jueves, 11 de agosto de 2016

En un Puente, la agilidad mental de un ciclista salva una vida en un anden.

Jim Dwyer. 04-08-2015. The New York Times. En una foto de teléfono celular, un hombre joven se para en un anden del puente George Washington. Usa pantalones cortos azules de gimnasio con medias blancas, franela gris, gorra de beisbol beige. Sus brazos descansan sobre el riel. Detrás y debajo de él hay 70 metros de cielo, luego el río Hudson. La foto fue tomada un instante o dos antes que Julio De León alcanzara el punto medio de su recorrido semanal a través del puente. “Este es el momento favorito de todos los ciclistas”, dijo Mr. De León. “Cuando la brisa da en tu rostro”. Él hace ese viaje los jueves, ida y vuelta entre su hogar en Rockland County, N.Y., y su trabajo en la Upper West Side de Manhattan. Lo hace por el ejercicio y por los placeres de una estructura cuyo diseñador y arquitecto Le Corbusier, una vez describió como “el único lugar de gracia de una ciudad desordenada”. El jueves pasado, 28 de julio, el segundo día más caliente del año, Mr. De León manejaba la bicicleta de vuelta a casa, en dirección oeste sobre el puente, disfrutaba el soplo de aire en su piel. Entonces lo vio: un perro en la via, atado al riel. “Eso es algo inusual, miré a mi izquierda, y vi al tipo”, dijo Mr. De León. El tipo era un joven de 19 años de edad de Massachusetts. Él había escalado sobre el riel que separa la via del anden de concreto. Mr. De León, 61, empezó a pasear a través del puente hace dos o tres meses luego que una lesión en la rodilla le impidió seguir corriendo. Sigue siendo un hombre en forma, tallado, para quien los paseos en bicicleta son una ejecución más no un cansancio. “Nunca me detengo cuando manejo bicicleta”, dijo él. Excepto el pasado jueves. Era cerca de las 5:30 de la tarde en un Puente cuyo dueño, la autoridad portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, dice que es el más utilizado del mundo: una maravilla de la ingeniería que sirve a un infinito y enmarañado tráfico. En lo que va de este año, ocho personas han saltado o caído a sus muertes desde este sitio de gracia. En otras cuarenta veces los transeúntes u oficiales de policía de la autoridad portuaria han intervenido. Más temprano, un oficial había notado que el hombre joven caminaba de un lado a otro con el perro. Aparentemente estaba acercándose a la posición de peligro donde lo divisó Mr. De León. Pero el oficial se había marchado para el momento cuando el hombre escaló. Eso fue en plena hora pico. “¿Como puede llegar allí la policía a las 5:30?” dijo Mr. De León. Alguien tenía que hacer algo por él. El menor de 10 hijos en una familia de inmigrantes de República Dominicana, Mr. De León ha trabajado como portero en el mismo edificio de West 82nd Street por 31 años, ha estado casado por 33 años y es padre de dos hijos y una hija. “Me bajé de la bicicleta”, dijo Mr. De León, estirando sus brazos, como si se dispusiera a abrazar el aire. “Mostré mis manos de esa manera. Empecé a moverme hacia él poco a poco”. No tenía un guión en el bolsillo, y estaba tan absorbido por el momento que no puede recordar sus palabras precisas. “Dije: ‘No hagas eso. Te amamos, mi corazón’, algo como eso”. Lo que sea que haya dicho él, sus palabras fueron una bendición que lo acercaron al hombre joven. “En un segundo, solo en un segundo, me moví y lo agarré así”, su brazo derecho se dobló como el bastón de un pastor, “y lo mantuve conmigo”, dijo Mr. De León. “Él empezó a ver a la realidad. Estaba llorando. Traté de calmarlo”. Un peatón no percibido por Mr. De León también había visto al hombre joven en el andén; era quien había tomado la foto del celular. Cuando Mr. De León agarró al hombre joven, el hombre del teléfono pasó de observador a co-rescatista. Juntos, él y Mr. De León inmovilizaron al hombre afectado desde el riel, hasta la seguridad del camino. Era impresionante que un hombre que primero había tomado una foto, aparentemente antes de movilizarse para ayudar; en admiración de Mr. De León, le envió la foto a él. El hombre declinó atender una llamada para hablar de su experiencia. Es pertinente pensar que la tecnología digital ha degradado nuestro impulso de ser actores en el mundo y lo reemplazó por la habilidad del pulgar para observar y grabar. Pero “espectador” era el papel de la mayoría de nosotros mucho antes que fuesen inventados los smartphones. Mr. De León no dejó ir al hombre joven una vez que estaba a salvo. “Llama a la policía”, le dijo al hombre del cellular. Sus manos estaban ocupadas. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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