lunes, 24 de agosto de 2015

Una conversación con Milan Kundera

19-05-1985, domingo. Late City Final Edition Section 6; Page 72, Column 1; Magazine Desk. The New York Times. Olga Carlisle. Autora de “Voices in the Snow”, escribe frecuentemente en desarrollos culturales de Europa Oriental. Su cara estaba ensombrecida por el profundo crepúsculo de París; solo los ojos resaltaban, un azul intenso. Él habla lentamente, en francés culto, con fuerte acento eslavo. “Solo un trabajo literario que revela un fragmento desconocido de la existencia humana tiene una razón de ser”, dice él en la extensa entrevista de preguntas y respuestas que sigue. “Ser escritor no significa predicar una verdad, significa descubrir una verdad”. En los años ’80, Milan Kundera, ahora de 56 años, ha hecho por su nativa Checoslovaquia lo que Gabriel García Márquez hizo por Latinoamérica en los ’60 y Aleksandr Solzhenitsyn hizo por Rusia en los ’70. Él ha traído la Europa Oriental a la atención de los lectores occidentales, y lo ha hecho con visiones internas que son universales en su atractivo. Su llamado por la verdad y la libertad interna sin la cual la verdad no puede ser reconocida, su realización de que en la búsqueda de la verdad debemos estar preparados para acordar con la muerte, estos son los temas que le han ganado la aclamación de la crítica, incluyendo el Jerusalem Prize de literatura de la Freedom of Man in Society que recibió hace dos semanas, Las novelas más recientes de Kundera, “The Book of Laughter and Forgetting” (1980) y la del año pasado “La Insoportable Levedad del Ser”, tienen que ver con la muerte de la cultura en nuestro tiempo. Implícito en el sentimiento de la amenaza está el peligro de la guerra nuclear. Kundera trata con este peligro alegóricamente, con un irreprimible sentido de lo grotesco. Como su compatriota Milos Forman, el director ganador del premio de la academiaquien se ha adaptado al exilio y ha destacado en ociidente, Kundera, quien ha vivido en Francia desde 1975, ha sido lo suficientemente prolífico para disipar la noción popular de que los escritores arrancados de su suelo nativo pierden su inspiración. Libro versátil tras libro, el lector encuentra pasión, sentido lúdico y una fuerte dosis de erotismo.. Kundera ha tenido éxito en convertir a la Checoslovaquia de su juventud en una tierra vívida, mítica y erótica. La naturaleza de su logro puede explicar en parte porque Kundera es tan fieramente protector de su privacidad. Ningún creador de mitos os mistificador quiere ser descubierto. En una entrevista reciente, el novelista Philip Roth citó que Kundera le había dicho: “Cuando era un niño pequeño de pantalones cortos, yo soñaba con una pomada milagrosa que me haría invisible. Entonces me hice adulto, comencé a escribir, y quería ser exitoso”. “Ahora soy exitoso y me gustaría tener la pomada que me haría invisible”. Predeciblemente había una falta de entusiasmo en la voz de Kundera cuando lo llamé a su apartamento de Paris desde San Francisco, para pedirle una entrevista. La ayuda llegó desde un lugar inesperado, la memoria de mi abuelo, Leonid Andreyev el dramaturgo ruso de comienzos de siglo. Advertida por amigos mutuos que la subyugación soviética de su país había hecho que Kundera desconfiara de los rusos, todos los rusos, sentí que debía mencionar mi origen ruso. Kundera replicó que, en su juventud, había leído y admirado el trabajo de mi abuelo. Se rompió el hielo, y se fijó una fecha. Pero en una carta que recibí de él poco después, escribió: “Debo advertirle de mi mala disposición. Soy incapaz de hablar de mí y de mi vida y los estados de mi alma, soy discreto a un grado casi patológico, y no hay nada que pueda hacer contra eso. Si esto es posible para usted, me gustaría hablar de literatura”. Milan Kundera y su esposa Vera, viven en una de las tranquilas calles adyacentes de Montparnasse; su pequeño apartamento es una garita remodelada con una