada para cocinar por mucho tiempo. Los hombres escarbaron por un testamento, papeles de cementerio, documentos financieros, un libro de direcciones, computadora, teléfono celular, ese tipo de cosas. Las fotografías podrían mostrar familiares, podría ser una mamá o una hermana esa mirada de la foto de la repisa. Los objetos portátiles de valor iban a ser recuperados. ¿Un Vermeer cuelga de la en la pared? Tómalo. Una vez encontraron 30.000 $ en efectivo, otra vez un Rolex entro de un radio. Pero la barra no está tan alta: En una ocasión, ellos encontraron una fotografía del muerto con un uniforme de los Knights de Malta. En la luz mortecina ellos sacaron papeles de una mesa y de algunas gavetas de la sala. Encontraron 241 $ en billetes y 187.45 $ en monedas. Un reloj Relic no parecía especial, pero ellos lo pusieron en una caja. Ajustados a las paredes estaban una cabeza de oso, varias cornetas y algunas fotografías militares de aviones y buques de guerra. Sobre el sofá colgaba una foto de la secuencia de un paracaidista en un aterrizaje, con un registro de certificado del primer salto de George Bell en 1963. Cartones de comida china y cajas de pizza proliferaban alrededor. Los estantes estaban repletos de cintas de música y video: “Top Gun” ,“Braveheart”, “Yule Log”. Un calendario de Lucky Market colgaba en el baño, abierto en agosto de 2007. Acumular cosas es una muestra atenuada de desorden mental, muy poco entendido, que lleva a las personas hacia actos incoherentes; quienes sufren de esto pueden comprar productos simplemente para tenerlos. Entre el desorden había media docena de forros de mesa de planchar sin abrir, varios paquetes de luces de navidad, cuatro medidores de presión de neumáticos nuevos. Los investigadores regresaron dos veces más, revisaron más papeles, hallaron otros 95 $. No encontraron teléfonos celulares, computadoras ni tarjetas de crédito. Desplazarte a través de los efectos personales del muerto, percibir la miseria de estas habitaciones, puede colorear tus pensamientos. El trabajo cambia a las personas, y este ha cambiado a estos hombres. Mr. Rodriguez, de 57 años y divorciado, tiene un mayor sentido de la urgencia. “Trato de llevar la vida como si fuera el último día”, dijo él. “Nunca sabes cuando morirás. Antes de esto, tomaba las cosas como si fuera a vivir por siempre”. La soledad de tantas muertes desgasta a Mr. Plaza, el miedo de que algún día será él quien esté derribado en el piso de uno de estos apartamentos silenciosos. “Este trabajo te enseña mucho”, dijo él. “Aprendes que cualquier cosa material que tienes, debes usarla y compartirla. Compartirte a ti. Las personas mueres sin nadie con quien hablar. Mueren y los familiares salen de la nada. ‘Él era mi tío. Él era mi primo. Dame lo que él tenía’. Dame, dame. Aunque cuando él estaba vivo, ellos nunca lo visitaban, nunca conocieron a la persona. Al trabajar en esta oficina, mi vida cambió”. Él tiene 52 años, también divorciado, sin hijos, pero se mantiene ampliando su grupo de amigos. Cada día les envía mensajes motivacionales por Instagram: “Con cada amanecer, debemos valorar cada minuto”, “Se agradable, sonríe al mundo y este te sonreirá”, “Comparte tu vida con tus seres queridos”; “Ama, disculpa, olvida”. Él dijo: “Cuando yo muera, alguien me encontrará el mismo día o el siguiente. Debido a que he trabajado aquí, mi lista de amigos se ha hecho más y más amplia. No quiero morir solo”. En su cubículo de Queens, usando guantes de goma, Patrick Stressler revisaba el paquete de documentos recuperado por los dos investigadores. Mr. Stressler, el supervisor de la oficina del administrador público, responsable de ordenar las propiedades de George Bell, es formalmente un “agente de propiedades de difuntos”, un título que él encuentra útil para romper el hielo en conversaciones de fiestas. Tiene 27 años, y había sido cajero de restaurant hace cinco años cuando se enteró que podía ser agente de propiedades de difuntos y se convirtió en uno. Él empezó con las fotografías. Mr. Stressler se mezcla con las partidas de la personas que nunca podrá conocer y especialmente le gusta ponderar las fotos de manera de “obtener un sentido de la historia de una persona, no que ellos solo murieron”. La fotografías ocasionales abarcaban la totalidad de la vida. Un niño usando cartuchera y pistolas de juguete. Un hombre vestido de militar. Pescadores. Una mujer joven sentada en una silla en una esquina. Una clase de secundaria en escena, cada uno usa una máscara negra. “Eran tiempos diferentes”, musitó Mr. Stressler. Al final, las fotos divulgaron poco de lo que George Bell había hecho en sus 72 años. La gruesa capa de papeles aportó pocos frutos. Un pasaporte sin usar, expedido en 2007 a George Main Bell Jr., muestra a un hombre de cuello grueso con una cara carnosa desgastada por el tiempo, nacido el 15 de enero de 1942. Los documentos esteblcieron