martes, 9 de agosto de 2016

Ella nadó para escapar de Siria. Ahora nadará en Rio.

Charly Wilder. The New York Times. 01-08-2016. Berlin.- Yusra Mardini, nadadora olímpica, tenía hora y media de sesión de entrenamiento diario de patadas de mariposa a lo largo de la piscina con un pato de plástico amarillo balanceándose sobre su cabeza. Otras nadadoras jóvenes compartían el andarivel, pero Mardini de 18 años, mantenía su paso, avanzando por el medio, emergiendo al final de la piscina de tiempo en tiempo para intercambiar el pato, utilizado para entrenamiento de balanceo, por un snorkel (tubo de respiración) o tabla para patear. Mardini había estado practicando desde octubre en el centro de entrenamiento en el Wasserfreunde Spandau 04, uno de los clubes de natación más viejos de la ciudad. La piscina fue construida por los nazis para los Juegos Olímpicos de 1936. Todo acerca de la ruta de Mardini hacia los juegos de Rio ha sido inesperado. Ella competirá con el primer equipo de refugiados en unas Olimpíadas, un hecho que era impensable menos de hace un año cuando ella permanecía hundida hasta el cuello en el mar Mediterráneo nadando por su vida. En agosto pasado, Mardini y su hermana Sarah huyeron de la guerra que asolaba Siria y se embarcaron en un viaje de un mes a través de Libano, Turquía y Grecia, hasta los Balcanes y Europa central, para llegar a Alemania, con riesgo inminente de captura y muerte. Cuando su embarcación se averió entre Turquía y Grecia, ella y su hermana, también nadadora, saltaron al agua y ayudaron a guiar al bote a puerto seguro. La historia de Mardini llamó la atención pública en marzo cuando fue identificada por el Comité Olímpico Internacional como candidata a competir en un nuevo equipo de refugiados, hecho para atletas sin país o de otra manera sería excluida de los juegos. Ella fue lanzada a la luz pública, celebrada por los medios noticiosos como un rostro fresco de la llamada cultura de bienvenida de Alemania, una historia reivindicativa en el centro de la crisis global de refugiados. Mardini fue nombrada oficialmente integrante del equipo de refugiados en junio junto a nueve atletas de Siria, Sudán del sur, República Democrática del Congo y Etiopía. El equipo competirá bajo la bandera y el himno olímpicos, entrará al estadio Maracaná este viernes 5 de agosto en la ceremonia inaugural de penúltimo, ante del anfitrión Brasil. Mardini competirá en los 100 metros libre y los 100 metros mariposa. “Va a ser muy agradable”, dijo ella, al lanzar su morral rosado Nike sobre una mesa en la cafetería del centro de entrenamiento. Ella se había enterado pocas semanas antes que había sido incluida en el equipo olímpico, por un grupo de periodistas quienes habían ido al apartamento donde ella vive ahora con su hermana. “Porque nunca abro mis correos electrónicos”, dijo Mardini. Entonces dijo que los periodistas le dijeron que una amiga de ella, Rami Anis, también nadadora siria, habíacalificado para el equipo también. “Entonces fue cuando dijo ‘¡Ahhh!’”, dijo Mardini. Mardini se había puesto una sudadera provista de un cierre de cremallera (obsequio de la marca de artículos deportivos alemana, Arena) y secó su cabello por capas sobre sus hombros. En cada oreja llevaba dos zarcillos: una perla y una piedra preciosa. Mardini se mueve entre la frenética, incontenible excitación y la medio aburrida preocupación. Envía mensajes de texto frecuentemente. En otras palabras, es una adolescente normal. “Cuando yo era una niña pequeña, me pusieron en el agua”, dijo Mardini, quien creció en el suburbio Daraya de Damasco. Su padre, entrenador de natación, empezó a prepararla cuando ella tenía 3 años. Mardini llegó a competir con el equipo nacional de Siria y recibió apoyo del Comité Olímpico Sirio. Pero la guerra reventó en 2011, cuando ella tenía 13 años, y Mardini vio su relativa vida idílica empezar a transformarse. “De pronto no podías ir donde querías, o tu mamá te llama cuando has salido y dice, ‘Regresa; algo está pasando allá afuera’”, dijo ella. La escuela sería cancelada por varios días, dijo ella, “o alguien está disparando y tienes que correr”. Aún así, dentro del mundo de sus amigos y compañeros de clase, dijo Mardini, la vida seguía igual la mayor parte del tiempo. “Nunca hablábamos de la guerra”, dijo ella. “¡Era un fastidio!”