vista de los grisáceos techos parisinos. Lo que le da a la sala su carácter son las pinturas modernas, surrealistas de la paredes. Algunas son de artistas checoslovacos; las otras son del propio Kundera, cabezas desmesuradas multicolores y manos de largos dedos, como los de Kundera. Vera Kundera es una hermosa morena, de cabellos cortos, flaca en blue jeans. Ella nos sirve vino, y corta artísticamente pedazos de kiwi para nosotros. Mientras conversamos, me impresiono por la apreciación de mis anfitriones sobre el lado festivo de la vida parisina, la facilidad de comprar en el cercano Bon Marche, las frutas exóticas en la tienda de la esquina, las exhibiciones de arte a través del año. Pero durante la entrevista que sigue, Vera está ocupada en la habitación del lado, tipeando y contestando llamadas de larga distancia. La celebridad ha alcanzado a Kundera, y es ella quien tiene que lidiar con las preguntas que llegan de la televisión europea, el teatro y los directores de películas. Alto e inclinado, usando un sweater viejo azul, Kundera se recuesta en el brazo de una silla. Aquí, claramente, está un hombre quien está en paz consigo, bien dans sa peau, para usar la expresión francesa que él exploró en alguna extensión de “La Insoportable Levedad del Ser”. Animada por sus preguntas le cuento un poco de mi niñez de emigrante en París. Mi fascinación con Praga llega hasta esos días, cuando la poetisa rusa emigrada Marina Tsvetayeva solía visitarnos en las noches y recitaba sus versos en su voz ligeramente gutural. Un poema que nunca olvidé estaba dedicado a una de las estatuas de un puente sobre el río Vitaya, un caballero que mantiene la mirada sobre Praga: Caballero Pálido, eres el guardián del caudaloso río, de los años que pasan, mirando los anillos y tratados estrellarse con las piedras del embaulamiento. Ha habido muchas fracturas en los últimos cuatrocientos años. Eso fue en 1936 o 1937, y, aún entonces, Praga estaba muy cerca de la Alemania nazi, t también de la Rusia comunista. La inmensidad de las venideras traiciones y ruptura de promesas era imposible de imaginar. Kundera fue parte de la Primavera de Praga de 1968, la promesa de un socialismo con rostro humano que fue aplastada bajo las orugas de los tanques rusos. La publicación en Praga de la primera novela de Kundera, “The Joke” (“La Broma”), fue uno de los principales eventos de ese interludio. Escrita de manera ajustada, construída elaboradamente, “La Broma” fue un indicio del crudo absurdo de la vida en comunismo, pero también de la vida en cualquier parte, cuando se permite que la traición y la revancha corrompan el alma. El manuscrito llegó a la casa de publicación de Editions Gallimard, y muy rápidamente a la aclamación internacional. Despues de la invasión rusa en Checoslovaquia, Kundera perdió su posición como profesor en el Institudo de Estudios Cinematográficos Avanzados de Praga, y sus libros fueron vetados. Poco a poco, la vida se hizo insoportable para él, y fue empujado fuera de su país natal. Los libros que irrumpieron en el público lector occidental en los años siguientes trazaron un viaje intelectual y emocional. “Life is Elsewhere”, publicado en Estados Unidos en 1974, fue una exploración irónica de las consecuencias del fervor revolucionario y poético. “Laughable Loves” (1974) y “The Farewell Party” (1976) celebraron el amor erótico, y mezclaron hilaridad con compasión. Y en “The Farewell Party”, aparecío un nuevo elemento. Cuando uno de sus personajes principales, Jakob, decide abandonar su tierra invadida, entra en un territorio e inexplorado territorio, la tierra del exilio. Esto por supuesto, fue el panorama que se presentaba ante Kundera cuando abandonó Checoslovaquia en 1975, y fue lo primero que le pregunté en nuestra entrevista. Por casi 10 años, desde que tenía 46 años, usted ha vivido en Francia. ¿Se siente usted como un emigrante, francés, checo, o solo un europeo sin