que su padre, George Bell, murió en 1969 a los 59 años, su madre, Davina Bell, en 1981 a los 76. Algunas tarjetas de días festivos. Algunas de una Elsie Logan de Red Bank, N.J., agradeciéndole por los regalos de chocolates Godiva. Una fechada en 2011, decía: “Llamé el domingo alrededor de las 2, no hubo respuesta. Trataré de nuevo”. Una tarjeta de Dia de Acción de Gracias de 2007 dice, “He estado tratando de llamarte, no hay respuesta”. Una tarjeta de navidad de 2001 firmada, “Siempre te amaré, Eleanore (Puffy)”, con el mensaje: “Pocas veces lo digo, pero espero que te des cuenta cuanto significa tenerte como amigo. Me importas mucho”. Tarjetas de Thomas Higginbotham, dirigidas a “Big George” y firmadas “tu amigo, Tom”. Un hallazgo dorado: un block H&R preparado con retornos de impuestos, útil como objeto divino. El último ajustaba un ingreso bruto de 13.207 $ por una pensión más intereses, otro por 21.311 $ por seguro social. Las declaraciones del banco contenían la revelación más grande: Para lo que parecía ser una vida simple, ellos mostraban balances de varios cientos de miles de dólares. Fueron enviadas cartas para confirmar las cantidades. No había evidencia de existencias o vínculos, pero si una pequeña póliza de seguro de vida, con sus padres como beneficiarios. Y había un testamento, fechado en 1982. En e´l se dividían las propiedades a partes iguales entre tres hombres y una mujer de relación desconocida. Y especificaba que George Bell sería cremado. Usando las direcciones que encontró en línea, Mr. Stressler envío cartas pidiendo a los cuatro que lo contactaran. Oyó de un Martin Westbrook, quien llamó desde Sprakers, una villa al norte de Nueva York, y dijo que no había hablado con George Bell en algún tiempo. El testamento lo nombraba como ejecutor, pero el declinó hacia el administrador público. Los cabos sueltos empezaron a ser ajustados. El carro, un Toyota RAV4 2005 plateado, fue enviado a un subastador. Había una nota de advertencia de que George Bell no había respondido a dos cuestionarios del jurado y ahora estaba sujeto a presentarse ante el comisionados de jurados; una carta fue enviada para decir que el no haría acto de presencia. Estaba muerto. Si lo que hay dentro de un apartamento tiene valor, las compañías de subastas se encargan de ello. Cuando no lo hacen, “las compañías de limpieza” disponen de las pertenencias. El lugar de George Bell fue declarado una limpieza. Entre sus papeles había una honorable baja militar de 1966, luego de seis años en la United States Army Reserve. Fue realizada una petición al departamento de asuntos de veteranos, a la administración nacional de cementerios, en San Luis, para un entierro en sus cementerios nacionales, con pago del gobierno. San Luis respondió que George Bell no calificaba como veterano, al no haber tenido servicio activo o haber muerto mientras estaba en la reserva. El administrador público apeló el rechazo. Una semana después, 16 páginas regresaron de la unidad centralizada de procesamiento satelital y apelaciones que podían ser resumidas con una conclusión clara: No. Otra cosa de la que el administrador público se hace cargo es de hacer que la oficina de correos le envíe la correspondencia del difunto. Pueden llegar declaraciones desde las casas de intermediarios. Las cartas podrían rebotar hacia los familiares. Cuando las revistas llegan, las subscripciones son finalizadas y solicitados los reembolsos. Podrían ser 6.82 $ o 12.05 $, pero las ínfimas sumas entran a las propiedades, incrementándolas. No llegó mucho para George Bell: estados bancarios, una nota del seguro del apartamento, cuentas de servicios, correspondencia de publicidad. Cada vida merece llegar a un lugar final de descanso, pero no todas son preciosas. La mayoría de las propiedades llegan con el administrador público luego que el cuerpo ha sido enterrado por familiares o amigos de acuerdo con un plan prepagado. Cuando alguien muere en la pobreza y abandonado, y una de varias organizaciones de entierros gratuitos no saben del caso, el cuerpo termina uniéndose a otros en el olvido comunal en el campo de los reclamos de Hart Island en el Bronx, el cementerio de último recurso. Si hay fondos, el administrador público rinde honor a los deseos del testamento o de los familiares. Cuando nadie habla por el difunto, la oficina se inclina por dos calamidades, los cementerios de tasas bajas de Nueva Jersey.Se prefiere que el gasto total esté por debajo de 5.000 $, no siempre fácil en una ciudad donde los costos fúnebres y de entierro pueden ser múltiplos de eso. Simonson Funeral Home de Forest Hills fue escogida por Susan Brown, la sustituta del administrador público, para encargarse de George Bell una vez que su identidad fue verificada. Está entre 16 regulares en las que ella rota las muertes de la oficina. El cuerpo de George Bell no fue el primero en quedar atrapado en el