martes, 25 de agosto de 2015

La magia de los juguetes.

Cada vez que Miguelín lo llamaba al celular, Demóstenes se tropezaba en medio de los escritorios de la oficina de redacción, sabía que tenía pendiente una salida con el niño y a la vez debía terminar la investigación para el reportaje de la constante disminución de juegos en horario meridiano o vespertino en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. El tono de voz a medio camino entre la tristeza y la rabia de Miguelín, lo arrancó de sus cavilaciones sobre ¿Dónde queda el tan referido argumento de que el beisbol es un espectáculo familiar? Miguelin había averiguado que ese sábado continuaba una exposición de juguetes de todas las épocas en los espacios culturales de una entidad bancaria ubicados en La Castellana. Ante algún asomo de excusa por Demóstenes, Miguelín soltó, si ya sé…estás muy ocupado con eso de los juegos que ahora no hacen más temprano en las tardes…chao, chao. Demóstenes respiró profundo y remarcó el número de Miguelín. Está bien hijo ¿a que hora es la exposición? Si pero cálmate, el sábado te paso buscando, pero tienes que estar listo a las nueve de la mañana. De pronto veía la imagen de Lorenzo con la mirada triste luego de haberlo regañado, respiraba profundo para explicarle porque no podía comprarle aquel carrito de pedales japonés que Demóstenes tanto ansiaba manejar y tocar la corneta para que le dieran paso cuando lo manejara en el patio de su casa. Debía conformarse con imaginar que manejaba el carrito de pedales mientras los acordes de “Young at heart” llegaban desde el mueble de madera del comedor donde Lorenzo había deslizado un disco de acetato sobre el tocadiscos y acompañaba con su silbido la voz ronca de Jimmy Durante. En realidad Demóstenes pedaleaba con toda la intensidad de sus piernas sobre el triciclo de tantas aventuras entre el camino de cemento y el inmenso espacio de tierra donde se extendía el patio hacia el garaje y el lavadero. Tomaba las curvas del lavadero y el garaje tan cerradas que casi siempre iba a dar contra el suelo en el tropel del triciclo, entonces se levantaba más rápido que un boxeador ante una caída en pelea de campeonato, sabía que si lo veía Abigail, pasaría por lo menos el resto del día sin manejar el triciclo. Aquel sábado, Demóstenes tocó la puerta y Miguelín abrió con la alegría burbujeando en el rostro. Templó la mano de Demóstenes rumbo al portón del porche. Un momento, ¿No vas a pedirle la bendición a tu mamá? Brenda se asomó en la puerta de la cocina, Miguelin se estrelló contra su regazo y le dio un beso en la mejilla. En el trayecto hacia Caracas, Demóstenes hizo algunas preguntas escolares que Miguelín rechazó, ¡en vacaciones no se habla de eso! Demóstenes debió emplearse a fondo para sostener el paso redoblado de Miguelín desde la estación del metro de Altamira hasta la plaza de La Castellana. Apúrate papá, no sabemos si pueden cerrar la exposición. Luego de subir y bajar varias escaleras entraron por fín al espacio de piso de madera y paredes amarillo pálido. Miguelín intentó correr hacia una patineta oxidada de los años ’50. Demóstenes miró hacia los lados y lo apretó por el antebrazo. ¡Tranquilo hijo, ninguno de esos juguetes se va a ir de ahí! Miguelín se quedó extasiado ante un montaje de madera al fondo de la estancia, antes que Demóstenes pudiera hacer algo, Miguelín movió la manivelas y un mecanismo descorrió la magia de una escena de circo con acróbatas, payasos y un domador que me tía la cabeza en la boca de un tigre. Como pudo, Demóstenes logró separar la mano de Miguelín de la manivela. La boca abierta, los brazos estirados y los pasos rápidos se multiplicaban en el asombro de Miguelín, quería ver todo a la vez, quería meterse en los armarios sellados con placas de vidrio, sobre todo cuando vio una figura de Astroboy. Cuando Demóstenes le dijo que Astroboy era un dibujo animado japonés de mediados de los años ’60, Miguelín lo miró con incredulidad. ¿Tú conocías a Astroboy? ¡Mentira! Al entrar a la sala más grande de la exposición un ¡guao! Estalló en los labios de Miguelín. Ahí, en el medio del recinto relucían, triciclos, monociclos, bicicletas, patinetas... Miguelín recorrió varias veces el perímetro y siempre terminaba ante el carrito verde japonés de los años ’60. En medio de los recuerdos de Demóstenes, Miguelín tocó la corneta del carrito y de inmediato se acercó la muchacha cuidadora de la exposición, al ver como Demóstenes llamaba la atención de Miguelín se regresó con una sonrisa en el rostro. Ante de abandonar la exposición, Miguelin regresó a la escena del circo, quería halar una vez más el cordel amarillo que templaba las fauces del tigre para que el domador metiera la cabeza entre los dientes de sable. Atravesaron la plaza de La Castellana y entraron a Mokambo’s, Miguelín quería ver una piezas de implementos de cocina antiguos que exhibían en la vitrina de la fuente de soda, el ambiente de jazz y la voz profunda de Jimmy Durante en “Young at Heart” de pronto se llevó a Demóstenes a otra época donde él era Miguelín y Lorenzo era él. La magia del momento le hizo preguntarse por un momento ¿es que en las reuniones de la liga de beisbol se habrán paseado por una vez en lo valioso que es para un padre, una madre y sus hijos, compartir por unas horas en el estadio, en el horario apropiado para los niños? Alfonso L. Tusa C.

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