nacionalidad específica? Cuando los intelectuales alemanes salieron de su país hacia América en los años ’30, sabían que algún día regresarían a Alemania. Consideraban temporal su estadía afuera. Yo, por otra parte no tengo ninguna esperanza de regresar. Ni estadía en Francia es final, y, por lo tanto, no soy un emigrante. Francia es ahora mi único y real hogar. Tampoco me siento arrancado. Por mil años, Checoslovaquia fue parte de occidente. Hoy, es parte del imperio de oriente. Me sentiría mucho más arrancado en Praga que en Paris. ¿Pero usted todavía escribe sus novelas en checo? Escribo mis ensayos en francés, pero mis novelas en checo, porque mis experiencias de vida y mi imaginación están ancladas en Bohemia, en Praga. Fue Milos Forman, antes que usted, quién hizo conocida a Checoslovaquia ante el gran público en occidente, a través películas como “The firemen’s Ball”. De hecho, él es la encarnación de lo que llamo el espíritu de Praga, el y otros cineastas checos, Ivan Passer y Jan Nemec. Cuando Milos viene a Paris todo el mundo está asombrado y alelado. ¿Cómo es posible que un famoso cineasta pueda estar tan libre de esnobismo? En París, donde hasta una promotora de Galerias Lafayette no sabe como actuar naturalmente, la simplicidad de Forman es una provocación. ¿Cómo definiría usted el “espíritu de Praga”? “El Castillo” de Kafka y “The Good Soldier Schweik” de Jaroslav Hasek están llenos de ese espírito.Un sentido extraordinario de lo real. El punto de vista del hombre común. La historia vista desde abajo. Una simplicidad provocativa. Un genio por el absurdo. Humor con pesimismo infinito. Por cierto, un checo solicita una visa para emigrar. El oficial le pregunta, “Donde quieres ir?” “Eso no importa”, responde el hombre. Le entregan un globo terráqueo. “Por favor escoja”. El hombre mira el globo, lo gira lentamente y dice, “¿No tiene otro globo?” Además de sus raíces de Praga, ¿Cuáles otros amores literarios lo han influenciado”. Primero, los novelistas franceses Rabelais y Diderot. Para mí, el fundador real, el rey de la literatura francesa es Rabelais. Y “Jacques le Fataliste” de Diderot llevó el espíritu de Rabelais al siglo 18. No te equivoques por el hecho de que Diderot era una filósofo. Esta novela no puede ser reducida a un discurso filosófico. Es una obra de ironía. La novela más libre jamás escrita. La libertad convertida en novela. Recientemente hice una adaptación teatral de esta. Fue presentada por Susan Sontag en Cambridge, Mass., como “Jacques and His Master”. (La obra fue presentada por el American Repertory Theater en enero). ¿Mis otras raíces? La novela de Europa Central de nuestro siglo. Kafka, Robert Musil, Hermann Broch, Witold Gombrovicz. Estos novelistas son maravillosamente desconfiados de lo que Andre Malraux llamó la “ilusión lírica”. Desconfiados de las ilusiones relacionadas al progreso, desconfiados de la literatura (panfletaria) de la esperanza. Comparto su lamento acerca del ocaso occidental. No un lamento sentimental. Uno irónico. Y mi tercera raíz: la poesía moderna checa. Para mi, fue una gran escuela de la imaginación. ¿Estuvo Jaroslav Seifert entre los poetas modernos que lo inspiraron? ¿Merece el premio Nobel que recibió en 1984? Ciertamente lo merece. Se ha dicho que el fue propuesto por primera vez en 1968, pero el jurado fue prudente; temía que un premio otorgado a él fuese considerado como un gesto de simpatía hacia un país recientemente ocupado. El premio llegó muy tarde. Muy tarde para el pueblo checo, que había sido humillado. Muy tarde para la poesía checa, cuya gran época había terminado hacía rato. Muy tarde para Seifert, quien tiene 83 años. Se dice que cuando el embajador sueco fue a su habitación en el hospital para decirle del honor, Seifert lo miró por largo rato. Al final le dijo tristemente, “Pero ¿qué haré ahora con todo este dinero?” ¿Qué hay de la literatura rusa? ¿Aún le impresiona, o los eventos políticos