limbo. Hace algunos años, uno había flotado por semanas mientras los hermanos peleaban por los detalles del funeral. La hermana del difunto quería que tocara un cuarteto de barbería y una banda de metales; un hermano prefería algo solemne. La corte de surrogados se pronunció a favor de la hermana, y el hombre obtuvo un melodioso rechazo. El examinador médico no estaba teniendo ninguna fortuna con George Bell. Las llamadas frías a doctores y hospitales continuaron, pero las preguntas rebotaban alrededor de Queens, las respuestas regresaban lentas y redundantes: nada de George Bell. Mientras tanto, el examinador médico archivó un certificado de muerte no verificado, el 28 de julio. La causa de la muerte fue determinada como enfermedad hipertensiva y arterioesclerosis cardiovascular, con obesidad como factor significativo. Esto fue asumido, basados en la posición en que fue encontrado el cuerpo, su edad, el tamaño del hombre y la probabilidad estadística de que esta sea la causa. La ocupación fue descrita como desconocida. La ley de la ciudad especifica que los cuerpos sean enterrados, cremados o enviados desde la ciudad dentro de cuatro dias despues del descubrimiento, a menos que se presente una excepción. El examinador médico puede enviar a enterrar hasta un cuerpo no verificado. Si la ausencia de un cadáver es confirmada, sin embargo, la política del examinador médico es no permitir cremación. ¿Qué tal si ha habido un error? No puedes descremar a alguien. Así los días pasaron. Otros cadáveres llegaron a la morgue, haciendo pausas en su camino a la tumba, mientras el cuerpo que se presumía era e George Bell llegaba a su segundo mes de residencia refrigerada. Luego su tercero. A principios de septiembre del año pasado, un vecino del piso de abajo se quejó ante el administrador público de que el refrigerador de George Bell estaba filtrando hacia el techo y que pudiera estar empezando a generarse una colonia de hongos. Grandma’s Attic Cleanouts fue enviada a remover el equipo del problema. Diego Benítez, el dueño de la compañía, llegó con dos trabajadores. El refrigerador estaba desconectado, con vegetales congelados descongelados y comida china descompuesta en su interior. Las cucarachas habían llegado. Mr. Benitez les dio una dosis de atomizador para plagas. Conectó el refrigerador para enfriar la comida y disminuir el olor, entonces limpió y llevó los residuos a un centro de reciclado en Jamaica. Pocas semanas después, llegó Wipeout Extermining y trató todo el lugar. Mientras tanto, el examinador médico siguió llamando en búsqueda de viejas placas de rayos X. A finales de septiembre, la undécima llamada pagó dividendos. Un proveedor de radiología tenía rayos X de tórax de George Bell fechados en 2004. Estaban en un almacen, y tomaría algún tiempo recuperarlos. Las semanas avanzaron. A finales de octubre, el servicio de radiología reportó: lo sentimos, los rayos X habían sido destruidos. El examinador médico pidió confirmación por escrito. La respuesta regresó: No se preocupe, los rayos X estaban ahí. A comienzos de noviembre, estos llegaron a la oficina del examinador médico. Los rayos X fueron comparados, y bingo. En la primera semana de noviembre, casi cuatro meses después que había llegado, el presumido cadáver de George Bell se convirtió oficialmente en George Bell, difunto, de Jackson Heights, Queens. Ambiente frío. Rayos de sol se despliegan sobre Queens. La mañana sabatina del 15 de noviembre, John Sommese subió a una carroza fúnebre, se desplazó en el tráfico y manejó hacia la morgue. Él es dueño de Simonson Funeral Home. A los 73 años, él permanecía trabajando como dueño en una ciudad de muertes acechantes. En la morgue, un empleado sacó el cuerpo del compartimiento, y el examinador médico y el enterrador revisaron la tarjeta de identidad. Con la ayuda de un brazo hidráulico, el empleado depositó el cuerpo en la urna de madera. George Bell por fin iba a su hogar eterno. La urna fue desplazada hacia afuera y guiada a la parte trasera de la carroza funeraria. Mr. Sommese extendió una bandera estadounidense sobre esta. Las fuerzas armadas habían declinado un entierro militar, pero los años de George Bell en la reserva de la armada eran lo suficientemente buenos para el director del funeral, y él permitió los honores militares. La próxima parada fue U.S. Columbarium en Fresh Pond Crematory en Middle Village, para la cremación. Mr. Sommese se tomó un buen tiempo a lo largo de las calles de árboles alineados. El volumen del radio estaba enmudecido; la guantera decía Queens “Eres mi mejor amigo”. Mientras el enterrador decía que él no se tardaba mucho con los extraños que transportaba, permitió que instancias como esta le entristeciera, una persona muere y nadie aparece, sin servicio, nadie del clero para decir unas palabras amables, para decir descanse en paz. El enterrador era un cristiano, y creía que