. Al comienzo todos hablaban de eso, pero luego de unos años, estábamos como: ‘¡Está bien, si voy a morir, voy a morir! ¡Pero déjenme vivir mi vida. Quiero ver a mis amigos!” Suficiente es suficiente. En 2012, el hogar de la familia Mardini fue destruido en la masacre de Daraya, uno de los peores atropellos del comienzo de la guerra, con cientos de decesos civiles. Las cosas siguieron deteriorándose. Dos de sus amigos nadadores fueron asesinados, dijo ella, y un día una bomba laceró el techo del centro donde ella entrenaba. “Le dije a mi mamá, ‘Está bien, suficiente es suficiente’”, dijo Mardini. “Y ella dijo, ‘Bien busca a alguien en quien yo pueda confiar para que te lleve, y te puedes ir’”. El 12 de agosto de 2015, Mardini y su hermana se fueron con dos primos de su padre y otro amigo. Volaron desde damasco hasta Beirut, Líbano, hasta Estambul, donde se contactaron con contrabandistas y un grupo de unos 30 refugiados con quienes se quedaron durante el viaje. El grupo fue enviado a Izmir, Turquía, y luego llevado a un area boscosa cercana al mar para esperar para abordar un bote que los trasladara a la isla griega de Lesbos. “Pensamos que éramos los únicos viajeros, pero había cuatro o cinco viajes cada día”, dijo Mardini. “Había 200 o 300 personas ahí, cada cual esperando hasta que no hubiera policía en el mar para irse”. En la noche, los helicópteros patrullaban el area, dijo ella, pero las autoridades turcas nunca entraron al bosque. “La policía tenía miedo porque los contrabandistas tenían armas”, dijo Mardini. Los contrabandistas, dijo ella, “no tenían miedo”. Despues de cuatro días, Mardini y su hermana estaban apretujadas con otras 18 personas, incluyendo un niño de 6 años de edad, en un bote diseñado para cargar seis. En su primer intento, fueron capturados por agentes fronterizos y devueltos. En su segundo, el motor se dañó luego de 20 minutos, y el bote quedó a la deriva. De las 20 personas a bordo, solo las hermanas Mardini y dos hombres jóvenes sabían nadar, así que los cuatro saltaron por la borda. Eran cerca de las 7 de la noche, y el cambio de marea había embravecido y picado el mar. “Todos rezaban”, dijo Mardini. “Llamábamos a la policía turca, la policía griega, les decíamos. ‘¡Por favor ayúdennos. Tenemos niños! ¡Nos estamos ahogando!’ Y ellos seguían diciendo: “Volteen y regresen. Volteen y regresen’”. Mardini y su hermana nadaron por tres horas y media, para ayudar a que el bote se mantuviera en ruta, aun cuando los dos nadadores masculinos se rindieron y dejaron que el bote los llevara. Hacía frío, dijo Mardini. Sus ropas la hundían, y la sal ardía en sus ojos y piel. “Yo pensaba, ¿qué? ¿Soy nadadora, y al final voy a morir en el agua?”, dijo ella. Pero ella estaba determinada a mantener una buena actitud, y no solo por su bienestar. “El niño seguía mirándome asustado”, dijo ella, “así que estaba haciendo divertidos todos esos rostros”. Una larga espera. Eventualmente el bote llego a la costa de Lesbos, pero el viaje apenas comenzaba. Las personas del grupo caminaron por días y dormían en el campo o iglesias. Aunque tenían dinero, los taxis rechazaban detenerse para ellos, y los restaurantes a menudo rechazaban darle servicio. “Pero también había buenas personas”, dijo ella. “Cuando llegué, no tenía zapatos, y había una muchacha griega, pienso que de mi edad, y nos vio y nos dio un abrigo para el niño, y me dio sus zapatos”. Las hermanas viajaron a pie o en buses manejados por contrabandistas desde Grecia, a través de Macedonia, a través de Serbia hasta Hungría. Ellas estaban en Budapest en septiembre cuando las autoridades húngaras cerraron la estación central a los refugiados. Muchos, incluyendo a las hermanas Mardini, habían gastado cientos de euros en boletos de tren que ahora