de 1968 la hecho insípida para usted? Me gusta mucho Tolstoi. Él es mucho más moderno que Dostoievski. Tolstoi fue el primero, quizás, en comprender el papel de lo irracional en la conducta humana. El papel jugado por la estupidez, pero principalmente por el desorden de las acciones humanas guiadas por un subconsciente que es incontrolado e incontrolable. Releer el pasaje precedente a la muerte de Anna Karenina. ¿Por qué ella se suicida sin realmente quererlo? ¿Cómo se originó su decisión? Para capturar estas razones, las cuales son irracionales y elusivas, Tolstoi fotografía el torrente de la conciencia de Anna. Ella está en una carreta; las imágenes de la calle se mezclan en su cabeza con sus pensamientos ilógicos y fragmentados. El primer creador del monólogo interior no fue Joyce sino Tolstoi, en estas pocas páginas de “Anna Karenina”. Eso es reconocido rara vez. Porque Tolstoi está mal traducido. Una vez lei una traducción francesa de este pasaje. Estaba sorprendido. Lo que en el texto original es ilógico y fragmentado se convierte en lógico y racional en la traducción francesa. Como si el último capítulo del “Ulises” de Joyce fuese reescrito, y al largo monólogo de Molly Bloom le fuese dada una puntuación lógica y convencional. Por lo tanto, nuestros traductores nos traicionan. Ellos no traducen lo inusual de nuestros textos, lo poco común, lo original. Temen que los críticos los acusarán de traducir mal. Para protegerse, nos trivializan. No tienes idea de cuanto tiempo y energía he perdido corrigiendo las traducciones de mis libros. Usted habla con afecto de su padre en “The Book of Laughter and Forgetting”. Mi padre fue pianista. Tenía pasión por la música moderna, por Stravinsky, Bartok, Schoenberg, Janacek. Peleó muy duro por el reconocimiento de Leo Janacek como artista. Janacek es un compositor moderno fascinante, incomparable, imposible de clasificar. Su opera, “From the House of the Dead”, acerca de los campos de trabajo forzado, basada en la novela de Dostoievski, es uno de los grandes trabajos proféticos de nuestro siglo, como “El Juicio” de Kafka, o “Guernica” de Picasso. Mi padre ejecutaba esta música difícil en salones de concierto casi completamente vacíos. Como niño pequeño, yo odiaba al público que rechazaba escuchar a Stravinsky y aplaudía a Tchaicovski o Mozart. He retenido una pasión por el arte moderno; esta es mi fidelidad por mi padre. Pero rechacé seguir su profesión de músico. Me gustaba la música pero no me gustaban los músicos. Me molestaba el pensamiento de pasar mi vida entre músicos. Cuando mi esposa y yo dejamos Checoslovaquia, solo pudimos tomar muy pocos libros. Entre ellos estaba “The Centaur” de John Updike, un libro que me llegó profundo, un amor agonizante por el padre humillado y vencido. En “The Book of Laughter and forgetting”, usted liga la memoria de su padre con un cuento sobre Tamina, quien vive en una isla donde solo hay niños. Este cuento es un sueño, la imagen de un sueño que me obsesiona. Imagina ser forzado por el resto de tus días a permanecer rodeado por niños, sin ser capaz de hablar con un adulto.. Una pesadilla. ¿De donde viene esta imagen? No sé. No me gusta analizar mis sueños, prefiero convertirlos en cuentos. Los niños ocupan un lugar extraño en sus libros. En “La Insoportable Levedad del Ser”, los niños torturan un cuervo, y Teresa de pronto le dice a Tomás, “Estoy agradecida contigo por no haber querido niños”. Por otro lado, uno encuentra en sus libros una ternura hacia los animales. En el último, un cerdo se convierte en un personaje amigable. ¿No es esta visión de los animales un poco panfletaria? No pienso así. Un panfleto es un deseo por agradar a toda costa. Hablar bien de los animales y mirar escépticamente a los niños no puede agradar mucho al público. Podría hasta irritarlo ligeramente. No es que tenga nada contra los niños. Pero el panfleto de la niñez me fastidia. Aquí en Francia, antes