George Bell ya estaba en otro lugar, un lugar mejor. “Pienso que nadie debe tener un funeral elaborado” dijo en voz suave. “Pero pienso que entierro o cremación debe hacerse con respeto, más aun ¿de que trata la sociedad? Pienso que de este hombre. Creo que todos estamos conectados. Todos somos producto del mismo Dios. ¿Importa que este hombre sea cremado con respeto? Si, importa”. Él consultó al espejo y se pasó al próximo canal. “Puedes tener un funeral lujoso, pero las personas no pagan por cordialidad”, siguió él. “Ellos no pagan por entender. No pagan por que les importe algo. Este hombre está siendo tomado en cuenta. Me importa este hombre”. En U.S. Columbarium, él se dirigió a la parte trasera, hacia la puerta de descarga. Otra carroza funeraria estaba ahí. Si, una cola en el crematorio. Con los ojos cerrados ante el sol, Mr. Sommese avanzó en el aire inmóvil. Luegom de 15 minutos, la puerta abrió y el enterrador indicó el ángulo en que debía entrar la carroza. Los trabajadores levantaron la urna. Mr. Sommese mantuvo la bandera. Normalmente, esta le es entregada al más próximo de los familiares. Al no haber ninguno, el enterrador la dobló para usarla de nuevo. El proceso de cremación, al cual U.S. Columbarium llama el “viaje”, consumió casi tres horas. Típicamente, los polvos de cremación están disponibles en un par de días. Por 180 $ extra, el columbarium provee servicio expreso del mismo día, el cual era innecesario en este caso. Algunos 40.000 polvos de cremación estaban guardados en el columbarium, casi todos ellos enclaustrados en atractivos nichos de pared, visibles mediante vidrio. Debajo estaba una area de almacenaje cerca de los baños con un árbol de bronce fijado en la puerta. Este era el árbol de la comunidad. Detrás de la puerta los polvos estaban apilados y almacenados fuera de la vista. El menú alternativo. Los nombres estaban grabados en las hojas del árbol. Hace algún tiempo, cuando las hojas se llenaron, fueron agregadas palomas. Varios días después de la cremación, el superintendente colocó una pequeña caja de zapatos con forma de urna dentro del area de almacenaje. Entonces clavó una paloma metálica con las alas extendidas, sobre el extremo derecho del árbol. Eso identificaba la nueva adición: “George M. Bell Jr. 1942-2014” En jueves alternos, David R. Maltz & Company, en Central Islip, N.Y., subasta de 100 a 150 carros; otros días subasta propiedades, joyería y más que todo otras cosas. Ha vendido el Woodcrest Country Club en Muttontown, N.Y., cuatro máquinas de automóvil, 22 franquicias de KFC. Los artículos llegan desde bancarrotas, reposesiones y propiedades, incluyendo u flujo regular desde el administrador público de Queens. En el brillo congelado del 30 de diciembre, mientras un viento silbante agita el aire, la compañía Maltz tiene entre sus carros un Mustang convertible 2011, varios Mercedes Benz, dos carros que no se han movido y el Toyota 2005 de George Bell. A pesar de su edad, tenía solo algo más de 3000 millas, aumentando su atractivo. En un minuto de espasmo, “3.000 fue el banderazo, 3.500, 4000…”, el carro se vendió en 9500, superando las expectativas. Luego de los gastos, se agregaron 8.631,50 $ se agregaron a la propiedad. El comprador fue Sam Maloof, un asíduo, quien es dueño de una venta de carros usados, Beltway Motor Sales, en Brooklyn y planeaba revenderlo. Luego que lo llevó a su negocio, su hermana y secretaria, Janet Maloof, se enamoró de él. Ella tenía el mismo modelo de 2005, mismo color, recargado con más de 100.000 millas. Así que siguiendo el espíritu de los días de fiesta, él le regalo el carro de George Bell. En un par de semanas, las única otra posesión valiosa extraídas del apartamento, el reloj Relic, apareció a la venta en una subasta de Maltz de joyería, vino, arte y coleccionables. La subasta fue dominada por 42 propiedades suministradas por el administrador público de Queens, las más pequeñas de lejos eran las de George Bell. La puja por el reloj empezó en 1 $ y terminó en 3 $. El ganador fue un hombre desempleado llamado Tony Nik. Él estaba efusivo, murmurando luego de su triunfo que le gustaba al flaco premio. De nuevo, después de los gastos, otros 2.31 $ pasaron a la propiedad Bell. En un día de sol agradable una semana después, seis hombres musculosos de GreenEx, un negocio de mudanzas, llegaron para vaciar el apartamento de Queens. Desapasionadamente, sacaron las trazas polvorientas de la vida de George Bell y las metieron en latas y bolsas de basura. Rompieron los muebles con martillos. Algo de música salía de un radio portátil. Al ver los cartapazos interminables de papeles, mientras hablaban de corazones rotos, uno de los hombres dijo: “Pienso que se trata de depresión. Las personas se deprimen y entonces, el Señor las ayuda, olvídalo”. Estuvieron siete horas en eso, cargando todo en camiones destinados a un basurero del Bronx donde