lunes, 8 de agosto de 2016

Coraje versus hambre

Las imágenes del televisor detuvieron la mano del hombre de mediana edad, Basilio se había levantado a las siete de la mañana, pensaba en como se las ingeniaría ese domingo para rasguñarle a aquel panorama de escasez y hambre los comestibles para el almuerzo de Sebastián. Podía ingeniárselas para plantarle frente al hambre, las punzadas estomacales y las salivaciones intensas, pero le partía el alma imaginar siquiera ver a su hijo de nueve años hundir la mirada y suspirar que tenía hambre. Por eso se paralizó ante aquella escena de la película. Un hombre relativamente joven, con sobretodo marrón y rostro demacrado entraba a un salón donde frecuentaban muchos de sus conocidos y allegados. En medio de la desesperación y las lágrimas, levantó la voz entrecortada para solicitar ayuda económica a fin de llevarle el sustento a sus hijos. Una escena que de pronto encajaba en la actualidad vertiginosa que vivía Basilio, podía sentir cada punzada de la vergüenza de aquel hombre demacrado en sus penas diarias. Mientras pensaba a cual tipo de crédito recurriría esa mañana, Basilio vivía como suyos los episodios diarios de James Braddock en “Cinderella Man”, y también recordó a Jacinto cuando escuchó el nombre de Primo Carnera, otro boxeador de la época que se enfrentó con Max Baer por el título de los pesos pesados. Jacinto le había contado como había seguido con emoción los días previos a ese combate y como había lamentado y llorado la sangrienta y punzante derrota de Carnera ante el arrogante Baer. Ahora, además de las penurias que Braddock vivía por la depresión económica estadounidense de los años ’30, Basilio también se identificaba con él como el vengador del dolor de su padre como aficionado. Al final del revelador y angustiante episodio del salón de juegos donde supo quienes eran sus amigos y quienes apenas lejanos conocidos que veía de cerca, Braddock fue llamado por su apoderado boxístico quién le entregó el monto que le faltaba para completar el pago de los alimentos de sus hijos. Braddock lo miró con una expresión de bocanada de oxígeno en el último intento por superar la asfixia, no sabía como agradecer, no sabía como mirarlo a la cara. Pocos días después el apoderado se acercó a los muelles donde Braddock trabajaba como estibador y le comunicó que había conseguido un permiso especial de la comisión médica de boxeo de Nueva York para que realizara una pelea única ante la nueva revelación del peso completo. Braddock pensó que era una broma, sabía que sus mejores días en el boxeo habían pasado por la lesión en su mano derecha. Sin embargo cuando vio la vehemencia y la intensidad de las palabras del entrenador empezó a escucharlo con más atención y terminó abrazándolo y agradeciéndole tantos buenos gestos para con él. Cuando llegó al camerino antes de la pelea encontró una escudilla de arroz y carne guisada, de su abdomen emergió una onomatopeya de estómago estrujado e intestinos oxidados, el apoderado preguntó a que se debía ese ruido y Braddock contestó que hacía rato su estómago estaba de duelo. En ese momento Basilio entendió con más precisión y propiedad la pertinencia de un deporte rudo, muchas veces criticado por lo primitivo de sus acciones, entonces vio como el boxeo, desde la barbarie de sus puñetazos sangrientos, mostraba un espacio para la épica, para la redención, para que el ser humano se levante desde su cenizas y recupera parte del terreno perdido ante las miserias de la vida. Mientras dudaba y se estrujaba los cabellos por idear una manera de encontrar los medios económicos de llevarle algo de comer a su hijo, Basilio seguía ensimismado esa mañana dominical viendo como Jimmy Braddock contra todos los pronósticos venció a la revelación del peso completo y empezó una escalada de peleas en las que borró el remoquete de “carne de cañón” por el de un hombre que había regresado de las tinieblas a enfrentar al monstruo que descabezaba a sus rivales, al campeón mundial Max Baer, quien para Basilio era el régimen totalitario que dominaba su país en los últimos 17 años. Cuando Basilio vio a Braddock resistir e intercambiar puñetazos con Baer, round a round, minuto a minuto, segundo a segundo, hasta que sonó el campanazo del décimoquinto asalto y luego escuchó el veredicto a su favor, supo que el también se podía fajar con su monstruo particular con coraje, con empeño y determinación hasta finalmente lograr ese ansiado y definitivo veredicto de sacar al monstruo de la pesadilla de 17 años, no le importaría el dolor, los riesgos o cuantos días llevaría conseguir ese veredicto, solo tenía que creer en eso. Alfonso L. Tusa C.

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