de las elecciones, todos los partidos políticos tienen sus afiches. En todas partes están los eslogans acerca de un futuro mejor, y donde sea hay fotos de niños que ríen, corren y juegan. Sin embargo, nuestro futuro humano no es de niñez sino de vejez. El verdadero humanismo de la sociedad se revela a través de su actitud hacia la vejez. Pero la vejez, el único futuro que cada uno de nosotros enfrenta, nunca será mostrada en ningún afiche de propaganda. Ni de la izquierda ni de la derecha. Veo que el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha no lo excita mucho. El peligro que nos amenaza es el imperio totalitario. Khomeini, Mao, Stalin, ¿son ellos de izquierda o derecha? El totalitarismo no es de izquierda o derecha, y en su imperio ambas perecerán. Nunca fui un creyente, pero después de ver a los católicos checos perseguidos durante el terror estalinista, sentí la solidaridad más profunda por ellos. Lo que nos separaba, la creencia en Dios, era secundario a lo que nos unía. En Praga, ellos colgaron a los socialistas y a los curas. Entonces nació una fraternidad de los ahorcados. Por esto la terca pelea entre la izquierda y la derecha me parece obsoleta y completamente provincial. Odio participar en la vida política, aunque me fascina la política como espectáculo. Un espectáculo trágico, de mortandad en el imperio de oriente; otro estéril pero divertido en occidente. Algunas veces se dice que, paradójicamente, la opresión da más seriedad y vitalidad al arte y la literatura. No seamos románticos. Cuando la opresión perdura, puede destruir una cultura completamente. La cultura necesita una vida pública, el libre intercambio de ideas: necesita publicaciones, exhibiciones, debates y fronteras abiertas. Cuando es por un tiempo, la cultura puede sobrevivir circunstancias difíciles. Despues de la invasión rusa de 1968, casi toda la literatura checa fue vetada, y circulaba solo en manuscritos. La vida abierta cultural pública fue destruida. Sin embargo la literatura checa de los años ’70 fue magnífica. La prosa de Hrabal, Grusa,Skvorecky. Fue entonces en el momento más peligroso de su existencia, que la literatura checa ganó su reputación internacional. ¿Pero cuanto tiempo puede sobrevivir siendo subterránea? Nadie sabe. Europa nunca antes había experimentado tales situaciones. Cuando se trata de la desgracia de las naciones, no debemos olvidar la dimensión del tiempo. En un estado fascista, dictatorial, todos saben que terminará algún día. Todos buscan el final del túnel. En el imperio de oriente, el túnel no tiene salida. Sin salida, al menos desde el punto de vista de una vida humana. Por eso no me gusta cuando la gente compara a Polonia con, digamos, Chile. Si, la tortura, el sufrimiento son los mismos. Pero los túneles son de longitudes muy diferentes. Y esto cambia todo. La opresión política representa aún otro peligro, el cual, especialmente para las novelas, es aun peor que la censura y la policía. Me refiero al moralismo. La opresión crea un límite muy claro entre lo bueno y lo malo, y el escritor fácilmente cae en la tentación de predicar. Desde un punto de vista humano, esto puede ser muy atractivo, pero para la literatura es mortal. Hermann Broch, el novelista austríaco a quien quiero sobre todas las cosas, ha dicho, “La única moralidad para un escritor es el conocimiento”. Solo un trabajo literario que revela un fragmento desconocido de la existencia humana tiene razón de ser. Ser escritor no significa predicar una verdad; significa descubrir una verdad. Pero ¿no es posible que las sociedades que viven la opresión ofrezcan más ocasiones para que el escritor descubra “un fragmento desconocido de existencia” que aquellas que llevan vidas pacíficas? Tal vez. Si piensas en Europa Central, ¡que prodigioso laboratorio de historia! En un período de 60 años, hemos vivido a través de la caísa de un imperio, el renacer de pequeñas naciones, la democracia, el