las tasas de pago eran buenas. Ellos rescataron algunos objetos para sí. Un hombre tomó un juego d platos de porcelana de Marilyn Monroe. Otro trabajador se apoderó de un paquete sin abrir de calcetines Nike, algunos prototipos de carros y unas esponjas nuevas de baño. Otro se hizo del televisor y un detector de monóxido de carbono sin usar. Pertenencia de una vida, todas valían más que el reloj de 3 $. Un trabajador de brazos tensos se agachó para revisar unas botas de trabajo sin usar, aun guardadas en su caja. Eran tamaño grande, pero el se las puso y le gustó como le quedaron. Él limpió el apartamento de George Bell usando las botas del muerto. Las personas señaladas en el testamento para compartir las pertenencias eran conocidas como herederos legales. Habían pasado más de 30 años desd que George Bel los escogió: Martin Westbrook, Frank Murzi, Albert Schober y Eleanore Albert. Además había un beneficiario de dos cuentas bancarias: Thomas Higginbotham. Elizabeth Rooney, una investigadora de nexos familiares en la oficina de Gerard Sweeney, el consejero del administrador público, se dispuso a ayudar a encontrarlos. Por ley, ella también ella también tenía que buscar al familiar más próximo, que llegaba hasta un primo hermano removido una vez, el familiar más cercano elegible para reclamar una propiedad. Ellos tenían que ser notificados, por si escogían apelar el testamento. Hubo tiempo, las pertenencias de George Bell no podían ser distribuídas hasta siete meses después que el administrador público había sido instruido, es el período que la ley de propiedades especifica para que los acreedores den un paso al frente. Hurgando la internet, Ms. Roomey encontró que Mr. Murzi y Mr. Schober estaban muertos. Mr. Westbrook estaba en Sprakers y Mr. Higginbotham en Lynchburg, Va. Ms. Rooney hallo que Ms. Albert, ahora lleva por nombre Flemm, al norte en Worcester. Ellos estaban sorprendidos de saber que George Bell les había dejado dinero. Ms. Flemm había hablado con él por teléfono pocas semanas antes de que él muriese; los otros no habían estado en contacto por años. Una parte importante del trabajo de Ms. Rooney era delinear un árbol genealógico de la familia de tres generaciones. Al utilizar la compañía de genealogía Ancestry.com, ella compiló evidencia con sosas como registros de censos y listas de barcos, allí se mostraba a familiares de Bell llegando desde Escocia. La oficina de ella una vez produjo un árbol genealógico de dos metros de largo. En otra ocasión trazó a una familia hasta la época de Daniel Boone. Ms. Rooney creó árboles paternales y maternales, cada uno con docenas de nombres. Ella encontró cinco familiares vivientes: dos primos hermanos maternales, uno vivía en Edina, Minn., y el otro en Henderson, Nev. Ninguno había estado en contacto con George Bell en décadas, y no sabían como se ganaba la vida él. Del lado paternal, Ms. Rooney identificó dos primos hermanos, uno en Escocia y otro en Inglaterra, así como un tercero cuya ubicación se calificó indeterminada. Cuando esa prima, Janet Bell, no apareció, el protocolo dictaba que debía ser publicada una nota en un peridódico por cuatro semanas, un gesto destinado a alertar a los familiares no localizados. Cuando hay propiedades considerables, la corte escoge al The New York Law Journal, donde el costo de la nota está alrededor de 4.000 $. En esta instancia la corte escogió a The Wave, un semanario de Queens con una circulación de 12.000 ejemplares, con un costo de 247 $ la nota. La prima podría haber estado en Tajikistan o en Hog Jaw, Ark., o hasta en Staten Island y las posibilidades de que viera la nota eran aproximadamente cero. Entre miles de tales anuncios que Mr. Sweeney ha colocado, él todavía espera por la primera respuesta. Llegó la noticia de que Eleanore Flemm había muerto de un ataque cardíaco el 3 de febrero a los 66 años. Como ella había sobrevivido a Mr. Bell, sus propiedades permanecerían vigentes. Sus herederos serían su hermano James Albert, un detective privado de Long Island quien apenas recordaba el nombre Bell, junto a un sobrino y dos sobrinas de Florida. Uno ni siquiera sabía que George Bell había existido. La muerte no es social. Es un negocio. No se necesita haber conocido a alguien para obtener su dinero. El 20 de febrero en agente inmobiliario de Queens ofreció el apartamento de Bell en 219.000 $. Era la última propiedad por liquidar. Tres compradores potenciales llegaron el día siguiente, y la oferta de una mujer por 225.000 $ fue aceptada. Tres meses después, la junta de condominio dijo no. Una pareja de mediana edad que vivía bajando la cuadra entró en el juego, y, les fue aprobada la venta en 215.000 $. Su plan era reparar el apartamento, cederle su casa a su hijo mayor y entonces mudarse, para vivir donde vivió George Bell. Mientras tanto, Mr. Sweeney apareció en la corte de surrogados para pedir la ejecución del