estaban prohibidos usar, lo que llevó a centenares de refugiados a protestar fuera de la estación. “Yo estaba observando”, dijo Mardini. “Me decía: ‘¿Donde estoy? ¿Y que va a pasar si ellos me llevan a la cárcel ahora?’” Eventualmente ellas salieron de Hungría, viajando a través de Austria y finalmente llegaron a Alemania, donde terminaron en un campo de refugiados en Berlin, compartiendo una tienda con seis hombres con quienes habían viajado. “¡Yo estaba feliz! Dijo Mardini. “No tengo problemas. Estoy en Alemania. Tengo a mi hermana. Eso es todo”. Las hermanas Mardini pasaron mucho de su primer invierno aleman esperando en largas colas en el punto de registro principal, la oficina estatal de salud y asuntos sociales, conocida por su acrónimo Lageso, para poner sus papeles de asilo en orden. A menudo tenían que esperar afuera por ocho horas a temperaturas congelantes solo para ser devueltas, les decían que regresaran el dia siguiente “Ahí en Lageso, lloré más que durante el viaje”, dijo Mardini. En principio, regresar al agua era la última cosa en su mente, pero luego de unas semanas, dijo ella, empezó a pensar en eso, especialmente cuando se enteró de que una amiga competidora había ganado una competencia en Asia. “Me dije: ‘¡Mamá! ¡Ahh! ¡Yo debería estar ahí! ¡Soy major que ella!’” dijo ella. Un traductor egipcio quién la ayudaba frecuentemente en el campo de refugiados puso en contacto a Mardini con el cercano Wasserfreunde Spandau, y Sven Spannekrebs, un entrenador por mucho tiempo en el club, accedió a hacerle una prueba a ella. Cuando vio nadar a Mardini, Spannekrebs dijo, que estaba impresionado. “La base técnica era muy buena”, dijo Spannekrebs, quien acompañó a Mardini para almorzar en la cafetería después que ella nadó en la mañana. “Despues de dos años sin entrenar, era como si el fondo aeróbico no fuese bueno. Su cuerpo estaba fuera de forma”. “¡Yo no estaba tan mal!” dijo Mardini, al soltar sus cubiertos en protesta. Él le lanzó una mirada de incredulidad exagerada. Ella sonrió y concedió, “Está bien, tenía 25 días comiendo en Burger King y McDonald’s” Una beca de entrenamiento. Poco despues de empezar a entrenar a Mardini, Spannekrebs se convenció de que ella podría ser candidata para los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020. Pero cuando supieron que el Comité Olímpico Internacional iba a armar un equipo de refugiados, él y Mardini se dieron cuenta de que los sueños olímpicos de ella podían hacerse realidad mucho antes de lo esperado. En enero, el comité le otorgó una beca de entrenamiento a ella, y Spannekrebs empezó a entrenarla en una rigurosa programación diaria: sesiones de dos horas en el agua y otra hora de entrenamiento aeróbico al aire libre, con sesiones académicas intermedias. “Ella es realmente una buena atleta”, dijo él. Una medalla en Rio está fuera de alcance. Los tiempos más rápidos de Mardini son 1 minuto 8 segundos en los 100 metros mariposa y 1:02 en los 100 metros libre, nueve y 11 segundos por detrás de los tiempos oficiales de clasificación olímpica para esos eventos. “Espero lograr mis mejores tiempos personales”, dijo Mardini. Mardini utilizó algo del dinero de la beca para conseguir un apartamento con su hermana cercano al centro de entrenamiento. Sus padres y sus dos hermanas menores se les han unido en Berlin, y toda la familia ha recibido asilo temporal. Mardini publica fotos selfies y citas inspiracionales en árabe e inglés en su página Facebook y en Instagram. Ella dijo que trataría de conocer algunos de sus atletas favoritos en Rio, particularmente el ídolo de su niñez, Michael Phelps. Mardini dijo que le gustaría usar la atención que ha recibido para ayudar a otros refugiados. Eventualmente ella espera regresar a Siria para compartir su historia con la gente de allá. “Recuerdo todo, por supuesto”, dijo ella. “Nunca olvido. Eso es lo que me impulsa para hacer más y más”. “Llorar en una esquina, esa no soy yo”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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