jueves, 27 de agosto de 2015

Silencio y algarabía. El titular encendió un movimiento oscilatorio rodeado de luces intermitentes en paredes cilíndricas, el efecto de vacío apenas me permitía leer: “Cuarenta años del título de Cecotto”. Entre el vértigo de la fuerza centrífuga trataba de visualizar la película de 1975, las escapadas al techo para buscar juegos de Grandes Ligas en onda corta, la timidez para mantener una conversación con las muchachas, las discusiones con papá por usar su máquina de escribir, siempre me ordenaba utilizar la máquina más destartalada en el fondo de la oficina; cuando llegado el crepúsculo veía por la ventana que caminaba que caminaba en la acera hacia la calle Mohedano, regresaba a mi máquina de escribir favorita, porque papá se había ido a jugar dominó. Las excursiones a la hacienda San Baltazar para jugar pelota en la trilla de café, el reto diario de segundo año de secundaria. Todo se arremolinó en el centro de la remembranza, junto a dos hechos puntuales de aquella épica de Johnny Cecotto en 1975. El primero titilaba alrededor de marzo, cuando un desconocido jovencito venezolano con una motocicleta artesanal arrancó entre los últimos del pelotón de salida de las 200 millas de Daytona. Sin conocer casi nada de motociclismo, me sorprendí al leer en el periódico que Cecotto había llegado tercero por delante del multicampeón mundial Giacomo Agostini. Una mañana reparábamos la bicicleta de mi amigo Leo contrareloj en el garaje, cuando parecía que perderíamos la clase de inglés, logramos reparar el neumático y arrancamos a toda velocidad por la calle Las Flores, dos cuadras ante de llegar al liceo casi chocamos con una camioneta en un cruce, levantamos la bicicleta del pavimento y entramos en ella hasta la recepción del liceo. Sudados y casi sin aliento quisimos pasar a la clase diciendo “Buenos días”, la profesora Maritza Barrios se paró frente a la puerta y dijo “What did you say?” Pasaron como dos minutos hasta recuperar el aliento y recordar el “Good morning teacher”. Otro fin de semana avanzábamos en el camino de ripio de la hacienda y nos paralizamos cuando dos perros negros atravesaron la cerca de alambre de puas desde la hacienda adyacente. Por instinto de conservación arrancamos a correr frente al cañaveral, cuando los perros casi nos alcanzaban trepamos hasta la mitad de un cocotero, ahí estuvimos como 15 minutos hasta que llegaron unos obreros y espantaron a los perros. El otro episodio ocurrió temprano una mañana sabatina, me llevé el radio de compañía mientras hacía un trabajo de castellano en la máquina de escribir. En el momento culminante de la carrera, el narrador se resignó a que Cecotto difícilmente ganaría esa prueba, en la semipenumbra de la oficina me llevé el radio cerca de la ventana y grité junto al eufórico del narrador. “Johnny Cecotto gana de manera fantástica, pasó entre los líderes Walter Villa y Giacomo Agostini”. Papá entró a la oficina para saber del escándalo, disimiludamente, mientras le hablaba de la carrera me llevé mis papeles hacia la máquina destartalada. Alfonso L. Tusa C. 27-08-2015.

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