testamento. Además de los dos beneficiarios conocidos, él planteó la posibilidad de familiares desconocidos y la prima no encontrada. La corte nombró un guardián para revisar el testamento a favor de estas personas, quienes podrían, de hecho, ser fantasmas. En septiembre, Mr. Sweeney introdujo una cuenta final, las matemáticas duras de las propiedades, para aprobación de la corte. No hubo objeciones. Los bienes de George Bell sumaban 540.000 $. Las cuentas bancarias tenían 215.000 $ acreditando a Mr. Higginbotham, como único beneficiario, y él obtuvo eso directamente. Lo referente al apartamento, otras cuentas, una póliza de seguro de vida, el carro y el reloj fueron a la propiedad: alrededor de 324.000 $. Una comisión de 13.726 $ fue a la ciudad, un pago de 3.238 $ al administrador público, 19.453 $ a Mr. Sweeney. Otros gastos incluían cosas como el mantenimiento del apartamento, en 7.360 $; una cuenta del funeral de 4.873 $; 2.800 $ para la compañía de limpieza; 1.663 $ para el investigador de nexos familiares; un boleto de estacionamiento por 222 $; una cuenta de 704 $ del departamento de bomberos por servicio de ambulancia; 750 $ por el guardian de la corte; y 12.50 $ por el avaluo de un reloj que fue vendido en 3 $. Eso dejó cerca de 264.000 $ para ser repartidos entre Mr. Westbrook y los herederos de Ms. Flemm. Unos 14 meses después que un hombre murió, sus propiedades fueron determinadas y todo estaba listo para proceder. Para los recipientes, George Bell había salido de la eternidad para unirse a ellos entregándoles su dinero. Nadie durante el proceso sabía porque él los había escogido, ni necesitaban saberlo. Solo necesitaban conocerlo en la quietud de la muerte, como un hombre cuyo corazón había dejado de latir en Queens. Pero él había sido como cualquiera, un ser humano quien había construido una vida en esta tierra. Su vida empezó pequeña y plana. George Bell estaba especialmente vinculado a sus padres. Dormía en el sofá cama de la sala, mientras sus padres reclamaron la habitación, y el continuó durmiendo allí aún después que ellos murieron. Ambos padres vinieron de Escocia. Su padre era un maquinista de herramientas, y su madre trabajó por un tiempo como costurera en la industria juguetera. Al terminar la secundaria, se unió a su padre como aprendiz. En 1961, hizo una amistad en un bar local, un hombre de mudanzas. Se hicieron amigos, y el hombre de mudanzas llevó a George Bell hacia el negocio de las mudanzas. Su nombre era Tom Higginbotham. Otros tres hombres de mudanzas se hicieron sus amigos: Frank Murzi, Albert Schober y Martin Westbrook. Los hombres del testamento. Principalmente de movían en oficinas de negocios, y todos ellos ingerían alcohol, en proporciones titánicas. “Eramos una cuerda de borrachos”, dijo Mr. Westbrook. “Soy un electricista. Pero George me hacía avergonzar. Él era un tipo muy agradable, una especie de ermitaño. Pasamos buenos tiempos”. En palabras de Mr. Higginbotham: “Eramos grandes amigos. No se si se puede decir de esta manera, pero eramos hombres que nos estimábamos”. Ellos lo llamaban Big George, por su corpulencia, pesaba quizás 105 kg. Luego su apetito excesivo lo hizo llegar a 180 kg. Él tenía arrancadas locas. Una vez una mujer lo invitó a él y a Mr. Higginbotham a una fiesta en la casa de sus padres. Su padre criaba peces tropicales. Ella le mostró a George Bell el tanque. Cuando él admiró un pez llamativo, ella dijo, “Oh, ese es uno de los caros”. Él tomo una red, atrapó el pez y se lo tragó. Un día los amigos se estaban mudando a una firma financiera. Luego que habían metió los escritorios en las oficinas nuevas, George Bell deslizó notas en las gavetas, escribió cosas como: “Estoy locamente enamorado de ti. Nos vemos en el enfriador de agua”. O: “hay una bomba debajo de tu silla. Tu próximo movimiento podría ser el último”. Bromas tontas. Big George como Big George. Los amigos, sin embargo, siempre lo encontraron dificil para intimar. Había cosas internas que nadie podía sacarle. Aprendías a suprimir tus preguntas con él. Él tenía sus cargas. Su padre murió joven. Mientras envejecía su madre se encorvó por la artritis. Él la cuidaba, le daba de comer y la bañaba hasta su muerte. Él era fastidioso con su dinero, solo confiaba en los bancos para ahorrar. Había una mujer con la que empezó a salir cuando ella tenía 19 años y él 25. “Nos llevábamos muy bien”, dijo ella después. “Él me hizo sentir especial”. Se planeó un matrimonio. Hablaron de un salón de bodas. Él compró un traje. Entonces, le dijo a sus amigos, que la madre de la mujer quería hacerle firmar un acuerdo prenupcial para proteger a su hija si el matrimonio se disolvía. Él terminó el compromiso, y nunca tuvo otra relación seria. Esa mujer era Eleanor Albert, el cuarto nombre del testamento. Algunos años después, ella se casó con un hombre más viejo quién hacía equipos para una compañía de suplementos