jueves, 11 de agosto de 2016

ROMA, 1960 ABEBE BIKILA CORRE UNA MARATON DESCALZO

NITSUH ABEBE. REVISTA DOMINICAL THE NEW YORK TIMES. AGOSTO 2016. Algo divertido acerca de ser un etíope-americano llamado Abebe es que muchos viejos extraños quieren hablarte acerca de Abebe Bikila. En 1960, Bikila compitió en los Juegos Olímpicos de Roma, la capital de la nación que había, durante la niñez de Bikila, invadido y ocupado Etiopía durante medía década, llevándose con ella una gran cantidad de antigüedades y dejando detrás mucha muerte, infraestructura y gelato. Bikila corrió la maratón, en las calles de Roma, descalzo. (Los zapatos Adidas que le suministraron eran incómodos, además él había entrenado descalzo), Ganó, estableciendo una marca mundial para la maratón y se convirtió en el primer negro africano en ganar una medalla de oro. Puedo recordar a mi padre interpretar ese momento desde su niñez: Abebe Bikila cruzando la meta. Fue un momento clásico olímpico; el hombre desconocido de una de las naciones independiente de África, entrando a la gran vieja ciudad del ocupante, determinado y descalzo, avanzando en la historia. (Los recuentos siempre enfatizan los pies descalzos, hasta el punto de asomar que quizás toda la nación de Etiopía no tenía para comprar un par de zapatos), Este es el tipo de cosa sobre el cual está construido el mito del escenario olímpico mundial: la noción de que en algún lugar árido de alguna nación olvidada una persona se esfuerza con algun don de potencial humano que puede, en ese escenario, dejar a un lado las asimetrías, fuerza militar, hegemonía cultural, dinero, que se interponen camino a la victoria. Sin embargo aquí está el punto: ¿De verdad eso ocurre en los Juegos Olímpicos? ¿A menudo? Y cuando ocurre, ¿Cuáles son las probabilidades de que presencies eso como parte de la cobertura olímpica estadounidense, la cual generalmente sigue a nuestros atletas a través de muchos, muchos eventos aburridos en los cuales ellos ganarán medallas? ¿Es demasiado obvio decir que si realmente los Juegos Olímpicos trataran de verdad sobre el potencial humano individual, podrías esperar ver más medallistas interesantes de, no sé, Pakistan o Indonesia? Es duro, en estos días, para mi ver las olimpíadas como otra cosa que no sea un experimento científico masivo y muy costoso, en el cual un puñado de supercompetitivos estados del primer mundo con grandes recursos para invertir en la producción de medallas filtran sus talentosos jóvenes atletas mediante programas de investigación orientados hacia el entrenamiento y las competencias clasificatorias, para optimizar tantas facetas como sea posible de su entrenamiento, dieta, psicología, suplementos y métodos elaborados de hacer trampa. Esto no es una prueba de potencial humano o talento atlético; es una prueba de habilidad organizacional corporativa, una manera en la que naciones enteras juegan con su ciudadanía de la forma como los niños juegan con sus figuras favoritas de acción. Y eso es antes de llegar a los Juegos Olímpicos de invierno, donde hasta ese reto se desvanece y todo lo que queda es un puñado de naciones premiándose con medallas por ser buenos en hechos especializados que la mayoría de los seres humanos del planeta no tendrían razones de contemplar, sin mencionar la fabricación de herramientas, pistas y aparatos involucrados. Una vez que estos pensamientos llegan a tu mente, hay momentos cuando las historias individuales de coraje y devoción y levantarse ante los pronósticos que aparecen en las biografías de los atletas olímpicos comienzas a parecer tristes, como imaginar que una transición de un reloj cucú tenga emociones dramáticas al momento de avanzar a la próxima estación. Empiezas a preguntarte: ¿Por qué dejarle eso a la casualidad? ¿Por qué no trabajar en eso y hacer una coreografía de esos hechos como un arte? Busquen a los guionistas; déjenlos regalarnos un Abebe Bikila cada semana de cobertura. Nitsuh Abebe es un editor de textos de la revista. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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