fascismo, la ocupación alemana con sus masacres, la ocupación rusa con sus deportaciones, la esperanza del socialismo, el terror estalinista, la emigración…Siempre he estado asombrado por como la gente a mi alrededor se comporta en esta situación. El hombre se ha hecho enigmático. Se para como una pregunta. Y es fuera de ese asombro donde nace la pasión por escribir una novela. Mi escepticismo en relación a ciertos valores que son casi totalmente inatacables está enraizado en mi experiencia centroeuropea. Por cierto, la juventud usualmente es catalogada no como una fase sino como un valor. Cuando ellos gritan esta palabra, los políticos siempre tienen una sonrisa necia en sus rostros. Pero cuando yo era joven, viví un período de terror. Y fueron los jóvenes quienes apoyaron el terror, en grandes proporciones, a través de la inexperiencia, inmadurez, su moralidad de todo o nada, su sentido lírico. La más escéptica entre todas mis novelas es “Life is elsewhere”. Su tema es la juventud y la poesía. La aventura de la poesía durante el terror estalinista. La sonrisa de la poesía. La sonrisa sangrienta de la inocencia. La poesía es otro de esos valores inatacables en nuestra sociedad. Yo estaba alterado cuando, en 1950, el gran poeta comunista francés Paul Eluard aprobó públicamente el ahorcamiento de su amigo, el escritor de Praga, Zavis Kalandra. Cuando Brezhnev envía tanques a masacrar a los afganos, es terrible, pero eso es, por decir algo, normal, es algo que se espera. Cuando un gran poeta aprueba una ejecución, es un soplo que estremece nuestra imagen completa del mundo. ¿Una vida rica en experiencias hace a sus novelas autobiográficas? Ningún personaje de mis novelas es un autorretrato, ni mis personajes son el retrato de una persona viviente. No me gustan las autobiografías alteradas. Odio las indiscreciones de los escritores. Para mí, la indiscreción es un pecado capital. Cualquiera que revele la vida íntima de alguien más merece ser azotado, Vivimos en una era cuando la vida privada está siendo destruída. La policía la destruye en los países comunistas, los periodistas la amenazan en los países democráticos, y poco a poco la gente pierde su gusto por la vida privada y su sentido por esta. La vida cuando uno no se puede ocultar de los ojos de los otros, eso es un infierno. Aquellos quienes han vivido en países totalitarios lo saben, pero ese sistema solo muestra, como un vidrio de aumento, las tendencias de la sociedad moderna. La devastación de la naturaleza; la caída del pensamiento y el arte; la burocratización; la falta de respeto ante la vida personal. Sin secrecía, nada es posible, ni el amor, ni la amistad. Es completamente tarde cuando termina la entrevista, y Kundera camina conmigo hasta mi hotel, una caminata corta en la humedad de la noche parisina. Un día o dos después, los Kundera me invitan a un almuerzo de perdíz en salsa de mora, cocinada al estilo checo. Kundera es caprichoso y de corazón ligero. Él dice que lee menos y menos porque las editoriales francesas están publicando libros con letras más y más pequeñas. Él no considerará la posibilidad de que no es un argumento francés y que él necesita anteojos nuevos. Él muestra la evasividad del verdadero escritor cuando le pregunto en que ficción trabaja ahora. Pero habla voluntariosamente de su actual colaboración en una “farsa metafísica con el director de cine francés Alain Resnais. Kundera escribe el guión, y ensaya por un título. ¿Debería ser “Tres Esposos y Dos Amantes” o “Dos Esposos y Tres Amantes”? La necesidad de secrecía es desecha por un sentido de problema. Este es el Milan Kundera a quien sus amigos de 1968 recuerdan felizmente, el Kundera descuidado de “Laughable Lovers”, el libro que le gusta más de todo su trabajo, porque está ligado al período más divertido de su vida. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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