de festejos, y se mudó al norte del estado para convertirse en Ms. Flemm. En 2002 su esposo falleció. El tiempo y la distancia nunca afectaron la afinidad emocional entre ella y George Bell. Hablaban por teléfono e intercambiaban tarjetas. “Teníamos algo que nunca se desgastó”, dijo ella. Ella le había enviado una tarjeta del Día de San Valentín el año pasado: “George, a menudo pienso en ti con amor”. Y para reconocerle su cariño, él la puso en su testamento y la mantuvo allí. Su vida terminó muy parecida a la de él. Ella vivía sola en un remolque. Falleció de un ataque cardíaco. Un vecino que despejaba su nieve la encontró. Se había puesto obesa. Su hermano hizo que la cremaran. Una diferencia era que ella dejó atrás deudas, le debía al banco y a las compañías de tarjetas de crédito. Todo lo que ella dejaría eran decenas de miles de dólares del dinero de George Bell, dinero que ella nunca llegó a tocar. Algo le tocaría a su hermano, quien no tenía planes para eso. Una tajada fue a Michael garber, su sobrino, quien maneja un bus en Disney World. Un amigo de su tía tenía un Camaro convertible que a ella le gustaba mucho, y el podría comprar un camaro usado en honor de ella. Algo más iría a manos de Sarah Teta, una sobrina, retirada y viviendo en Altamonte Springs, Fla., quien planea ahorrarlo para días difíciles. “Siempre oyes de personas que mueren y no conoces y te dejan dinero”, dijo ella. “Nunca pensé que esto me ocurriría”. Y algo le tocaría a la otra sobrina de Eleanore Flemm, Dorothy Gardiner, una mesera retirada y trabajadora en un hogar de cuidados. Ella vive en Apopka, Fla., nunca oyó de George Bell. Ella ha sobrevivido dos cáncer y tiene cuentas médicas por varios miles de dólares que podrían finalmente desaparecer. “He estado pagando 25 $ mensuales, es lo que puedo”, dijo ella. “Nunca me habría esperado esto. Es una locura”. En 1996, George Bell se lastimo su hombro izquierdo y la espina dorsal al levantar un escritorio en una mudanza, y su vida tomó un giro diferente. Él recibió aprobación de compensación laboral y pagos de incapacidad del seguro social y empezó a recibir una pensión d los manejadores del equipo. Aunque nunca trabajó otra vez, él tenía todo el ingreso que necesitaba. Él solía invitar amigos para ver televisión y les cocinaba. Entonces dejo de invitar a nadie. Nadie sabe porqué. Los viejos amigos se habían alejado, y con ellos algo de la calidez de la vida de George Bell. De sus colegas de las mudanzas, Mr. Murzi se retiró en 1994 y murió en 2011. Mr. Schober se retiró en 1996 y se mudó a Brooklyn, se perdió el contacto. Falleció en 2002. Mr. Higginbotham renunció al negocio de las mudanzas, y se mudó al norte del estado en 1973 para trabajar para el estado como científico ambiental. Ahora tiene 74 años, retirado y viviendo solo en Virginia. La última vez que habló con George Bell fue hace 10 años. Él tenía un código de repicar y mantener la llamada para que él contestara su teléfono, pero en su momento el no tuvo respuesta. Èl enviaba tarjetas, lo invitaba a venir, pero el no lo hacía. Eso fue dos meses antes que Mr. Higgnbotham descubriera que George Bell había muerto. Ha sido duro para él aceptar la forma como le llegó el dinero de George Bell. “He estado presionado por esto”, dijo él. “No he estado durmiendo. Me duele el estómago. Me ha subido la presión sanguinea. Discutí con el varias veces para que saliera de ese apartamento y gastara su dinero y disfrutara la vida. Le envié muchos folletos de lugares a donde ir. Pensé que entendía a George. Ahora me doy cuenta que no lo entendía para nada”. Mr. Higginbotham estaba contento con los fundamentos de su propia vida: su modesto apartamento de una habitación, su camión de 15 años. Colocó su herencia en fondos mutuales y espera que eso ayude en la educación universitaria de su tres nietos. El dinero de George Bell educando el futuro. En 1994, Mr. Westbrook se lesión la rodilla y dejó el negocio de la mudanzas. Se mudó a Sprakers, donde tenía una finca ganadera. Cuando se hizo viejo y su matrimonio se disolvió, vendió la finca pero todavía vive cerca. Tiene 74 años. Fue hace varios años que habló por teléfono con George Bell por última vez. Mr. Bell le dijo que no salía mucho. Él tiene tres nietos y quiere mudarse a un clima más agradable. Planea darle algo del dinero a la viuda de Mr. Murzi, porque Mr. Murzi había sido su mejor amigo. “Mi hermana necesita algún trabajo dental”, dijo él. “Necesito algún trabajo dental. Necesito prótesis auditivas. La edad dorada no es tan barata. El dinero de Big George hará más fácil mi vejez”. Él se sintió mal por la muerte solitaria de su amigo, sin que nadie supiera. “Si, eso me ocurrirá a mí”, dijo él. “También soy un solitario. Hay tal vez cuatro o cinco personas aquí con las que hablo”. En sus años finales, cuando los hombres de las mudanzas se fueron, la vida de George Bell se había hecho más vacía. Los vecinos sonreían con él en la calle y el reía. Él le contaba animadas historias a la mujer joven de la puerta del lado, quien vivía con sus padres, cuando se la encontraba. Ella se convirtió en oficial de policía recientemente, y fue quien había olido lo que ella sabía era la muerte. Pero al final, George Bell pareció mantener al menos un amigo verdadero. Él había sido una fija en una taberna de la vecindad llamado Budds Bar. El iba con su sweater azul recortado tan a menudo que algunos regulares lo llamaban Sweatshirt Bell. Llegó un momento cuando empezó a aumentar su bebida, entonces, preocupado por su salud, dejó de beber. Pero siguió yendo a Budds, ordenaba solo soda. En abril de 2005, Budds cerró. Muchos asiduos gravitaron hacia otro bar, Legends. George Bell fue pocas veces, entonces cambió su alianza a Bantry Bay Publick House en Long Island city. Allí conocería a su amigo. El anuncio en la entrada de Bantry Bay dice, “Entran como Extraños, Salen como Amigos”. Sentado cerca de la ventana estaba Frank Bertone, sorbiendo una sopa y disfrutando una bebida. Es conocido como el Dude. El último mejor amigo de George Bell. A principios de los años ’80, no mucho después de mudarse a Jackson Heights, él entró a Budds en busca de un baño. Un hombre grande había ofrecido, “Tómate una cerveza”. Ese era George Bell. Con el tiempo, se desarrolló una amistad, que se profundizó durante los 15 años que le quedaban de vida a George Bell. Se encontraban los sábados en Bantry Bay. Pescaban en los Rockaways y en Jones Beach, algunas veces con otros. Mr. Bell compró un carro para ir a los mejores sitios, pero cuando no era necesario, el carro permanecía parado. Ellos pasaban tiempo rondando, los días se sucedían. “¿A dónde íbamos?” dijo Mr. Bertone. “A ningún lugar. Una vez nos sentamos por horas en el estacionamiento de Bed Bath & Beyond. ¿De qué hablábamos? De los problemas del mundo. De esa manera resolvíamos los problemas del mundo”. Mr. Bertone tiene 67 años, un inspector retirado de Consolidated Edison. En la última década, él había pasado más tiempo con George Bell que cualquiera, pero no sentía que de verdad lo conociera. “Una cosa acerca de George es que él no habla de sus cosas personales”, dijo él. “Nunca”. Él sabía que nunca se había casado. Hablaba de novias, pero Mr. Bertone nunca conoció alguna. Los dos habían intercambiado puntos de vista acerca de los testamentos y lo que le ocurre a tu dinero al final, aunque Mr. Bertone no sabía que George Bell había escrito un testamento antes de conocerlo. Mr. Bertone lo invitaría a su casa, pero él se excusaba. George Bell nunca fue presionado por él. Una vez, hace unos ocho años, Mr. Bertone caminó hacia afuera cuando no había sabido de él por un tiempo. George Bell abrió la puerta y lo llamó. Una cortina se interponía en el pasillo de entrada para camuflajear el caos. Mr. Bertone no tenía idea que en cierto punto, George Bell había empezado a esconder todo. El Dude, Mr. Bertone, contó una historia. Hace pocos años, George Bell fue al hospital por complicaciones cardíacas y le pidió que le guardara un dinero. Le dio un sobre inflado. Dentro había 55.000 $. Mike Kerins, un barman, interrumpió: “Dos cosas sobre George. Me daba 500 $ cada Navidad, y nunca salía a comer”. Había confesado que tenía mucha vergüenza porque habría requerido tres comidas. George Bell tenía diabetes y s quejaba de dolores en el hombro. Tomaba pastillas pero las evitaba durante el día, decía que le hacían sentir como un idiota. El Dude y Mr. Kerins notaban que él sentía que había sido burlado con mucha fuerza por la vida. “George tenía mucho dolor”, dijo Mr. Kerin. “Pienso que solo esperaba la muerte, había vivido suficiente”. Era como si la tristeza hubiese matado a George Bell. Sus días se habían hecho predecibles, un círculo vicioso. Se mantenía en el ostracismo. Los vecinos oían el desfile cotidiano de encomenderos que le llevaban sus comidas por encargo. La última vez que el Dude vio a George Bell fue cerca de una semana antes que su cuerpo fuera encontrado. Estaban vendiendo camarones congelados en el centro comercial. George Bell compró algunos, para llevarlos a la cocina y no llegó a usarlos. Mr. Bertone no supo que él había muerto hasta que alguien llegó a Legends con la noticia. Mr. Kerins estaba ahí y le dijo al Dude. Ellos hicieron algunas llamadas para indagar más, pero no llegaron a ninguna parte. ¿Por qué murió solo, sin que nadie supiera? El Dude pensó en eso. “No lo sé, hombre”, dijo él. “Quisiera poder decírtelo. Pero no lo sé”. En los televisores del bar, una mujer promocionaba un producto de limpieza. En la luz atenuada, Mr. Bertone vacío su vaso. “Sabes, lo extraño”, dijo él. “Mu hubiera gustado ver a George una vez más. Él era mi amigo. Una vez más”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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